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09 julio 2012

Mondo Cane: un día de perros

A El que apaga la luz, Cecilio (que le salvó
la vida), Dylan (a quien yo se la perdono) 
y Pío IX (al que no tengo el gusto de conocer)


En Mondo Cane, donde rige la ley del hombre blanco, cuando por la mañana te echas a la calle, lo haces ya con la razón incendiada por las conversaciones que has tenido que soportar antes de levantarte de la cama. Mucho antes siquiera de haber llegado a entrever a través de la cortina un destello de luz. Los hechos se encadenan de forma natural: empieza uno en el edificio de enfrente, otro da acuse de recibo desde el jardín de al lado y la pareja del piso de abajo se lanza de inmediato a una inclemente interacción. Un debate frenético, casi diario, que se prolonga a lo largo del día con la inestimable colaboración de ocasionales transeúntes.

Mundo Arcade
Ya en la calle, con el machete entre los dientes y el café atravesado en el estómago luego de dos horas de ladridos, te mueves con dificultad por un firme sembrado de bombas que te impiden elevar la mirada y disfrutar de la herencia artística que legó Roma a la posteridad. Disueltas cuando llueve, petrificadas hoy que arrecia el calor, mierdas y mierdas de todos los colores, tamaños y texturas y gente de mierda con perros de mierda inundan las degradadas aceras de una ciudad convertida en una mierda inmensa y proverbial. A buen seguro, como en tantas otras.

Tierno amigo
Mientras caminas por vía Garibaldi, te acuerdas de aquel niño que en las tardes lluviosas de Isla Calavera se pasaba las horas muertas detenido en la acepción "perro" de la Enciclopedia de Ciencias Naturales de Bruguera y no te reconoces. ¿Qué fue de aquel experto en mastines, alanos, retrievers, bodegueros y podencos? ¿Qué queda de aquella alelada pareja adolescente de enamorados con perrito? Casi seguro, nada. Y ademas, qué te importa. Acabas de pisar una mierda con tus Camper relucientes y no aciertas a hacer otra cosa que caminar en círculos maldiciendo a quienes tuvieron la ocurrencia, hace miles de años, de convertir lobos salvajes en vigilantes y pastores, propiciando la deriva genética de la que surgen las 450 razas modernas de perros, hoy relegadas a la estúpida condición de mascotas.

Un recuerdo indeleble de tu mejor amigo
Eficaces en el combate contra la soledad y la depresión, hábiles en la detección de múltiples sustancias y capaces de identificar más de 150 palabras, de encararse al mismísimo Bin Laden o de ganar un oscarde los perros se ha dicho que son un espejo en el que mirarse: listos, valientes, generosos y nobles. Y no son pocos los que los sitúan a la altura del hombre en la cadena evolutiva o incluso, como Pérez Reverte, por encima. Sin embargo, vistas las cifras de abandono y maltrato, no parecen minoría quienes detestan a estos polifacéticos cuadrúpedos que infectan de excrementos nuestras ciudades, degradándolas hasta lo inadmisible, y nos transforman con sus ladridos en virtuales asesinos sin salir de casa. Por si esto fuera poco, los perros son portadores de parásitos y enfermedades y no están exentos de un psicología compleja: son celosos, pesimistas, envidiosos y, lo que es peor, potencialmente agresivos. Los datos son tozudos al respecto: en Estados Unidos, por ejemplo, donde nacen 2.000 perros cada hora, 4,7 millones de personas son anualmente víctimas de sus mordiscos. De ellos, la mayoría son niños, y de estos, la mitad son mordidos en la cara. Concretamente, entre 1979 y 1996 se produjeron 183 ataques mortales. De manera que no parece que el perro sea precisamente el mejor amigo del hombre en Mondo Cane.

