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16 octubre 2012

Italianos: infringir las reglas, ignorar a quien las viola


En la parada del autobús las personas van acumulándose sin estrés aparente. Cuando llega por fin, con un retraso de 35 minutos, mientras todos se precipitan hacia la única puerta de salida para encontrar asiento, los que salen lo hacen, no menos presurosos, por las dos puertas de entrada. Tampoco los encontronazos y embotellamientos dan la impresión de molestar demasiado a nadie. Ni siquiera a aquellos que se muestran respetuosos de las normas. Después de todo, lo realmente humillante es sentirse sometido a la disciplina de las colas. En el supermercado. En el cine. En la panadería... Sólo la astucia y la indiferencia garantizan el éxito: si no eres lo bastante listo, pasarás horas esperando tu turno.

Desde las bocacalles, coches y motos irrumpen amenazantes ante la apática mirada de unos peatones, invisibles y hostigados hasta la náusea, que no se sienten, no obstante, miserables. Tampoco se está tan mal viendo pasar la vida a la altura de un paso de cebra. Y eso si se camina, porque si se conduce, la perspectiva es todavía más alegre y darwiniana. Tras los cristales tintados, el cittadino alfa tratará de imponerse a pusilánimes y normativistas en su mundo feliz. Las aceras, los pasos de peatones y las zonas reservadas son de su uso exclusivo dei gratia (sólo los epsilones dan vueltas y vueltas a la manzana buscando aparcamiento). No existen los carriles. No hay semáforos. No hay límites de velocidad. E importa poco si hay charcos, negros e inmundos, y salpican. Ci proviamo. La vida es un videojuego y las reglas son simples: basta con colarse por cualquier resquicio. El sonido de un claxon significará que no hay que ralentizarse sólo porque aparezca un ceda el paso. Y coglioni que eres un perfecto gilipollas por pararte delante de un stop.

Ostras, champán, coches, putas y cocaína. Vidas de lujo costeadas con dinero público por parte de políticos de toda condición ideológica y posición jerárquica. Empresas modernísimas de telefonía y energías ecológicas personificadas en jóvenes operadores hastiados de la vida que se pasan por el forro las promesas publicitarias y torean en línea al cliente. En la pescadería del supermercado, 36 euros el kilo de pez espada, putrefacto pero de muy buen ver -químicamente maquillado-, aprovechando que la gente no entiende una mierda de pescado. Canciones de San Remo y Chuck Norris pasada la medianoche en el home cinema del vecino. Portazos por el hueco de la escalera. Tacones de aguja por el techo. Golpes y gritos cada vez que hay fútbol.

Cuando cruzas la calle, entre latas, papeles, plásticos, colillas y cacas de perro, con bolsas de basura de diversos colores en la mano, tratas de ignorar las miradas burlonas de un vecindario que lo echa todo en el contenedor más cercano a la puerta de casa y te preguntas por qué los italianos son tan extremadamente individualistas y manifiestan tan poco interés y respeto por los demás y por el bien común. Una falta recalcitrante de compromiso cívico que ellos mismos reconocen, según una encuesta de La Repubblica, como su primer defecto -la indiferencia y el individualismo son el segundo y el tercero, respectivamente-.

El pasado 8 de septiembre, Giovanni Belardelli, en un artículo aparecido sólo en la versión en papel del Corriere della Sera, lanzaba una curiosa reflexión sobre este grave problema de que adolece Italia y que supone, strictu senso, un acto de agresión flagrante del fuerte sobre el débil bendecido no sólo por quien infringe la ley, sino, también, por quien se muestra indiferente hacia su cumplimiento. Lo copio traducido a continuación.


Indifferenti verso chi viola le regole 
Giovanni Belardelli
Corriere della Sera, pág. 58 (8/10/2012)


El episodio de los trabajos "inflados" de L'Aquila (Corriere, 6 de septiembre) suscita preguntas esenciales sobre qué es o en qué se está convirtiendo nuestro país. Éstos son los hechos: a raíz de un control de la Guardia di Finanza se ha comprobado que en la capital de los Abruzos algunos propietarios de casas se habrían puesto de acuerdo con una empresa para declarar trabajos no realizados (la reparación completa del techo en lugar de una reforma parcial, la instalación de unos andamios que en realidad no se llevó a cabo, etc.) obteniendo así un mayor reembolso por parte del estado. Lo que diferencia este episodio del "típico" escándalo que sucede a un terremoto es la dimensión de la estafa: de 73 expedientes examinados, más de un tercio contendría datos intencionadamente falsos. Incluso considerándolo una muestra no representativa de toda la reconstrucción de L'Aquila, se trata de un porcentaje muy elevado, lo que lleva a preguntarse si y en qué medida la propensión a no respetar las leyes no forma ya parte de la cultura de un sector considerable del país.

