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30 abril 2009

Con Moltheni en Zelanda


Entre deprimido y cabreado. Así iniciaba, agarrotado en el volante, mis cortas postergadas vacaciones de Pascua. Aterrorizado por su brevedad, en mi miércoles santo, huía a escape a Holanda de una Bélgica que me despedía con lluvia y que no termina de gustarme un carajo.

Por la mañana temprano había ido a por algo de comida a un supermercado de Schaerbeek, uno de los 19 municipios de Bruselas. Allí, entre una tenue resaca y la vibración que producían en los auriculares los riffs de Doctor Explosión, medio narcotizado y casi ausente, absorto en el expositor de la carnicería, retrocedí sin mirar para agarrar mi carrito, cuando una gorda estúpida y miserable me lo arrancó de las manos sin dirigirme mirada ni palabra. Parece que me había equivocado de carrito. Yo seguí a lo mío, escuchando Chupa aquí (2009), en mi nube, más por orgullo que por ensimismamiento, pero no tanto como para no corroborar una vez más la ruindad, la sordidez y la pobreza que se perciben tan a menudo en lo que fue cortijo de Leopoldo II. La muy imbécil debió verme pinta de chorizo. Sin embargo, ahí estaba yo, con mi ética andaluza, porque ni le escupí ni la meé a pesar de su aspecto de escupidera: retaca, regorda y aplastada. Hortera y esmaltada. Y vieja. Aunque, eso sí, todo en su aspecto rezumaba art-nouveau.

En fin, que en cualquier supermercado de por aquí puedes ver la existencia hecha unos zorros tras una estantería. Pasa entre los nacionales, pasa entre los extranjeros y afecta a todas las edades y a todas las estéticas. La gente no se habla, va a lo suyo, no te pide permiso para pasar si le obstruyes el paso. Se sitúa detrás de ti cuando te has parado a controlar la fecha de caducidad de los yogures y se te queda mirando a ver si te mueves de una vez. Pero si no lo haces, compone malas caras, busca la mirada cómplice de otros zombis que ya hacen cola compartiendo en silencio problemática y maldice por que no tengas ojos en la nuca… pero no dice nada, y resopla, y se va cabreando… Necia estirpe.

Ofreciéndome como pasto a los leones en el circo de mis pensamientos, cuestionándome filosóficamente la existencia, así me iba yo conduciendo, camino de Zelanda, por el carril central de la autopista con una idea fija: meterme litros de vino y zamparme kilos de mejillones y anguilas con denominación de origen. Fue en ese momento, al tiempo que empezaban a aparecer rayos de sol, cuando tomé conciencia de la poesía y la voz sobradas de Moltheni, quien en Gli anni del malto (I segreti del corallo, 2008) me recordaba, además de a Pepe Robles, el paso irremediable del tiempo en clave transalpina.

E mi dò come in pasto ai leoni, nell'arena dei miei pensieri.
Polvere, come il mio ovomaltina giù negli anni andati.
Via così, come spiccioli nelle mie tasche.
Guardali temerari come corvi bianchi.

I miei anni luminosi come neon.

Eccolo il tuo corpo universale, panorama tridimensionale
Che va giù fino al centro del ciclone, giù negli anni andati.
Via così come spiccioli nelle mie tasche
Guardali temerari come corvi bianchi

Come neon

Puestas de sol caleidoscópicas pescando en patera en el delta del Guadiana; porros, cruzcampos y caracoles en las tardes primaverales de Sevilla; mariscos y vino gris en cualquier playa del norte de Marruecos; las 3 islas Borromeas en el Lago Maggiore… Todo eso iba yo recordando mientras oía a Umberto Giardini, Moltheni, convertido ya en estrella de nuestro viaje, y me sentí fatal, como estreñido, pensando en qué había hecho yo para estar consumiendo mi existencia (che non tornerà, non ritornerà più, que decía Battiato) entre gente y en tierra tan mezquinas.



