Fukushima es el nombre de un lugar que nadie debería ignorar, aunque, por
absurdo que parezca, haya gente interesada en que eso ocurra. Aun así, de uno u
otro modo, oculta tras un montón de mentiras concienzudamente tejidas, la
central nuclear de Fukushima Daiichi ahí sigue, día tras día, desde el pasado
11 de marzo de 2011, como un monstruo que se come la vida silenciosamente y amenaza
con engullirlo todo. Al principio las noticias fluían sin freno, en consonancia
con la magnitud de la tragedia, sin embargo, pasados unos meses, acabaron
convirtiéndose en notas breves, superficiales y esporádicas en los principales medios
de información del planeta. Sólo con motivo del primer aniversario de la
catástrofe, volverían a ocupar, convertidas ya en crónicas triviales de tono compungido, las portadas de todos los periódicos. Pero fue, en
todo caso, un resplandor que se apagó a los pocos días.
En todo este tiempo -19 meses-, los datos se han ido conociendo, entre
cifras que bailan, valoraciones encontradas y rectificaciones, de manera
confusa. Desde las dimensiones de la zona de exclusión a los años necesarios
para desmantelar la central, pasando por la magnitud de las emisiones radiactivas y la prohibición o no de ingerir ciertos alimentos. Se ha hablado de soluciones
como sellar las grietas, extraer las barras de combustible o parar los
reactores en frío (cold shutdown),
soluciones todas ellas obligadas pero no definitivas. Se ha especulado acerca de la tipología de los contaminantes liberados por tierra, mar y aire y de sus efectos perniciosos sobre los organismos... Un escenario sobrecogedor, silenciado con palabras, manejado por políticos incapaces,
periodistas adormecidos y gente interesada del lobby nuclear. En diciembre, el primer ministro japonés, Yoshihiki Noda, aseguraba que se había conseguido la parada en frío de los reactores y, sólo un
mes después, el ex-diplomático estadounidense Kevin Maher, con motivo de la publicación de su libro The Japan that can't decide, aseguraba que eso era
una ficción.
Sea como fuere, lo sepa o no una población enfrascada en sus cuitas
económicas y sumida en la inacción frente a cuestiones esenciales, la tragedia
de Fukushima es un agujero, cuya magnitud real sigue sin conocerse, por donde
parece escapársenos la vida. De poco vale ya seguir culpando a TEPCO (Tokyo
Electric Power Company) o al gobierno nipón. ¿Tendría sentido acusar a Jack
el Destripador de excesiva rudeza o al Vaticano de potenciar la superstición? Importa
sólo la herencia de las generaciones venideras, abandonadas ya a un futuro
prácticamente hipotecado. Si en diciembre, por poner un ejemplo, nos
aterrorizaba que las cantidades liberadas sólo de cesio equivalieran a 168 bombas nucleares de
Hiroshima, ahora, octubre de 2012, es la
supervivencia del planeta entero lo que está en peligro. Y no es una patochada
ni una alucinación. A primeros de agosto, en una entrevistaque está
adquiriendo notoriedad en estos días, Mitsuhei Murata, ex-embajador de Japón en
Suiza lo exponía con una rotundidad aplastante [vídeo con subtítulos en inglés].
Ya en marzo pasado, Murata había declarado públicamente ante el Budgetary Committee of the House of Councilors que el edificio
paralizado que alberga el reactor 4 estaba hundiéndose. Dicho edificio cuenta
con una piscina de enfriamiento, situada a 30 metros por encima del suelo y sin
protección -el viento se llevó el techo-, con más de 1.500 barras de
combustible gastado y una radiación de 37 millones de curios (unas 460
toneladas de combustible nuclear). De continuar progresando el hundimiento (o de
registrarse un nuevo seísmo), la estructura podría desplomarse afectando a la
piscina común a todos los reactores (seis), de manera que, según Murata, el
número total de barras de combustiblesería de más de 11.000, lo que
supone 134 millones de curios de cesio-137 (85 veces la cantidad liberada
en Chernobyl). El resultado es fácil de imaginar: si la piscina se rompe, el
combustible, al quedarse en seco, se calentará y explotará, liberando un tsunami
de sustancias letales que se extendería por un área muy amplia, lo que podría ocasionar una
catástrofe sin precedentes capaz de hacer inhabitable una buena parte del
planeta. Hasta el momento, el edificio se ha hundido, desigualmente, más de 80 centímetros.