Hace algunos años un jurista, Sabino Cassese, observó que la distinción entre lícito e ilícito había sido sustituida en Italia "por escalas de deberes más complejas, según las cuales un comportamiento puede ser obligatorio, recomendado, permitido, censurable, prohibido" (Lo Stato introvabile, Donzelli). En definitiva, como si en la cuna del derecho (escrito) hubiera tomado cuerpo una singularísima forma de common law en virtud de la cual muchos pudieran decidir si una cierta norma o ley puede ser tranquilamente ignorada. Además, ¿no hay tal vez una idea así tras extendidísimos comportamientos como la alta evasión fiscal o la falta de respeto a los límites del "ladrillo" que ha provocado la destrucción del paisaje italiano denunciada, hace poco, por Ernesto Galli della Loggia en este periódico?

La estafa aquilana, cuantitativamente limitada (al menos por el momento) en sus dimensiones, nos devuelve así al viejo tema de la escasa cultura cívica de los italianos, sobre la que circulan hace mucho explicaciones que parecen hechas aposta para ahorrarnos la molestia de ajustar cuentas con el problema. Es inútil, por ejemplo, mencionar una vez más el "familismo amoral" utilizado hace sesenta años por Edward Banfield. El estudioso americano hacía referencia a un pequeño y pobrísimo pueblo de Basilicata, por lo que la falta de cultura cívica que definía con dicha expresión era el producto de un retraso ancestral. El "familismo amoral" de hoy es, a lo sumo, producto (uno de los daños colaterales, podríamos decir) del modo en que tuvo lugar, desde los años 60 en adelante, la gran transformación de la sociedad italiana vinculada a la llegada del bienestar: una transformación que sacude estructuras culturales, valores, criterios de comportamiento vinculados al pasado sin lograr en muchos casos sustituirlos de forma eficaz. Italia, se ha dicho mil veces, habría sufrido la falta de una Reforma protestante. Es posible. Pero en los últimos decenios ha sufrido sin duda los efectos de una acelerada secularización que ha contribuido a minar, en sectores importantes de la sociedad, la distinción entre lo que es lícito y lo que no lo es que se basaba en la tradición católica (y es difícil pensar que los cursos regulares que se siguen en las escuelas puedan tener la misma inmediata fuerza impositiva que los Diez Mandamientos). Poco útil es, asimismo, la explicación que, en años recientes, ha asociado nuestro déficit en cultura cívica con Berlusconi como principal responsable. En efecto, no sólo estamos hablando de fenómenos que preceden la aparición en escena del Cavaliere. También hay que decir que, una vez reconocido cómo la cultura profunda del país se caracteriza por una tendencia generalizada a no respetar las leyes o no pagar los impuestos, parece absurdo sostener —como tantas veces en la polémica antiberlusconiana se ha hecho— que quien hubiera votado contra Berlusconi habría salido inmune de todo ello. Como ingeniosamente declaró en cierta ocasión un representante del PD, el honorable Letta, es ridículo afirmar que las personas honestas están en la izquierda, y que en la derecha se encontrarían todos los que "aparcan en doble fila".

Entre las falsas explicaciones de la falta de cultura cívica de la nación, la más inútil, cuando no la más perjudicial, es la propagada por el Movimento 5 Stelle y, en general, por la actual tendencia antipolítica. No es que no estén justificadísimas las críticas a nuestra clase política y a la resistencia que manifiesta ante cualquier mínima reducción de los privilegios de que goza, pero episodios como los de L'Aquila vienen a confirmar que la idea de una sociedad civil sana contrapuesta a un mundo político cada vez más corrompido no se corresponde con la realidad. Contrariamente, semejante idea termina por ocultar en este punto la probable necesidad de un examen de conciencia general, en una nación que durante demasiado tiempo ha permitido que normas y leyes pudieran ser sorteadas o infringidas, a veces con la aprobación, a menudo con la indiferencia de demasiados de nosotros.

 

 

12 marzo 2012

Nanopartículas: el aire envenenado de Roma


Robos, agresiones, violaciones, violencia neonazi, vandalismo tifoso, conducción criminal, desprecio por el bien común, contaminación acústica, desorganización, suciedad... Entre el sinfín de inconveniencias, desgracias, conflictos y delitos que amenazan la vida de quien vive en la ciudad de Roma, hay algo que, probablemente por su fuerza expansiva y su vigorosa capacidad de afectación, resulta más inquietante que todo ello: el aire que se respira, un aire que destaca entre los más nocivos de Europa. Sin embargo, cualquiera que conozca el abandono y el caos organizativo que caracterizan a esta ciudad en todos los órdenes posibles de la existencia, podrá entender fácilmente que el problema de la calidad del aire, a pesar de su incuestionable trascendencia, no tenga una especial consideración.