También esa misma mañana, antes de emprender viaje, me había pasado a comprar El País y Le Soir a una papelería. Hay que saber que cuando uno entra en un comercio no debe saludar, porque casi seguro que nadie le responde. Basta con esperar, callado, el turno de pagar. Cuando éste llega, el dependiente, que hasta ese momento tampoco ha dicho nada, despliega un impresionante lenguaje formulario de saludos, despedidas y agradecimientos envueltos en un ropaje tonal que ríete tú del chino cantonés. Si se te ocurre rivalizar con él respondiendo a cada una de sus despedidas, puedes irte sentando, porque te darán las tantas. Así que yo entré, no dije nada, agarré mi periódico, llegó mi vez, dije bon jour, pagué, me despedí con un estricto bonne journée, y me marché sin mirar atrás, que no era cosa de convertirme en sal el mismo día en que empezaban mis vacaciones. Mientras, allí quedaba el dependiente: gracias, adiós, señor, buena jornada, salude a la familia de mi parte, gracias, que tenga unas buenas vacaciones… Otro zombi esperaba su turno.

Cuando entramos en Holanda, después de un atasco de cojones a la altura de Amberes, las cosas no parecían muy diferentes. Sin aduana y sin frontera aparente, nadie y nada te avisa -salvo la mediana de la carretera, que es doble y obliga al conductor a ir más despacio- de que has dejado un mundo entero tras de ti. Todo parecía, en suma, un continuum de Flandes oriental, pero no era así. Cuando bajábamos del coche a preguntar dónde estaba la playa, dónde había una gasolinera o a qué hora cerraba el restaurante que más tarde cerraba, la gente se mostraba amable y sonriente, hablaba, te respondía sin esperar recibir nada a cambio. No podíamos creerlo. Nuestra autoestima empezaba a subir por momentos. Los "belgas" parecían disiparse al tiempo que aquéllas empezaban a parecer verdaderas vacaciones. Cuando por fin estábamos entrando en Breskens, nuestro destino, lo más parecido a Isla Calavera que pudimos encontrar en la red, con su puerto pesquero y su lonja de olores penetrantes, sus boquerones, sus anguilas, sus bogavantes y sus mejillones, Cambiano le cose, de Il Nucleo (Io prendo casa sopra un ramo al vento, 2008) iba recordándonos que las cosas pueden cambiar y que otro mundo es posible incluso si este mundo es el casi agotado mar del Norte.

Quante stagioni ancora cambieranno,
quante domande ancora torneranno,
quanti ricordi ancora ti ricorderanno.

Quante serate ancora passeranno,
quanti sistemi per trovare sonno,
solo 3 gocce per dormire a fondo,
cercando 1000 risposte.

Cambiano le cose tutte intorno a te
ogni giorno che c’è,
cambiano le stelle cambiano con me
ogni notte che c’è,
cambierò la pelle ad tutti i miei perchè,
ma ti prego adesso resta qui con me.

Quanti rumori dietro le serrande,
quanti vicini con le orecchie lunghe,
quante tv che mi addormento sempre.

Quante paure dietro la finestre,
quante occasioni abbiamo dato perse,
crediamo solo verità diverse
allonttanadoci piano.

15 abril 2009

Le Grand Café Belfort de Brujas ( Brugge / Bruges / Brügge / بروژ )


La ciudad de Brujas, cuyo aspecto medieval es curiosa y mayoritariamente de factura reciente - la Unesco le cuelga la medalla de patrimonio universal en el 2000-, es actualmente un océano de restaurantes y bares. Los turistas europeos, ingleses sobre todo, atraídos por la cercana Waterloo -sede de la batalla en la que Napoleón perdió a los puntos con el Duque de Wellington-, la sacaron de su letargo cuando empezaron a visitarla allá por el siglo XIX.

Hoy, cuando te internas, a codazos, abriéndote paso entre las oleadas de turistas, en el ultraliberal centro histórico de esta hermosa ciudad afeada por el afán de querer quitarte todo tu dinero (una caja con 5 tiritas, 6 €), debes saber que la has cagado, hermano, porque ahora ya sólo eres un zombi más, dispuesto a poner una cruz en un absurdo mapa de escapadas, bombardear a los amigos con estúpidas fotos y escribir en un diario deprimente "excursión a Brujas".