En fin, te limpias las botas como puedes y enfilas hacia al parque de Villa Pamphilj a tratar de aplacar tu deseo de venganza, pero no haces sino empeorar las cosas: encontrar en la yerba un espacio para extender la toalla libre de los innumerables zurullos escondidos es un ejercicio enervante. Y cuando finalmente te tumbas, muerto de asco, el horizonte es desolador: decenas de chuchos sueltos babeando, meando y cagando por todas partes, mientras sus propietarios departen relajados echando un cigarrito, y tú tratando de controlar el deseo de degollar a un cocker de mierda empeñado en mearte la mochila. Las multas, los cursillos, las bolsitas de plástico, las escasas y vomitivas zonas para perros, la creación de un banco de ADN canino... no son más que memeces, fuegos artificiales que no se toman en serio ni las autoridades. De hecho, hasta los 54.000 perros raptados en Italia y vendidos en el norte de Europa cada año te resultan claramente insuficientes.

Campo o barranco
Sabiduría china
Echado en la toalla, boca arriba, bajo el sol devastador de junio, proyectas desde la rabia un mundo en guerra sin otro fin que la total aniquilación de Mondo Cane. Mientras miras al cielo, las imágenes se suceden en tu cráneo recalentado llevadas por la necesidad de encontrar esperanza por alguna parte. Eficientes policías apaleando a ciudadanos por negarse a recoger las cacas de sus alimañas aduciendo que "solo había(n) orinado". Probos ministerios de Sanidad, sordos a las absurdas alegaciones de los amos, repartiendo salchichón envenenado por calles y patios vecinales. Gobiernos que defienden el exterminio masivo de perros callejeros como parte esencial de su programa de limpieza urbana. Héroes anónimos que siembran de cebos con raticida parques y viviendas con jardín en Roma o Zaragoza.

Cuestión de igualdad
Cuando, al caer la tarde, vuelves a  casa, no menos furioso que cuando te fuiste, los perros de la vecina te reciben como te despidieron: ladrando desde el balcón como posesos -especialmente el beagle, al que con gusto asfixiarías con tus propias manos-. En tu desesperación, ya no sabes si rociarles ácido sulfúrico o ponerte a llorar, y te preguntas, rendido a la propia impotencia, si no habrá forma legal de proceder a la ablación de las cuerdas vocales de esos hijos de puta o de encarcelar a la maldita foca de la dueña, habida cuenta de que hay precedentes. Mejor aún: ¿por qué no comérnoslos como en China, Filipinas, Suiza o Alemania? Pregunten en Corea del Sur: un plato exquisito. 

Pese a todo, por inesperado que pudiera parecer -a ti el primero-, horas después, cuando ya todos duermen, te sientas frente al ordenador con un cerveza fría en la mano y empiezas poco a poco a asustarte de tus propios pensamientos. Ahora, en el silencio de la noche, las cosas te parecen más sencillas y te dices que no, que no, que tú no eres capaz de torturar a un perro hasta la muerte o de enterrarlo vivo sólo por estar estresado. Convencido de ello, respiras entonces aliviado y, camino de la cama, crees haber encontrado una solución al problema en clave salomónica: mientras esperas la llegada del glorioso día en que los perros son desterrados de las ciudades, te conformarás con comprarte tapones de silicona y zapatos de suela lisa y, eso sí, con poder mear y cagar y escupir libremente por las calles tú también... Aunque... ¡Joder, mierda, otra vez! ¡Me cago en San Roque! ¡No va a haber más remedio que cortarles el cuello a esos putos cabrones!


N. B.  Dylan es el único perro del mundo al que estoy dispuesto a aguantar.

 

25 marzo 2012

Roma es alegre mientras se asfixia


Il Treno Verde di Legambiente
Como ya dije aquí hace unos días, los pronósticos medioambientales para el pasado viernes 16 de marzo en Roma no anunciaban precisamente un fin de semana ideal. Se recomendaba, sobre todo a enfermos, niños y ancianos, no salir a la calle por la tarde y se conminaba a corredores, ciclistas y demás fauna parqueurbana a no entrenar al aire libre. No lo pensé mucho. A la hora de ángelus, agarré la cámara y salí a pasear, empezando por el parque de Villa Doria Pamphilj, con la intención de hallar pruebas visuales de los venenos que acechaban desde el cielo la ciudad de Benedicto y Alemanno.