El poder invasivo de las nanopartículas
Los datos que suministran, entre otros, el portal Epicentro -del Centro Nazionale di Epidemiologia, Sorveglianza e Promozione della Salute-, el proyecto europeo Aphekom o el italiano EpiAir no dejan lugar a dudas. Cada año se atribuyen a los efectos de la contaminación de la ciudad eterna más de mil muertes seguras por cáncer y patologías agudas y crónicas del aparato respiratorio y cardiocirculatorio. Pero poco importa. A pesar de todo ello, a pesar de la recurrente presencia del sintagma polveri sottili en las portadas de los grandes diarios italianos, las autoridades siguen mirando a cualquier parte menos adonde deben. Y es que por mucho que los organismos competentes estén por ley obligados a controlar las partículas en suspensión o nanopartículas que envenenan el aire y a adoptar las medidas pertinentes, esa ley de ámbito europeo (directiva 2008/50/CE) en Italia no es más que un brindis al sol de consecuencias trágicas. Por lo general, se tiende a ignorar el impacto devastador que tienen sobre el ser humano estas sustancias (PM10, PM2'5, PM1, PM0'1...), pero son elementos, tan letales como extremadamente sutiles -el número hace referencia a su diámetro en micromilímetros-, capaces de penetrar en los tejidos, desde la faringe a los alvéolos pulmonares, llegando a alterar las mismas células. Si, por poner un caso, nos centramos exclusivamente en el PM10, se puede ver cómo la normativa fija un umbral máximo de concentración en aire de 50 µg/m³ diarios que no debe superarse más de 35 días al año, cuando, por desgracia, los datos suministrados por la Agenzia Regionale per la Protezione Ambientale (ARPA) revelan que en 2009 fueron 67 los días en que se superó ese límite, 50 en 2010 y más de 63 en 2011.

Desconozco, en ese sentido, el éxito que pueda estar obteniendo la iniciativa Roma sotto smog que la asociación Codacons puso en marcha en diciembre pasado con el fin de exigir a las autoridades romanas que tomen las medidas necesarias y reclamar una indemnización por los daños causados, pero lo que sí puedo asegurar es que hoy, 12 de marzo, mientras voy caminando, el aire resulta, en unas zonas más que en otras, absolutamente irrespirable. Un día, paradójicamente, en que la calidad del aire parece ser aceptable según la consideración de la web La Mia Aria. Si es así, ¿qué será de nosotros el próximo viernes, para cuando esa misma página nos recomienda permanecer en casa?

Mientras sigo mi camino, medio asfixiado, por el centro de la ciudad, no puedo dejar de pensar, una vez más, que los políticos italianos, como tantos otros de otras latitudes, no sirven absolutamente para nada.
 
Coche, fábricas, calefacciones: Roma bajo el "smog"

13 diciembre 2011

Entre berlusconis: vivir y morir en la Italia de las ciudades


Acelera y se adelanta hasta pisar el asfalto. Se para. Mira a cada lado. Extiende los brazos con las manos abiertas. Los coches pasan por delante en un visto y no visto desde uno y otro lado. Impotente, con la paciencia de Job, aunque con menor fortuna, espera hasta que, al fin, se para uno, y luego otro, y otro más. Dispuestos en fila india, los mira, no obstante, con cautela. Para asegurarse. Baja entonces los brazos y se echa a caminar por el paso de peatones. Tras él, su hijo Alessandro, de siete años, y su mujer. De pronto, como un heraldo del infierno, un Clio negro irrumpe por la izquierda de los tres vehículos parados a gran velocidad y desaparece sin pararse. Alessandro ya no existe. Y él casi tampoco. Pasó en Turín, en pleno centro, hace nueves días.

Hoy aquí, en Roma, yo he tenido más suerte. Caminábamos por un barrio tranquilo y poco transitado de chalets. Cuesta abajo. En la calle estrecha, los coches, pegados contra los muros, ocupaban la acera sin dejar un resquicio y nosotros, yo delante, íbamos inevitablemente por la calzada. Cuando ya acababa la calle, desembocando en otra perpendicular, apareció una moto por la izquierda como una exhalación y en una décima de segundo tuve la muerte de frente a pocos centímetros. Fue solo la habilidad del motorista lo que evitó que él o yo, o ambos, estemos ahora con Alessandro y con los otros cientotreinta que han muerto en idénticas o parecidas circunstancias en Italia en lo que va de año.

Invisibles marcas viales borradas por el tiempo. Semáforos escondidos tras los árboles. Señales garabateadas, convertidas en anuncios o tiradas por los suelos. Aceras, áreas para discapacitados y  pasos de peatones utilizados como aparcamiento por individuos alfa. Ciudades metálicas convertidas por homicidas egocéntricos en selvas opresivas y mortíferas, en las que convendría abolir no ya los pasos de peatones, como sugiere Beppe Grillo, sino, incluso, los semáforos. Tal vez así, acabando con la falsa sensación de seguridad que producen, la gente tome conciencia de la sociedad preapocalíptica en que vive y active su instinto de supervivencia.