Semejante panorama, que TEPCOdecía tener bajo control en el momento de las
declaraciones de Murata y que ahora, 7 meses después, admite plenamente, dista
mucho de su solución. Como se ve, la consideración inicial de nivel 7 -el más alto- para
Fukushima según la escala INES, que lo convertía en el mayor desastre
nuclear tras Chernobyl, empieza a quedarse pequeña, porque, si bien la
liberación de material radiactivo al aire fue superior en Chernobyl -hasta el
momento-, en lo que respecta al suelo y al mar las cifras resultan aterradoras
en el caso japonés.
En un informe difundido en abril pasado elaborado tras una reunión con
diplomáticos japoneses para tratar sobre el conflicto de las islas Kuriles,
diplomáticos rusos del Ministerio de Asuntos Exteriores mostraban su
estupefacción ante el hecho de que sus homólogos nipones les asegurasen que más
de 40 millones de habitantes de ciudades del Este, Tokio incluida, podrían
tener que ser evacuados al estar en peligro mortal por contaminación radiactiva
a raíz de la tragedia de Fukushima Daiichi. De ahí la necesidad de recuperar con
urgencia las islas Kuriles. Añadían, además, que China les había ofrecido sus
misteriosas ghost cities para albergar a los evacuados. Más
claro, imposible.
La proliferación en los 70 de la energía nuclear se había visto frenada con
el desastre de Chernobyl (1986), sin embargo, posteriormente, llevadas por el
deseo de obtener independencia energética, las naciones se fueron subiendo al carro de
las nucleares enarbolando el argumento de que así se contribuía a combatir el
calentamiento global, mientras el lobby nuclear se frotaba las manos. Así las
cosas, la tragedia de Fukushima se produce cuando, con las energías
alternativas al ralentí, se vive un incremento notable de la producción
eléctrica de generación nuclear y países como EE.UU., Canadá, Reino Unido, Rusia, Brasil,
Irán, China... planean construir nuevos reactores o remozar los viejos. Cabía
pensar entonces que, ante tan dantesco escenario, cambiarían las políticas
nacionales, tan decisivas para el futuro del planeta, pero, incomprensiblemente,
parece que no ha sido así. Esta misma semana se ha sabido que China acaba de levantar
su moratoria nucleary se dispone a construir nuevas centrales. Quién sabe si con la intención de dar uso a sus ghost cities.
En este sentido, la actitud de Estados Unidos, un país bastante afectado
por las emisiones radiactivas de Fukushima, es particularmente ruin. A primeros
de abril de este año, observadores militares rusos que sobrevolaban la costa
oeste detectaron cantidades de radiación sin precedentes. Por las mismas
fechas, la Woods Hole Oceanographic Institution confirmaba que una ola de
residuos muy radiactivos se movía en la misma dirección -lo que, por otra
parte, no era algo nuevo- y diferentes científicos concluían que las algas con partículas radiactivas descubiertas en California tenían la misma procedencia. ¿Por
qué entonces EE.UU. ha venido ejerciendo una censura tan férrea ante una
catástrofe global que amenaza, como poco, la continuidad del mundo tal como lo conocemos? En la
respuesta, probablemente, tendrán algo que ver las 31 centrales nucleares
repartidas en su territorio. 31 fukushimas en potencia de las que no conviene
que la población tome conciencia.