Y aunque es más que obvio que no todo el mundo va a compartir este punto de vista y dejar, por ello, de ir a este antiguo burgo surcado de canales de aguas sucias a 12 kilómetros del Mar del Norte, mejor será que me creas cuando te digo que ¡no vayas al Grand Café Belfort!, un restaurante con mucha tontería y doble entrada en pleno centro histórico (calles Markt 25 y Eiermarkt 16), cuyo burdo y rapiñero objetivo parece exclusivamente enfocado a la succión de haberes ajenos; más concretamente, los del ingenuo turista de masas estándar (puentes, semanasantas, lunasdemiel y demás).

Dicho esto, expongo mi caso. Pedimos una botella de agua, un té, tres cervezas y tres sángüiches de jamon york y queso y el monstruo de feo del camarero nos clavó, sin protección -imagino que siguiendo al pie de la letra las turbias directrices de Maledetto XVI-, nada menos que 69 €. Para hacernos una idea: Franco y yo pedimos dos cervezas brune, concretamente de la marca Leffe, que en el supermercado no llegarían a 1,5 €, por las que nos cobraron ¡¡¡14,60 €!!! Los tres sángüiches los conviertieron en 6 -¿por...?- y los adornaron con un poco de ensalada para poder así meternos ¡¡34,50 €!!! El té que pidió Lidia costó 5,30 € y la cerveza blanca de Teresa (una Hoegaarden que en el super vale menos de un euro), ¡¡¡7,30!!! Santo dios, si hubieramos pedido, como pensamos, unos mejillones, ¿qué habríamos pagado? ¿200? ¡Qué hijos de la gran puta!

Sabedores del carácter fungible del turista contemporáneo, muchos negociantes por estos pagos no están por labrarse una clientela fiel, lo que resulta ontológicamente imposible, sino por vaciarte la cartera cuanto puedan. Así que no vayáis nunca a estos sitios sin comprobar primero los precios, pero jamás jamás de los jamases, bajo ningún concepto, a Le Grand Café Belfort de Brujas. Que les den por culo a estos ladrones.

Recordad: LE GRAND CAFÉ BELFORT

13 marzo 2009

Lo dice Amèlie Nothomb

Si lo dijera yo, cuando mañana fuera a comprar mi cargamento semanal de cervezas belgas de abadía, lo mismo sufría algún accidente camino del supermercado. Pero no lo digo yo, lo dice Amélie Nothomb, escritora prolífica experta en identidades, en el País Semanal del domingo pasado: La gente cree que los belgas somos afables, amables, buena gente. Pero si te acercas, encuentras a Marc Dutroux... y a otros tantos monstruos. Muchos fingen ser buenos y dan miedo, están llenos de secretos sucios. Lo creo y lo sé.

04 enero 2009

Shunga (la cosa está)

Manu Gómez, polivalente artista de 52 años nacido en Mont-sur-Marchienne (Bélgica) y director y guionista relativamente conocido de cortos (L'encadre, Le petit rouge, Ira-diation, In vino veritas...) y películas (el drama fantástico Peccato y el thriller Le prince de ce monde), es otra víctima más de la ola de desalentadora censura, puritanismo irracional y miedo creciente que invade lo que se suponían las trincheras de la libertad, cuando menos cultural, y no ya de Europa, sino del orbe todo. Anteayer fue una película en Holanda, ayer unas viñetas en Dinamarca y hoy su cortometraje Shunga, pictures of spring.