Si alguien pensó por un momento que Italia iba a ser otra cosa solo por que il cavaliere è andato via, puede ir cambiando de idea. Hay por ahí miles y miles de berlusconis a escape libre y sin encarcelar.

En la jungla de asfalto...
Invisibles e ignorados pasos de peatones
Semáforos mimetizados con el entorno
Novedosas formas de publicidad
Híbridas manifestaciones de arte urbano
Una nueva lógica para el III milenio
Agostini, Rossi, Cadalora, Biaggi, Capirossi, Dovizioso, Simoncelli... y YO
Aceras, áreas para discapacitados, salidas de garaje o la propia calzada... Todo vale
Y lo que no vale, se tira
¿Quieres mi sitio? Pilla mi minusvalía
Sí, quiero aparcar aquí de nuevo. Por eso elijo...
Para Via della Degradazione, siga la flecha

03 junio 2011

Italianos 2011: un enigma de 150 años

Ayer, 2 de junio, Italia celebraba el 65º aniversario de la República y, lo que es más importante, el 150º aniversario de su Unificación. Atraída por el meticuloso plan de festejos organizado para la ocasión, mucha gente se desplazó hasta Roma, blindada por medidas de seguridad extremas, desde todos los rincones del país. Allí se dieron cita representantes de 80 países y más de 40 jefes de estado con el fin de refrendar el papel crucial que ha jugado el Belpaese en la historia de la humanidad. Entre otros, Medvedev, Biden, Karzai, Van Rompuy, Kirchner, Ban Ki-moon, Juan Carlos I y Manolito Chaves. Y, por supuesto, Berlusconi, abucheado por su pueblo en diferentes ocasiones a lo largo de la jornada. El mismo pueblo, precisamente, que, para sorpresa del mundo, le ha hecho primer ministro hasta en tres ocasiones a pesar de su impresentable biografía.

Una Italia compleja la de 2011 que, aun con una economía en caída libre, una mafia en expansión por el norte del país, una corrupción a día de hoy no mensurable, una izquierda indecente y no pocos indignados dispuestos a tomar la calle, puede empezar, no obstante, a mirar de nuevo el futuro con algo de esperanza. Tras el mazazo recibido por Berlusconi en Milán, Trieste, Novara y Nápoles la semana pasada, los próximos días 12 y 13 los italianos se pronunciarán en las urnas sobre un paquete de medidas que incluye el rechazo a las nucleares, la privatización del agua y la ley del legítimo impedimento. Un referéndum trascendental para el devenir de Italia que il Cavaliere ha querido manipular e impedir y que, afortunadamente, va a celebrarse.

Sea como fuere, no resulta nada fácil adivinar qué es lo que puede pasar a partir de ahora en el país del oxímoron, la patria de las síntesis imposibles, según lo describía Francesco Merlo (FAQ Italia, 2009), como no lo es aprehender la naturaleza de los italianos. Sin embargo, parece que hay rasgos configuradores de la italianidad que nunca cambiarán y que podemos aspirar a conocer. Para ello, valdrá la pena acudir al excelente animador Bruno Bozzetto, cuya extensa y recomendable obra se ha dedicado, en buena parte, a poner de manifiesto la idiosincrasia nacional. De sus cortos realizados en flash, rescatamos el conocido y genial Europa & Italia (1999). Sus 6 minutos, a la vez que divierten, ponen sobre la pista, aunque sea parcialmente, de quiénes son los italianos de hoy en día.



26 abril 2011

La beatificacion de Juan Pablo II: Roma en éxtasis

Ayer fue fiesta en Italia. Doble fiesta. La Pasquetta o lunedí dell'Angelo y el LXVI Aniversario de la Liberación. Una te invita a quedarte en casa a comer en familia. La otra te empuja a la calle a manifestarte -razones hay-. Yo opté por salir a echar un vistazo.

Apenas crucé la puerta, la primera brisa de aire me acercó el comentario de uno que pasaba: Cazzo, sembra più Natale di Pasqua. È vero, dije yo. El cielo no era el divino cielo preñado de luminosidad que se le presupone a una ciudad eterna en fechas como estas. Era un día gris y ventoso en el que más que llover, había llovido y cientos de miles de cacas de las decenas de miles de perros de Roma, disueltas, se extendían por las ruinosas y desangeladas aceras encharcadas. Parecía, en efecto, un día navideño: todo cerrado, casi nadie por la calle y, además, alguien a punto de nacer en lugar de morir o, a lo sumo, resucitar, como sería lo propio de la Pascua. Y es que el nacimiento de San Juan Pablo II a partir de las cenizas de Karol Wojtyla, cuyas capacidades milagrosas, entre otras, parecen más que probadas, tendrá lugar el próximo domingo, 1 de mayo. Un espectacular y milimétrico montaje el de la beatificación de Juan Pablo II, con todo vendido hace ya tiempo a pesar de que los precios han subido un 300%. Así que, en ese momento, sin saber muy bien de dónde me venía la necesidad, enfilé hacia el Vaticano buscando las señales de un acontecimiento que promete convertir una urbe caótica en un caos supino y proverbial. Porque qué es dios sino verbo, aunque ahora se conjugue en polaco.