No lejos de allí, en pleno centro, concretamente en vía Cavour, se encontraba el Treno Verde, laboratorio móvil sobre raíles encargado de monitorizar la contaminación atmosférica -y acústica- dentro de una campaña emprendida en 8 ciudades de Italia por Legambiente, la más importante organización ecologista del país, y por Ferrovie dello Stato Italiane. Tras 72 horas de recogida de datos (de viernes a domingo), las conclusiones resultaron tan inquietantes como previsibles: 2 de cada 3 días se rebasan en Roma los 50µg/m³, umbral legalmente admisible, de partículas en suspensión. Concretamente, 75µg/m³ el viernes y 78µg/m³ el sábado. También resultaron sorprendentes los datos referidos al benceno, un asunto que se creía en parte superado: el viernes se alcanzaron los 9,6µg/m³, el doble de lo permitido. Y más o menos lo mismo puede decirse del PM2,5. Semejantes conclusiones no venían sino a coincidir con los datos obtenidos por la Agenzia Regionale per la Protezione Ambientale del Lazio (ARPA Lazio) en su estación de corso Francia: ese mismo viernes negro se cumplían 35 días en los que se había superado el límite anual de PM10, cuando solo habían pasado 77 días desde el inicio del año. Según Legambiente, los días en que se superó el umbral "legal" de nanopartículas en 2011 doblaron en número a los del año precedente, una progresión que, parece, se mantendrá este año.
Desde el Gianicolo, la contaminación asusta.
En gran parte ajenos al conflicto o poco interesados en él, los romanos se asfixian, piano piano, mientras las autoridades competentes, a juicio de Legambiente, poco o nada hacen. La política medioambiental es un perfecto descalabro. Todo es desinterés, inmovilismo, infinitas promesas incumplidas. No se abren vías peatonales ni carriles-bici, no hay domingos sin coches, no se amplían las ofertas de car-sharing ni las ZTL y, lo que es peor, tampoco se combate la raíz del problema: el número de coches. 35 millones por 60 millones de italianos. Familias con más coches que miembros.
Previsiones para el viernes 23

En este sentido, no parece que pueda haber otra salida que dinamitar el histórico idilio del italiano con su macchina y potenciar el uso del transporte público si se quieren reducir estos venenos cuyo efecto no sólo malogra mortalmente la salud de las personas, sino, también, la de los edificios de una ciudad que vive de ellos y que hoy no me atrevería a recomendar salvo a áspides como Cospedal o Arenas. El Coliseo, por ejemplo, se desmorona cada día que pasa. No en vano por la Vía dei Fori Imperiali pasan ¡3.400 vehículos cada hora!

En fin, entre unos y otros, la casa por barrer y la gente tan fresca. Probablemente los romanos se contenten pensando que en Milán están peor o que la crisis y el precio sideral del combustible -casi 2€/litro- les llevarán inevitablemente a sobreponerse a la suciedad y la impuntualidad de los medios públicos y a terminar dejando el coche en el garaje. ¡Bendita crisis!, porque la verdad es que se ha incrementado la compra de abonos anuales para el transporte público en un 30%, al tiempo que el consumo de combustible ha caído casi un 20%. Sin embargo, mientras lo fiamos todo a la crisis esperando un milagro, qué remedio, tendremos que volver a cruda la realidad. Este fin de semana no se plantea sino peor que el anterior a tenor de los pronósticos, de modo que lo mejor será que nos quedemos en casa una vez más.