Shunga, término japonés -literalmente escena de primavera- que hace referencia a un género de grabados de contenido erótico documentado ya en el siglo XVI y precursor del manga en general y del hentai en particular, es un cortometraje de animación de 6 minutos grabado en 35 mm. en el que Manu Gómez crea una secuencia dinámica de "shungas" de los ss. XVII al XIX rediseñados por él mismo. Y no hay más. O no debería haberlo más allá de su área de influencia: el arte. Sin embargo, la comisión que se ocupa de otorgar ayudas económicas dependiente de la Comunidad Francesa de Bélgica, noble garante de filtros morales y religiosos, ha decidido que se trata de un obra pornográfica y le ha negado la subvención necesaria para su distribución, con lo que conlleva para Gómez, también productor de la película, y para la inteligencia, que se lleva otra colleja. El hecho resulta especialmente lamentable por cuanto que el trabajo ya ha recibido, por otra vía, alguna subvención y ha sido incluido en la programación de reconocidos festivales como el Annency de 2008 o el Clermont-Ferrand Short Film Festival de este año.
El arte shunga deparaba al artista japonés medieval un beneficio que no obtenía tan fácilmente cuando posaba su mirada en objetos diferentes de los eróticos. Los samuráis lo consumían y nadie andaba jodiendo la marrana, sin embargo hoy, con el arte sometido a las reglas del mercado, a los tejemanejes de taimados políticos fungibles y a la torpeza de grises secretarios, Manu Gómez no ha tenido tanta suerte. De hecho, YouTube, en donde estaba alojado el vídeo cuando inicié este post hace un rato, lo ha removido por violar los términos y condiciones de uso. Pero bueno, se puede ver, joderos, en el blog de Albert Montagne, quien, sabiamente, ha sabido adelantarse a la jugada.
Y si YouTube, que tras firmar un acuerdo con la CBS anda ahora en negociaciones con la MGM, sume a uno en una angustia no del todo inesperada (de mis veinte vídeos de Joni Mitchell guardados hace un año ya sólo pueden verse dos), qué decir del veto de Facebook a los pezones hinchados (y a cualquier teta expuesta en general) que madres lactantes tenían a bien enviar en formato jpg a esta red social y ante cuyas quejas los responsables despliegan una sordera militante.
¡Grandes cosas veredes, Joselito! ¡Y bien gordas!
Hentai. Vacas porno

17 diciembre 2008

Entre flamencos y valones

Días y días. Semanas que hacen meses. Eternamente. Bajo una lluvia ya como de la familia y alguna que otra nevada de por medio. Así andamos. Siempre orbitando en los cero grados y azotados por un viento persistente, un viento polar que barre tejados e ilusiones y dibuja de polders un horizonte de paraguas rotos. Necrosis en la polla será mi diagnóstico, lo sé, así que a tomar por culo todos mis desvelos ociosos por hallar la ubicación del punto G mientras siga viviendo entre flamencos y valones.

En el trabajo, los jefes son tan tan majaderos, tan inútiles, tan imbéciles que sólo pensar en describirlos me aviva, literalmente, la gastritis. En la cara de los colegas ves a diario el valor de nuestros políticos: la inutilidad manda y comanda en un día de Reyes permanente: se recogen paquetes, se devuelven favores, se invierte a plazo variable, se hace un hueco al tonto de la familia de la persona importante. ¡Y Zapateros, berlusconis y sarkocíes por horizonte para poner fin a tanto desafuero, tantas irregularidades e injusticias! ¡Menudo panorama!

En casa, la cosa no es mejor. Los del tercero, apenas intercambias una sonrisa y unas palabras en dariya, tomando el capullo por escroto, hacen de la puerta de tu garaje aparcamiento. La del segundo izquierda, una sucia zorra ex-italiana, hace dualidad de la existencia, la suya y la mía: la semana que la atleta tarada de su hija única deja de correr sobre mis sesos rotos desde las siete de la mañana y se va a la casa de su padre divorciado, su amante de turno hace acuse de presencia con quejidos, crujidos y jadeos. Desde que murió Fassbinder, estos grasientos y repulsivos sementales andan vagando, sin trabajo, por el mundo y pueden aparecer para amargarte a cualquier hora en cualquier sitio. Y de la pareja del segundo derecha, la chica, una francesa con muy mala hostia, toca el piano y, últimamente, una caja de ritmos. ¿Nadie le ha dicho a esa desquiciada gabacha que es una desgracia para la música?