Por Monteverde, si bien no en exceso, se iban viendo cada poco carteles y autobuses con la cara del superhéroe eslavo informando del evento inminente. En el Trastevere, por el contrario, todo seguía su curso habitual: olores a comida y tabaco, tiendas abiertas, restaurantes y baretos atestados, músicos por la calle y gente bebiendo y comiendo a la intemperie. La liturgia trasteverina sólo se rige por su propio catecismo. Sin embargo, a medida que me iba alejando, los ecos paganos volvían a ser sustituidos, con fuerza redoblada, por la epifanía del nuevo Advenimiento de San Juan Pablo II el flagelante. Cuando llegué por fin a Via della Conziliazione, al fondo el Vaticano, todo era gente variopinta y multiétnica, autobuses de doble piso rebosantes, pizzerías y restaurantes ruidosos, autoportantes supermercado regentados por dependientes hindis, librerías monoteístas, tiendas de souvenirs... Broches, escapularios, rosarios, estampitas, monedas, bufandas, banderines, gorras, camisetas... Un casino estratégicamente vigilado por furgonas de policía. Y así hasta la mismísima Piazza di San Pietro.

San Pedro era un hervidero humano del que sólo sobresalía su obelisco central. Miles de cámaras ametrallaban cualquier punto del espacio posible. Clic, clic, clic... Apenas había zonas vacías en la impresionante superficie. A mi izquierda, en una pantalla gigantesca, se proyectaba la vida, viajes y milagros -hasta 251 se le atribuyen- del gran Karol Wojtyla. Las imágenes se sucedían sin solución de continuidad con breves subtítulos en 6 lenguas distintas: en Corea, en Grecia, en España, en Colombia, en Paraguay... con huérfanos, con ortodoxos, con ancianos, con musulmanes... dando de comer a un niño, dejándose abrazar por un pobre, mirando con tristeza el horizonte, oyendo con dulzura... La gente que pasaba se iba agolpando frente al monitor. Dos jóvenes grunge se pararon a mi lado, dieron la última calada del canuto y se cogieron de la mano, mientras observaban, absortos, las imágenes. Luego se miraron y se besaron sin complejos. ¿Quién queda por saber que ese hombre de ahí con cara de bueno, que hacía turismo por el mundo, no mostraba embarazo por moverse en un coche ridículo, dirigía un negocio impresionante y decía lo que es bueno y lo que no, no es un santo ya antes de ser siquiera beatificado?

En este punto, me puse yo también a sacar fotos. Enfoqué, al fondo, los portales de la basílica, la puerta Filarte y la ventana en la que tantas veces vimos con angustia a un Wojtyla con parkinson. En las valladas escalinatas de delante se veían macizos de flores de colores, sobre todo amarillas, anunciando los fastos inminentes. La multitud se movía de forma imprevisible y aparecia y desaparecía a diestra y a siniestra del visor de mi cámara y casi me mareaba. Dirigí, entonces, el objetivo hacia los soportales de la derecha. Por allí, un río humano, lenta y pesadamente, avanzaba en fila, tickets en mano, para entrar en la basílica y los museos vaticanos. Todos parecían contentos o, cuando menos, transidos de alguna suerte de bondad. Una mujer me avisó de que se me había caído la cazadora y la recogió y me la entregó con gesto suave. Me puse entonces a hacer algunas anotaciones en mi cuaderno en el centro de la plaza y sentí que alguien me observaba con sana curiosidad hacia ya un tiempo. Lo miré al fin y me sonrió dulcemente, al tiempo que una pareja se besaba candorosamente contra el obelisco.

No me hallaba. Yo no pintaba nada en aquel cuadro. Debía ser el único hijo de la gran puta que no sólo no se creía nada de todo aquello, sino que, además, creía que cualquier tarea de reconstrucción tendría que empezar por demoler el Vaticano. Me fui de allí de inmediato por respeto a tanta buena gente.


















27 mayo 2009

Berlusconi y la Italia de los corderos


Los jóvenes universitarios italianos, los modernos, se miraban con complicidad, ratificaban su aura de grandeza y mostraban su solidaridad con el pobre euskaldún cada vez que surgía en clase la dicotomía vasco-español. El resto ni se miraba. Se mantenía en silencio a la vez que ponía el bolígrafo en posición de descanso y tomaba aliento antes de que retornase la lección magistral. Todos, eso sí, sonreían hermanados si una secuencia precisa de fonemas inundaba la atmósfera del aula: B-e-r-l-u-s-c-o-n-i. Viéndolos, uno tenía tenía la sensación de que este admirador-ahijado de Andreotti -ahí debió de empezar todo- y hoy el hombre más rico de Italia, tenía los días contados. Parecía que nadie hubiera votado nunca a Berlusconi, pero, sobre todo, que nadie le votaría jamás.

