28 mayo 2012

Apariciones marianas (I): Rajoy contra la igualdad social


En 1983, con motivo de la aparición de La desigualdad humana, polémico ensayo del notario, periodista y escritor Luis Moure Mariño, un tal Mariano Rajoy Brey, diputado de 28 años de Alianza Popular en el Parlamento Gallego, escribía en El Faro de Vigo el artículo "Igualdad humana y modelos de sociedad". Hijo de un estraperlista a quien probablemente consideraba parte de una raza superior, Moure había contribuido activamente al buen nombre del franquismo, un periodo que no dudaba en calificar de época de libertad. Ya en 1938, antes del final de la Guerra Civil, había publicado un Perfil humano de Franco. En su artículo, el joven Rajoy, deudor a lo que parece del legado intelectual de Moure, se mostraba como una suerte de experto genetista y filósofo moral que abogaba por el determinismo biológico impuesto por el código genético para defender la idea de que la desigualdad entre los individuos es un hecho natural. Tal es la idea que vertebra La desigualdad humana, en opinión de Rajoy "uno de los libros más importantes que se han escrito en España en los últimos años".

Un adolescente de talento
Existe, en suma, un instinto, una tendencia natural a ser diferente, nos dice Rajoy, que constituye la base del progreso. La desigualdad entre los individuos es un hecho y la superioridad de unos sobre otros es cosa probada por la ciencia. La "buena estirpe" -la suya, entendemos- es hábil y capaz, emprendedora y competitiva, inteligente y posee tal afán de superación que hay que considerarla la verdadera fuerza de dicho progreso. Seguro de su interpretación del mundo, don Mariano va dejando pistas sobre su ideario político -o el de su estirpe-: desde que el "huevo fecundado" es el punto de arranque de un nuevo ser humano, hasta que el deseo de igualdad es culpable de subir impuestos e igualar retribuciones. En este sentido, el socialismo y el comunismo, en tanto que modelos políticos que aspiran a la igualdad social, sólo podrían lograr, por decreto, la igualdad de la riqueza, pero jamás podrían "decretar" la igualdad de la inteligencia o el carácter. El marxismo no es, pues, sino un atentado contra el progreso, y los hechos lo demuestran: lo único que ha conseguido es igualar la miseria.

El resto ya lo conocemos. Con ideas de tan profundo calado, con tantísima altura intelectual, es fácil entender que el joven Mariano llegara finalmente a ser presidente de un país. De un país, eso sí, que hace aguas por todas partes. Más que probablemente, pensarán los de su estirpe, por culpa de la herencia recibida. O de ETA. O de Grecia.

Reproducimos a continuación el artículo del sr. Rajoy -hace tiempo accesible en red- sin más intención que contribuir a la difusión de un documento cuyo valor histórico nos parece incuestionable. Lean, lean. Y juzguen ustedes mismos.


Igualdad humana y modelos de sociedad
Mariano Rajoy Brey (1983) [pdf]

UNO de los tópicos más en boga en el momento actual en que el modelo socialista ha sido votado mayoritariamente en nuestra patria es el que predica la igualdad humana. En nombre de la igualdad humana se aprueban cualesquiera normas y sobre las más diversas materias: incompatibilidades, fijación de horarios rígidos, impuestos -cada vez mayores y más progresivos-, igualdad de retribucio­nes... En ellas no se atiende a criterios de eficacia, responsabilidad, capacidad, conocimientos, méritos, iniciativa o habilidad: sólo importa la igualdad. La igualdad humana es el salvoconducto que todo lo per­mite hacer, es el fin al que se subordinan todos los medios.

Recientemente, Luis Moure Ma­riño ha publicado un excelente libro sobre la igualdad humana que paradógicamente (sic) lleva por título "La desigualdad humana”. Y tal vez por ser un libro “desigual” y no sumarse al coro general, no ha tenido en lo que ahora llaman "medios intelectuales” el eco que merece. Creo que estamos ante uno de los libros más importantes que se han escrito en España en los últimos años. Constituye una prueba irrefutable de la falsedad de la afirmación de que todos los hombres son iguales, de las doctrinas basadas en la misma y por end­e de las normas que son consecuencia de ellas.