En un día limpio, hace unas semanas desde el Gianicolo, el Trastevere,
detrás Il Vittoriano en Piazza Venezia y, al fondo, los Apeninos centrales.
Bajo el smog, la cosa cambia. Casi no vemos, en el centro, ni el Castel Sant'Angelo 
ni el santo Vaticano. Y, al fondo, los Apeninos han desaparecido. ¿Milagro?
Viernes 15. Se aconseja no hacer ejercicio al aire libre, pero los romanos no se dan
por enterados. Por la tarde, son cientos los que corren por Villa Doria Pamphilj.
Las terrazas del Castel Sant'Angelo atestadas de turistas ajenos del todo a lo que cae del cielo.

12 marzo 2012

Nanopartículas: el aire envenenado de Roma


Robos, agresiones, violaciones, violencia neonazi, vandalismo tifoso, conducción criminal, desprecio por el bien común, contaminación acústica, desorganización, suciedad... Entre el sinfín de inconveniencias, desgracias, conflictos y delitos que amenazan la vida de quien vive en la ciudad de Roma, hay algo que, probablemente por su fuerza expansiva y su vigorosa capacidad de afectación, resulta más inquietante que todo ello: el aire que se respira, un aire que destaca entre los más nocivos de Europa. Sin embargo, cualquiera que conozca el abandono y el caos organizativo que caracterizan a esta ciudad en todos los órdenes posibles de la existencia, podrá entender fácilmente que el problema de la calidad del aire, a pesar de su incuestionable trascendencia, no tenga una especial consideración.

El poder invasivo de las nanopartículas
Los datos que suministran, entre otros, el portal Epicentro -del Centro Nazionale di Epidemiologia, Sorveglianza e Promozione della Salute-, el proyecto europeo Aphekom o el italiano EpiAir no dejan lugar a dudas. Cada año se atribuyen a los efectos de la contaminación de la ciudad eterna más de mil muertes seguras por cáncer y patologías agudas y crónicas del aparato respiratorio y cardiocirculatorio. Pero poco importa. A pesar de todo ello, a pesar de la recurrente presencia del sintagma polveri sottili en las portadas de los grandes diarios italianos, las autoridades siguen mirando a cualquier parte menos adonde deben. Y es que por mucho que los organismos competentes estén por ley obligados a controlar las partículas en suspensión o nanopartículas que envenenan el aire y a adoptar las medidas pertinentes, esa ley de ámbito europeo (directiva 2008/50/CE) en Italia no es más que un brindis al sol de consecuencias trágicas. Por lo general, se tiende a ignorar el impacto devastador que tienen sobre el ser humano estas sustancias (PM10, PM2'5, PM1, PM0'1...), pero son elementos, tan letales como extremadamente sutiles -el número hace referencia a su diámetro en micromilímetros-, capaces de penetrar en los tejidos, desde la faringe a los alvéolos pulmonares, llegando a alterar las mismas células. Si, por poner un caso, nos centramos exclusivamente en el PM10, se puede ver cómo la normativa fija un umbral máximo de concentración en aire de 50 µg/m³ diarios que no debe superarse más de 35 días al año, cuando, por desgracia, los datos suministrados por la Agenzia Regionale per la Protezione Ambientale (ARPA) revelan que en 2009 fueron 67 los días en que se superó ese límite, 50 en 2010 y más de 63 en 2011.

Desconozco, en ese sentido, el éxito que pueda estar obteniendo la iniciativa Roma sotto smog que la asociación Codacons puso en marcha en diciembre pasado con el fin de exigir a las autoridades romanas que tomen las medidas necesarias y reclamar una indemnización por los daños causados, pero lo que sí puedo asegurar es que hoy, 12 de marzo, mientras voy caminando, el aire resulta, en unas zonas más que en otras, absolutamente irrespirable. Un día, paradójicamente, en que la calidad del aire parece ser aceptable según la consideración de la web La Mia Aria. Si es así, ¿qué será de nosotros el próximo viernes, para cuando esa misma página nos recomienda permanecer en casa?