En cualquier urbe de Italia, allá por el 2003, los manifestantes contra la guerra ponían patas arriba, cada día, el centro città. Con sus insufribles cantinelas y sus percusiones se disparaban las ventas de paracetamol y tapones de silicona. Los tranvías se dormían en fila india y el conductor leía el periódico. No había balcón que no tuviera su bandera arcoiris. Alguien debió hacerse muy rico vendiéndolas. Sin embargo, la gravedad de los acontecimientos bien valía la misa. Daba la impresión de que los alternativos podían serlo de veras, de que cualquiera podía serlo. Los modernos que inundaban los parques los días de sol, con su ropa de marca, sus timbales y sus aperos malabares, con sus porros, sus birras y la mugre estudiada de sus zapatillas y sus pañuelos palestinos. Aquellos que me miraban, irónicos, callaotorgando, cuando yo me cagaba en todos los nacionalismos -empezando por el vasco y el español-. Acaso Italia entera. Todo el mundo, liberado de poses y de miedos, parecía haber sufrido una feliz transformación. Parecía, en fin, que, si de todos ellos hubiera dependido, Berlusconi habría sido en aquel momento, como su paisano Rascayú, un cadáver nada más.

De hecho, entre suspiros de alivio, Berlusconi dejó la presidencia en 2006. Se desdibujaba así la imagen persistente de una Italia deficiente mental y sensorial y se sembraba olvido en un erial de podredumbre, al tiempo que se inyectaba vitaminas y cemento en una izquierda raquítica y multifragmentada. Pero sólo fue un espejismo. Algo menos de dos años después, un pueblo entero, o más de medio, se dejó engañar de nuevo por la cara visible de la mafia. Chistes y chascarrillos, amenazas, promesas y regalos, populismo, paternalismo, prepotencia... El pueblo italiano -aunque aún haya hoy quien pronostique sacudidas sociales de peso-, devenido ante el mundo un ejercito de idiotas masoquista, baqueteado cien mil veces en el arte de la broma pesada, había vuelto a caer en las garras del monstruo más espeluznante nacido de sus propias entrañas desde Mussolini. "¿Hasta cuándo, Berlusconi, abusarás de nuestra paciencia? se pregunta hoy un desesperado Saramago.

Señalado por su relación con la mafia hace ya muchos lustros, Don Silvio siempre destacó por sus selectas amistades. En 1994, acomete su asalto al poder apoyado en su vasto imperio empresarial y en la Lega Nord, integrada por ultraderechistas, ultranacionalistas y antieuropeístas con quienes convivirá hasta hoy en una ósmosis no exenta de altibajos. La Lega, fundada por Umberto Bossi, quien en algún momento de su tormentosa relación califica a Berlusconi de mafioso incontestable, inicia su andadura con una fuerte aversión hacia los inmigrantes suritalianos de la Padania, para, más tarde, extender su homofobia a los inmigrantes en general, con una especial predilección por musulmanes, rumanos, albaneses y chinos. Y tampoco ha hecho ascos a integrar en su reciente Popolo della Libertà (continuación de Forza Italia) a los fascistas de Alleanza Nazionale, cuya cara más amable es la de Gianfranco Fini, su líder desde hace 15 años. Curiosamente, Alianza Nacional vio en 2003 cómo Alessandra Mussolini abandonaba la organización porque el blando de Fini en un viaje a Israel como vicepresidente del Consejo de Ministros se había atrevido a condenar las leyes racistas promulgadas durante el gobierno fascista de su abuelo.

Dueño de la casi totalidad de los medios audiovisuales del país, Berlusconi controla la prensa escrita haciendo uso de la intimidación y la censura de forma habitual -el filme Shooting Berlusconi, sistemáticamente ignorado, es sólo una muestra reciente- y carga contra periodistas, humoristas, jueces o políticos, cualquiera que se le oponga, porque, dice, lo machacan a diario. Y ÉL, tal es su sentido del deber, lo soporta con férrea resignación, aunque a ÉL lo que le gustaría es irse a casa a ejercer de abuelo.

Impulsor de una reforma de la ley de seguridad que hiela la sangre en las venas, Berlusconi obtiene el año pasado la aprobación de una ley que limita las escuchas telefónicas a los delitos más graves -mafia y terrorismo-, lo que conlleva que las escuchas anteriores a la entrada en vigor de la ley no sean tenidas en cuenta, algo que le beneficia claramente por lo que respecta al llamado caso Saccà, fundamentado en unas grabaciones que le muestran presionando a un director de la RAI, Agostino Saccà, con la intención de que contrate a mujeres de su predilección.