Y si vas por la calle, ni siquiera es posible, como habrá intuido el lector inteligente, decir belgas de mierda para desahogarte. A la tan cacareada desavenencia entre flamencos y valones de reglamento, hay que añadir masas ingentes de magrebíes, turcos, armenios, polacos, italianos y españoles de tercera generación, portugacas, sudaqueses… hordas confundidas haciendo bandera de sus santos cojones en el corazón de una Europa que parece haberse olvidado del sudor y la sangre que costó la Revolución Francesa.

Pero hay más. Baste por el momento sólo una nota. A esa caterva de políticos nacionales, ignominiosos e ignorantes, que denuncia con valentía El que apaga la luz, hay que añadir a nuestros internacionales, la Roja de la política, un sociolecto que habla pijenés y luce un escapulario que lo acredita como miembro de las instituciones europeas. Grises políticos que han bajado a segunda o simples luminarias provincianas jugando a los barquitos y haciendo que se dispare el precio de los restaurantes y los alquileres entre las coordenadas del sueldazo que tengo y el fin de semana que me marcho a España a tirarme a mi gorda. No obstante, situemos las cosas en su sitio, que me enciendo y no es plan. Tampoco son éstos pijos tan peligrosos como otros pijos de antes, como aquel joven pijo, Jose María del Nido, hijo entonces del delegado de Fuerza Nueva en Sevilla y presidente hoy de uno de los dos equipos de fútbol de la ciudad del Betis, que, aficionado a dar cadenazos a quien se le ponía, convirtió en un despojo en 1978 la vida de Jesús Damas, joven miembro del PTE. [Gracias, Joselito, por pasarme la prueba documental]

Y no hablo de los amos del mundo, que infectan la ciudad embutidos en sus uniformes planchados, porque me estoy extendiendo demasiado. Así que volvamos a lo nuestro, terminemos: Bruselas, en un sesgado análisis sociológico, es un lugar que no merece la pena ser vivido.

01 junio 2008

Vetusta Morla: Un día en el mundo

Aunque contenga canciones que no están mal y no pocos momentos estupendos, quién se atreve a decir que el último disco de Vetusta Morla (Un día en el mundo) es un disco buenísimo, esa fórmula que tan a la ligera repetimos cuando recomendamos un disco, incluso cuando no nos lo creemos ni de coña (¿Cuántos discos buenísimos has oído en lo que va de milenio?). No sé, lo mismo es cuestión de tiempo.
Sin embargo, la canción que da título al disco se ha convertido en la banda sonora de nuestros viajes durante todo el mes de mayo. Nos encanta. La ponemos nada más arrancar, varias veces durante el trayecto, cuando salimos, puestecillos, de los restaurantes o al volver en la oscuridad de la noche. Subimos el volumen, lo bajamos, hacemos voces y visitamos Brujas, Gante, Lovaina, Malinas, Lieja, Tervuren... con sus calles repletas de euroseres, extrañas entidades correctas e individualistas. Es verdad que no conseguimos entender qué es lo que cuenta la canción, qué es lo que piensan esos seres, pero qué importa. Acaso sea eso lo que hace que todo tenga en nosotros ese efecto tan narcótico. Definitivamente, un día en mundo, nuestra canción de mayo.
Por el día nos encierran en sus jaulas de cemento y aprendemos del león.
Por la noche atrapamos corazones asfixiados y disparos en su honor.
Mírame, soy feliz, tu juego me ha dejado así.
Consumir, producir, la sangre cubre mi nariz.
No sé dónde quedó el rumor que nos vio nacer,
pagó la jaula al domador.
Dilatamos las pupilas en encuentros con sirenas con las piernas de neón.
Y blasfemamos por dios, prometemos por vos,
machacamos nuestros cuerpos prietos por un sueño de cartón.
Mírame, soy feliz, tu juego me ha dejado así,
disfrazar, seducir, ponerme guapo para ti.
No sé dónde quedó el rumor que nos vio nacer,
pagó la jaula al domador.
Mírame, soy feliz, mírame, tu juego me ha dejado así.
Mírame, qué hago aquí, mírame, tu juego me ha dejado así.
No sé qué fue de aquel rumor que nos vio crecer
siendo la carne del león.
(Galván/Vetusta Morla)



Información sobre Vetusta Morla en su página.