Ya en épocas remotas -existen en este sentido textos del siglo VI antes de Jesucristo- se afirmaba como verdad indiscutible que la estirpe determina al hombre, tanto en lo físico como en lo psíquico. Y estos conocimientos que el hombre tenía intuitivamente -era un hecho objetivo que los hijos de "buena estirpe” superaban a los demás- han sido confirmados más adelante por la ciencia: desde que Mendel formulara sus famosas "Leyes" nadie pone ya en tela de juicio que el hombre es esencialmente desigual, no sólo desde el momento del nacimiento sino des­de el propio de la fecundación. Cuando en la fecundación se funde el espermatozoide masculino y el óvulo femenino, cada uno de ellos aporta al huevo fecundado -punto de arranque de un nuevo ser huma­no- sus veinticuatro cromosomas que posteriormente, cuando se producen las biparticiones celulares, se dividen de forma matemática de suerte que las células hijas reciben exactamente los mismos cromosomas que tenía la madre: por cada par de cromosomas con­tenido en las células del cuerpo, uno sólo pasará a la célula genera­triz, el paterno o el materno, de ahí el mayor o menor parecido del hijo al padre o a la madre. El hombre, después, en cierta manera nace predestinado para lo que habrá de ser. La desigualdad natural de hombre viene escrita en el código genético, en donde se halla la raíz de todas las desigualdades huma­nas: en él se nos han transmitido todas nuestras condiciones, desde las físicas: salud, color de los ojos, pelo, corpulencia... hasta las lla­madas psíquicas, como la inteli­gencia, predisposición para el arte, el estudio o los negocios. Y buena prueba de esa desigualdad origina­ria es que salvo el supuesto excepcional de los gemelos univitelinos, nunca ha habido dos personas iguales, ni siquiera dos seres que tuviesen la misma figura o la mis­ma voz.

Esta búsqueda de la desigualdad tiene múltiples manifestaciones: en la afirmación de la propia personalidad, en la forma de vestir, en el ansia de ganar -es ciertamente revelador en este sentido la referencia que hace Moure Mariño al afán del hombre por vencer en una Olimpiada, por batir marcas, records...- en la lucha por el poder, en la disputa por la obtención de premios, honores, condecoracio­nes, títulos nobiliarios desprovis­tos de cualquier contrapartida eco­nómica... Todo ello constituye de­mostración matemática de que el hombre no se conforma con su rea­lidad, de que aspira a más, de que busca un mayor bienestar y ade­más un mejor bien ser, de que, en definitiva, lucha por desigualarse.

Por eso, todos los modelos, des­de el comunismo radical hasta el socialismo atenuado, que predi­can la igualdad de riquezas -porque como con tanta razón apunta Moure Mariño, la de inteligencia, carácter o la física no se pueden "Decretar"- y establecen para ello normas como las más arriba citadas, cuya filosofía última, aun­que se les quiera dar otro revestimiento, es la de la imposición de la igualdad, son radicalmente contra­rios a la esencia misma del hombre, a su ser peculiar, a su afán de superación y progreso y por ello, aunque se llamen a sí mismos "mo­delos progresistas", constituyen un claro atentado al progreso, por­que contrarían y suprimen el natu­ral instinto del hombre a desigua­larse, que es el que ha enriquecido al mundo y elevado el nivel de vida de los pueblos, que la imposición de esa igualdad relajaría a cotas mínimas al privar a los más hábi­les, a los más capaces, a los más emprendedores... de esa iniciativa más provechosa para todos que la igualdad en la miseria, que es la única igualdad que hasta la fecha de hoy han logrado imponer.