Siempre en busca de inmunidad para quedar impune, primero en 2004 con el lodo Schifani y luego en 2008 con el lodo Alfano, manipula las leyes, contra todo y contra todos, en su beneficio. Lo pone de manifiesto el caso Mills, que vuelve a la palestra informativa por enésima vez. Mills, abogado inglés, curiosamente marido de una ministra de cultura del gobierno Blair, recibió unos 400.000 euros para que, allá por 1997, no revelara, en su condición de testigo, datos acerca de algunas empresas afines a Mediaset que servían para blanquear dinero. La esposa de Mills tuvo que dimitir en Inglaterra; Berlusconi y Mills, en Italia, fueron feliz e irregularmente absueltos.

Así las cosas, que su mujer pretenda apretarle las tuercas por ser un mentiroso machista que ha convertido el país en un peligroso reality en caída libre, que la presidenta del tribunal de Milán, Nicoletta Gandus, reabra con bríos renovados el caso Mills, que Antonio di Pietro ayer mismo haya presentado una moción de censura en el parlamento contra el escudo de defensa que es para Berlusconi el lodo Alfano o que toda la prensa mundial se muestre expectante y atónita ante la deriva de Italia un día sí y el otro también, todo ello, pienso, pone un poco de esperanza en el pertinaz caminar de los italianos hacia el abismo, aunque sea ésta la esperanza del que ya la ha perdido tantas veces que no cree que las cosas puedan cambiar sino a peor. De momento, nuestro hombre está viendo en este preciso instante la final Barça-Manchester con Zapatero a su derecha y el rey de España a su izquierda, sonrientes todos ellos. Así está el panorama. Y no hay otro. Nosotros, sin embargo, por si acaso... incrociamo le dita.

12 marzo 2009

Beppe Grillo, la cara limpia de Italia


El explosivo y entrañable humorista italiano Beppe Grillo, siempre en lucha contra la estupidez humana y, muy en particular, contra la italiana, escribe hoy en su blog (http://www.beppegrillo.it/) una "Carta a un chaval del 2009" de la que merece la pena dejar constancia. Tiene suerte Italia de contar con personajes como él. Una Italia que, precisamente, camina por la cuerda floja hace ya tanto a causa de un sinfín de personajes, despreciables y abyectos, en las antípodas de Grillo.

Caro ragazzo, cara ragazza del 2009,

sono un ex ragazzo degli anni ’60, mi chiamo Beppe Grillo, ho sessant’anni. Faccio parte della generazione che ti ha fottuto. Il tuo futuro è senza pensione, senza TFR, senza lavoro. Il tuo presente è nelle mani di vecchi incartapecoriti, imbellettati, finti giovani. Quando ero bambino l’aria e l’acqua erano pulite, il traffico era limitato, la mia famiglia non faceva debiti e tornavo a scuola da solo a piedi. Non c’erano scorte padane e neppure criminali stranieri in libertà. I condannati per mafia non diventavano senatori.Le stragi di Stato non erano iniziate, Piazza Fontana a Milano era solo un posto in cui passavano i tram. Le imprese erano gestite da imprenditori. E’ strano dirlo ora, ma c’erano persone che investivano il loro denaro per sviluppare le aziende. E manager che vedevano lontano. Enrico Mattei dell’ENI, ucciso in un attentato, Adriano Olivetti, Mondadori, Ferrari, Borghi e cento altri che non ricordo. Intorno alle città c’erano i prati e non i cimiteri di cemento che chiamano unità residenziali. La bottiglia di latte la riportavo al lattaio e non costruivano inceneritori. La televisione era un servizio pubblico in cui lavoravano anche veri giornalisti come Enzo Biagi, e con solo un quarto d’ora di pubblicità al giorno. Quando si parlava si usava il tempo futuro. Il presente e soprattutto il passato erano verbi di complemento. I giardini pubblici erano puliti e sui marciapiedi si camminava senza doversi destreggiare tra le macchine parcheggiate. Le persone erano più gentili, spesso sorridevano. Sul Corriere della Sera scrivevano Montanelli, Buzzati e Pasolini.

I genitori sapevano che i loro figli avrebbero avuto un futuro migliore. Solo dal punto di vista economico, ma questo non potevano prevederlo. I fiumi erano puliti e si poteva fare il bagno nel fine settimana che non si chiamava ancora week end. L’unico problema era rappresentato dagli imprendibili tafani. Le spiagge erano libere e il mare quasi sempre verde azzurro. La P2 era una variabile al quadrato e non ancora l’antistato progettato da Cefis. Gelli non aveva arruolato il novizio Berlusconi con la tessera 1816. L’Italia era una e indivisibile e Bossi studiava alla scuola per corrispondenza Radio Elettra. Si lavorava duro, ma si poteva risparmiare e la pensione era un approdo sicuro. Era un piccolo Eden, ora perduto. Non sapevamo di averlo. Molti lo disprezzavano. Negli ultimi sessant’anni abbiamo avuto uno sviluppo senza progresso. E ora non ci resta neppure lo sviluppo.Le generazioni che ti hanno preceduto meriterebbero un processo da parte tua, caro ragazzo e cara ragazza. Sono colpevoli di averti rubato il futuro. Loro vivono nel presente con la seconda casa, le pensioni senza base contributiva. Loro ti governano. L’Italia ha la coppia di cariche dello Stato Presidente/Primo ministro più vecchia del mondo. Loro usano la Polizia contro gli studenti e i precari. Loro hanno ucciso la democrazia e le aziende come Tronchetti e Geronzi, i brizzolati di successo.