Mientras sigo mi camino, medio asfixiado, por el centro de la ciudad, no puedo dejar de pensar, una vez más, que los políticos italianos, como tantos otros de otras latitudes, no sirven absolutamente para nada.
 
Coche, fábricas, calefacciones: Roma bajo el "smog"

04 mayo 2011

Romanos: Mamma Roma e i mammoni


Si romanos son esos desquiciados malcabrones, lanzados a la dolce vita, que, cuando juega La Roma, patean el suelo y gritan, a la hora que sea, sin importarles nada y nadie, enfrente de la tele.

Si romana es esa señora laqueada, pija y con ínfulas, que saca a su cochambroso chucho a pasear y adereza de mierdas y meadas las aceras,
ya de por sí rebosantes de inmundicia por obra y gracia del empeño del ayuntamiento en desviar los presupuestos de limpieza hacia otras latitudes como, por ejemplo, el sur de sus bolsillos.

Si es romano ese hijo de un convento de putas que, después de jugarte la vida hasta lograr que los coches paren para poder cruzar el paso cebra, llega con su moto desde atrás a gran velocidad y acelerando y se lleva a tu novia por delante.

Si quien aparca su coche ocupando la acera o los a menudo invisibles pasos de peatones, obligándote a jugártela de nuevo al tener que salir a la calzada, ese territorio hostil regido por la ley del más chulo, es romano también.

Y si es romano ese descerebrado conductor de autobuses, colocado y tatuado hasta el nardo, que va departiendo con su novia al lado, mientras cruza la ciudad a escape libre, frenando y acelerando bruscamente, sin solución de continuidad, ajeno a los niños y a los ancianos de mierda que van dentro...

Si lo son, entonces debería ser un derecho inalienable portar un lanzallamas para defenderse y usarlo en la caótica ciudad de Nerón y Calígula.

Pero no creo. Habrá, seguro, otros romanos que no sean maleducados, egoístas, guarros, incívicos, prepotentes y homicidas. Estoy segurísimo, vamos, de que los habrá. Como en todas partes. Y muchos.

Sin embargo, yo no los he visto todavía por ningún sitio. Y, a pesar de que he pensado en encomendarme a San Juan Pablo II, no me decido a hacerlo, porque, siendo romano como fue, aunque fuera adoptivo, no me merece mucha confianza.



















P.S. Espero que mi vecino de al lado, el señor de la ferretería, el del quiosco de prensa y uno que iba andando el otro día por el parque muy simpático, si aprenden español y llegan a leer a esto, puedan comprender que todo está escrito en clave literaria y coincide con lo que dicen los romanos de sí mismos y sepan perdonarme.

26 abril 2011

La beatificacion de Juan Pablo II: Roma en éxtasis

Ayer fue fiesta en Italia. Doble fiesta. La Pasquetta o lunedí dell'Angelo y el LXVI Aniversario de la Liberación. Una te invita a quedarte en casa a comer en familia. La otra te empuja a la calle a manifestarte -razones hay-. Yo opté por salir a echar un vistazo.

Apenas crucé la puerta, la primera brisa de aire me acercó el comentario de uno que pasaba: Cazzo, sembra più Natale di Pasqua. È vero, dije yo. El cielo no era el divino cielo preñado de luminosidad que se le presupone a una ciudad eterna en fechas como estas. Era un día gris y ventoso en el que más que llover, había llovido y cientos de miles de cacas de las decenas de miles de perros de Roma, disueltas, se extendían por las ruinosas y desangeladas aceras encharcadas. Parecía, en efecto, un día navideño: todo cerrado, casi nadie por la calle y, además, alguien a punto de nacer en lugar de morir o, a lo sumo, resucitar, como sería lo propio de la Pascua. Y es que el nacimiento de San Juan Pablo II a partir de las cenizas de Karol Wojtyla, cuyas capacidades milagrosas, entre otras, parecen más que probadas, tendrá lugar el próximo domingo, 1 de mayo. Un espectacular y milimétrico montaje el de la beatificación de Juan Pablo II, con todo vendido hace ya tiempo a pesar de que los precios han subido un 300%. Así que, en ese momento, sin saber muy bien de dónde me venía la necesidad, enfilé hacia el Vaticano buscando las señales de un acontecimiento que promete convertir una urbe caótica en un caos supino y proverbial. Porque qué es dios sino verbo, aunque ahora se conjugue en polaco.