02 mayo 2012

El Día De


Anteayer, 30 de abril, fue el Día Internacional del Jazz. El primer día del jazz de la historia. Una iniciativa auspiciada por la Unesco a instancias del gran Herbie Hancock, que nace en forma de chaparrón de actividades -conciertos sobre todo-, desplegadas por todo el planeta con la pretensión de integrar reivindicaciones femeninas, interculturalidad, pacifismo y dignificación de las personas a partir del propio jazz como elemento aglutinador. Grandes objetivos estos de sesgo filantrópico, dirigidos a inundar la aldea global, que no siempre resultan sencillos de descodificar. De entrada, las celebraciones no empezaron, como hubiera sido preceptivo, anteayer, sino el pasado 27, en la aséptica sede parisina de la Unesco, con mesas redondas, conferencias, talleres y otras gaitas. Nada que ver, obviamente, con las plantaciones, cárceles, calles, iglesias y tugurios en los que se forjó el jazz primigenio, una forma musical cuya edad de oro hay que situarla ya muy lejos: en los años 50 del siglo pasado. Cuesta trabajo imaginarse a Thelonious Monk, Charles Mingus, John Coltrane o Sun Ra en actos descafeinados destinados a integrar el jazz en la maquinaria ultraliberal de nuestros días, o a Miles Davis, Charlie Parker o Chet Baker, hasta las cejas de heroína, sonriendo hipócritamente al diplomático de turno.

Con todo, nada más lejos de mi deseo que despreciar aquí el empeño del autor del recomendable Head hunters (1973). El del jazz no es un día que me repela especialmente. Lo que en verdad repele es el nada asumible maremágnum de "Días De" que ha terminado por anegar el calendario. Al principio, al santoral de toda la vida se le iban añadiendo días señalados que nacían al simple objeto de reseñar un hecho a reivindicar o simplemente memorable: Día Mundial de la Salud, Día Internacional de los Gitanos, Día Mundial del Sida, Día Mundial Sin Automóviles, Día de los Derechos Humanos... Sin embargo, al poco, la cosa empezó a salirse de madre. Basta detenerse un momento en los "Días De" medioambientales para hacerse una idea precisa: Día Mundial del Medio Ambiente, Día de la Tierra, Día del Sol-Tierra, Día Mundial de la Diversidad Biológica, Día Mundial de los Océanos, Día Internacional de los Humedales, Día Internacional de las Aves, Día del Árbol, Día Forestal Mundial, Día Mundial del Agua, Día Meteorológico Mundial, Día de Acción Contra las Represas, Día Internacional del Combatiente en Incendios Forestales, Día de la Conservación del Suelo...

Así las cosas, a fuerza de conmemorar un Día De tras otro, se ha terminado por minimizar o fagocitar el valor práctico y diferencial de cada nueva celebración, deviniendo el calendario un caótico compendio de efemérides, la mayoría banales, redundantes, estúpidas o despreciables, que se suceden sin solución de continuidad: desde el Día de la Marmorta al Día del Número Pi, pasando por los de Halloween, de San Valentín, de la Marihuana, de las Fuerzas Armadas, de la Secretaria, de la Enfermera, del Abogado, de los Cornudos, del Toro Enmaromado, del Perro Callejero, del Dulce de Leche, de la Guerra de las Galaxias o de la Internet Segura. Y así hasta el infinito, lo que no deja de ser sino un reflejo de lo obvio, lo serial y lo vacío de contenido que impregna la cultura humana actual, que da muestras, también de este modo, de hallarse en una especie de fase terminal.

Frente a ello, ante semejante propagación de la chorrada institucionalizada, bastaría, en mi opinión, con dos conmemoraciones mutuamente excluyentes: el Día de la Revolución, para celebrar la destrucción del mundo de mierda que hemos construido, y el Día del Aquí Te Espero, para conmemorar la paciencia e inactividad con la que seguimos esperando su apocalipsis. ¿Para qué más?