Caro ragazzo e cara ragazza, non potete più stare a guardare, la vita vi scivola tra le mani. Voi, invece di lasciarla scivolare, trattenetela. Io non sono in grado di dare lezioni a nessuno. Ho fatto troppi sbagli e sono troppo vecchio (anche se non dimostro i miei anni, belin). Ma ho vissuto un tempo più bello, più vero, più colorato, più umano. E so che è possibile anche per voi.

Loro non si arrenderanno mai (ma gli conviene?). Noi neppure.

Beppe Grillo

30 abril 2008

La amenaza amarilla

Nos venían avisando. Tiempo hacía que preclaras mentes nos hablaban de una amenazadora fuerza que venía de oriente: la gran muralla china, la tinta china y naranjas de la China, todo nos parecía un cuento chino. Ni los tira chinas, las películas chinas o las bolas chinas nos sacudieron el desinterés. Quién se acuerda de Los Nikis en el año 81 del siglo pasado clamando en el desierto:

La amenaza amarilla, la amenaza amarilla...
Los radares de Occidente están detectando mucha gente, nadie sabe lo que pasa, ni la CIA ni la NASA.
Son los chinos, que se han unido, y no se dan por vencidos, han saltado la Muralla, se están pasando de la raya.
Corre hacia tu casa, escóndete en tu habitación, baja la persiana, métete debajo del colchón.
Hiro Hito y Mao Tsé Tungluchan por el bien común, cuando vean lo que han hecho, estarán muy satisfechos.
En la ONU están temblando, ahora saben lo que está pasando: mil millones de orientales están rodeando las ciudades.
Corre hacia tu casa, escóndete en tu habitación, baja la persiana, métete debajo del colchón.
La amenaza amarilla, la amenaza amarilla...
Pero, como con tantas otras cosas preocupantes que nos acechan, aprendimos a vivir con ello sin prestar atención a las señales. En Milán, ejemplo pionero en una Europa cada vez más gualda, la comunidad china empezó a formarse ya en los años 30 en via Canonica, la que a la sazón sería, 70 años más tarde, mi calle durante cinco años. En la escuela del barrio había chinos a punta pala. A la hora de la salida, mujeres guapas y hombres mal vestidos atravesaban la puerta antes que tú, se te colaban por debajo del sobaco, no hablaban con nadie, salvo entre ellos, aunque sí sonreían, y conducían a sus hijos a base de collejas y cariño, a partes iguales... Los veías por todas partes. Los negocios del barrio se iban traspasando y allí estaban ellos para pillarlos todos.
En via Paolo Sarpi, centro neurálgico de la chinatown lombarda, había un restaurante chino, el Ju Bin, que ofrecía cientos de platos en el menú: pulpo, cangrejos, gambas, bogavantes, pato, cerdo, pollo, makizushi, futomaki, uramaki... mil platos, digo, preparados de un sinfín de maneras. Todo a lo grande. Un centenar de jovencísimos camareros y camareras que, en muchos casos, no hablaban un pijo de italiano atendían a hordas de famélicos milaneses castigados por el alto nivel de vida de la ciudad. Por 50 euros, 5 ó 6 personas comían y bebían hasta reventar. La relación con el cliente resultaba por lo general bastante fría, fruto de una cultura -no podía ser de otro modo- milenaria, ajena del todo a la europea. Pero bueno, eso era lo de menos. Cuando salías a la calle, bastante más de medio pedo por el vino, parecía que estabas en otro planeta: tiendas de ropa, de zapatos, de juguetes, de todo a un euro, supermercados, restaurantes... y chinos, chinos por todas partes. Buscabas un vínculo con ellos, y sólo aparecía Bruce Lee en el horizonte, algo a todas luces insuficiente. Lo mismo debía sentir Umberto Bossi, fundador de la Lega Lombarda y sumo pontifice de los ultranacionalistas padanos, que montaban tenderetes los fines de semana en el barrio chino para recoger firmas con el deseo de mandarlos a la otra orilla del Liang Shan Po y poner una gran muralla china de por medio.

En aquellos momentos de sobreexposición lo vi claro: la estrategia amarilla era poner gente hábil al frente de iniciativas y negocios con decenas y decenas de empleados mal pagados y repartirlos por todo el planeta. Un plan de selección biológica de líderes aséptica y cuidadosamente llevado a la práctica...

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