Por Monteverde, si bien no en exceso, se iban viendo cada poco carteles y autobuses con la cara del superhéroe eslavo informando del evento inminente. En el Trastevere, por el contrario, todo seguía su curso habitual: olores a comida y tabaco, tiendas abiertas, restaurantes y baretos atestados, músicos por la calle y gente bebiendo y comiendo a la intemperie. La liturgia trasteverina sólo se rige por su propio catecismo. Sin embargo, a medida que me iba alejando, los ecos paganos volvían a ser sustituidos, con fuerza redoblada, por la epifanía del nuevo Advenimiento de San Juan Pablo II el flagelante. Cuando llegué por fin a Via della Conziliazione, al fondo el Vaticano, todo era gente variopinta y multiétnica, autobuses de doble piso rebosantes, pizzerías y restaurantes ruidosos, autoportantes supermercado regentados por dependientes hindis, librerías monoteístas, tiendas de souvenirs... Broches, escapularios, rosarios, estampitas, monedas, bufandas, banderines, gorras, camisetas... Un casino estratégicamente vigilado por furgonas de policía. Y así hasta la mismísima Piazza di San Pietro.

San Pedro era un hervidero humano del que sólo sobresalía su obelisco central. Miles de cámaras ametrallaban cualquier punto del espacio posible. Clic, clic, clic... Apenas había zonas vacías en la impresionante superficie. A mi izquierda, en una pantalla gigantesca, se proyectaba la vida, viajes y milagros -hasta 251 se le atribuyen- del gran Karol Wojtyla. Las imágenes se sucedían sin solución de continuidad con breves subtítulos en 6 lenguas distintas: en Corea, en Grecia, en España, en Colombia, en Paraguay... con huérfanos, con ortodoxos, con ancianos, con musulmanes... dando de comer a un niño, dejándose abrazar por un pobre, mirando con tristeza el horizonte, oyendo con dulzura... La gente que pasaba se iba agolpando frente al monitor. Dos jóvenes grunge se pararon a mi lado, dieron la última calada del canuto y se cogieron de la mano, mientras observaban, absortos, las imágenes. Luego se miraron y se besaron sin complejos. ¿Quién queda por saber que ese hombre de ahí con cara de bueno, que hacía turismo por el mundo, no mostraba embarazo por moverse en un coche ridículo, dirigía un negocio impresionante y decía lo que es bueno y lo que no, no es un santo ya antes de ser siquiera beatificado?

En este punto, me puse yo también a sacar fotos. Enfoqué, al fondo, los portales de la basílica, la puerta Filarte y la ventana en la que tantas veces vimos con angustia a un Wojtyla con parkinson. En las valladas escalinatas de delante se veían macizos de flores de colores, sobre todo amarillas, anunciando los fastos inminentes. La multitud se movía de forma imprevisible y aparecia y desaparecía a diestra y a siniestra del visor de mi cámara y casi me mareaba. Dirigí, entonces, el objetivo hacia los soportales de la derecha. Por allí, un río humano, lenta y pesadamente, avanzaba en fila, tickets en mano, para entrar en la basílica y los museos vaticanos. Todos parecían contentos o, cuando menos, transidos de alguna suerte de bondad. Una mujer me avisó de que se me había caído la cazadora y la recogió y me la entregó con gesto suave. Me puse entonces a hacer algunas anotaciones en mi cuaderno en el centro de la plaza y sentí que alguien me observaba con sana curiosidad hacia ya un tiempo. Lo miré al fin y me sonrió dulcemente, al tiempo que una pareja se besaba candorosamente contra el obelisco.

No me hallaba. Yo no pintaba nada en aquel cuadro. Debía ser el único hijo de la gran puta que no sólo no se creía nada de todo aquello, sino que, además, creía que cualquier tarea de reconstrucción tendría que empezar por demoler el Vaticano. Me fui de allí de inmediato por respeto a tanta buena gente.


















29 septiembre 2010

Mondo Cesare

Abres los ojos. Y no crees lo que ves. Y te restriegas los párpados hastiados en el alcohol y la vigilia de la noche anterior. Y los cierras de nuevo, para corroborar lo que se da por cierto a horas tan tempranas: estás soñando y no hay de qué preocuparse. Aprietas los ojos para aferrarte a un sueño, un chute de inspiración gratuito en una mañana preñada de sensaciones hiperlíricas sustitutivas.

Cuando los vuelves abrir, sabes que no pasa nada aunque estés en el cruce de Fratelli Bonnet (Raspberry Beret suena en mi cerebro alucinado). Piaggios, hondas, vespas, lambrettas y yamahas escupidas como en Mario Kart se abren paso entre autobuses desquiciados y coches locos que escupen con desprecio sobre pasos cebra absorbidos por el tiempo y la espaguetinidad en un septiembre húmedo y tórrido. Y piensas con sosiego en los seres queridos, porque en la jungla de asfalto romano que te circunda, en tu delirio matutino, nada es real, pero el roce metálico de la muerte está ahí, persiguiéndote, aunque sea mentira.

Frenas como un resorte cuando, al echarte a la derecha para esquivar a un motorino que te adelanta por la izquierda, te encuentras con una reata de motos que te sobrepasa como una exhalación por ese mismo lado hacia el que te apartas y no hay espacio para ti. Vas a morir en tu sueño de mierda y cierras otra vez los ojos y te dejas conducir por un pasillo donde ya empiezas a ver una luz blanca.

Tratas de sobreponerte a no sabes qué y elevas los parpados por un momento: estás parado ante un semáforo en Mondo Cesare. No sabes cuál es tu carril y los coches y las motos se apelotonan hasta no dejar ningún resquicio por el que respirar, pero no te importa, que les den por culo, tú estás viviendo un sueño. Te descubres repitiendo una y otra vez, sin saber por qué, misto restrallo, misto restrallo, misto restrallo. Es absurdo, porque en Isla Calavera, de niños, llamábamos misto restrallo a una china que se tiraba al suelo y soltaba chispas. Pero tú ahí, repitiendo una y otra vez misto restrallo, misto restrallo. Llegas a pensar que estás enloqueciendo, pero tú, a tu bola, pasas, porque cuando despiertes nada de esto estará sucediendo.

Cuando salta el verde, salen los coches y las motos en tropel, todos antes que tú, y tus retrovisores quedan mirando al este y al oeste, pero a ti no te importa. Sigues avanzando entre humos pesados y polveri sottili que no te afectan en tu naturaleza onírica y piensas que estás durmiendo con tu chica al lado y que son sólo cosas de tu alter-ego lo que ves. Si estuvieras despierto tratarías de comprender cómo el ayuntamiento no recoge mil cadáveres diarios de las avenidas, pero no te lo preguntas, es mejor disfrutar tratando de esquivar el autobús 115, que entra por la derecha como un demonio, y, cuando lo consigues, descubres que has llegado a la curva donde murió Cesare.

Imposible saber si el joven Cesare murió de un accidente circulatorio o cerebrovascular, como imposible es saber si fue como motorista o peatón, sin embargo, cuando dejas a tu derecha su foto, ya has llegado por fin al Trastevere, tu nuevo hogar, y tu chica te espera a punto de despertarse. Sería estupendo, tras tanta adrenalina segregada, echar un buen polvo matutino, pero, a estas alturas, ya no sabes si tu chica es una fantasía o si Cesare fue una aplastante realidad.