En fin. El hombre ha creado un monstruo que ahora no puede controlar y ha decidido ocultarlo con mentiras. Si este es nuestro presente, no habrá más opción que la que vaticina Stephen Hawking: o la extinción o la huida al espacio exterior. Sólo queda esperar. De momento, nuestro futuro inmediato depende de lo que pase con ese malditoreactor.
La central nuclear de Fukushima Daiichi antes del desastre
Como ya dije aquí hace unos días, los pronósticos medioambientales para el
pasado viernes 16 de marzo en Roma no anunciaban precisamente un fin de semana ideal.
Se recomendaba, sobre todo a enfermos, niños y ancianos, no salir a la calle
por la tarde y se conminaba a corredores, ciclistas y demás fauna parqueurbana a no entrenar al aire libre. No lo pensé mucho. A la hora de ángelus, agarré la cámara y salí a pasear, empezando por el parque de Villa Doria Pamphilj, con la intención de hallar pruebas visuales de los venenos que acechaban desde el cielo la ciudad de Benedicto y Alemanno.
No lejos de allí, en pleno centro, concretamente en vía Cavour, se encontraba el Treno Verde, laboratorio móvil sobre raíles encargado de monitorizar la contaminación atmosférica -y acústica- dentro de una campaña emprendida en 8 ciudades de Italia por
Legambiente, la más importante organización ecologista del país, y por Ferrovie dello Stato Italiane. Tras 72 horas de recogida de datos (de viernes a domingo), las conclusiones resultaron tan inquietantes como previsibles: 2 de cada 3 días se rebasan en Roma los50µg/m³, umbral legalmente admisible, de
partículas en suspensión. Concretamente, 75µg/m³ el viernes y 78µg/m³ el sábado. También resultaron sorprendentes los datos referidos al benceno, un asunto que se creía en parte superado: el viernes se alcanzaron los 9,6µg/m³, el doble de lo permitido. Y más o menos lo mismo puede decirse del PM2,5. Semejantes conclusiones no venían sino a coincidir
con los datos obtenidos por la Agenzia Regionale per la Protezione Ambientale del Lazio (ARPA Lazio) en su estación de corso
Francia: ese mismo viernes negro se cumplían 35 días en los que se había superado el límite anual de PM10, cuando solo habían pasado 77 días desde el inicio del año. Según Legambiente,
los días en que se superó el umbral "legal" de nanopartículas en 2011 doblaron en número a los del año precedente, una progresión que, parece, se mantendrá este año.
Desde el Gianicolo, la contaminación asusta.
En gran parte ajenos al conflicto o poco interesados en él, los romanos se asfixian, piano piano, mientras las autoridades competentes, a
juicio de Legambiente, poco o nada hacen. La política medioambiental es un perfecto descalabro. Todo es desinterés, inmovilismo,
infinitas promesas incumplidas. No se abren vías peatonales ni carriles-bici, no hay
domingos sin coches, no se amplían las ofertas de car-sharing ni las ZTL y, lo que es peor, tampoco se combate la raíz del problema: el número de coches. 35 millones por 60 millones de italianos. Familias con más coches que miembros.
Previsiones para el viernes 23
En este sentido, no parece que pueda haber otra salida que dinamitar el histórico idilio del italiano con su macchina y potenciar el uso del transporte público si se quieren reducir estos venenos
cuyo efecto no sólo malogra mortalmente la salud de las
personas, sino, también, la de los edificios de una ciudad que vive de ellos y que hoy no me atrevería a recomendar salvo a áspides como Cospedal o Arenas. El Coliseo, por ejemplo,
se desmorona cada día que pasa. No en vano por la Vía dei
Fori Imperiali pasan ¡3.400 vehículos
cada hora!
En fin, entre unos y otros, la casa por barrer y la gente tan fresca. Probablemente los romanos se contenten pensando que en Milán están peor o que la crisis y el precio sideral del combustible -casi 2€/litro- les llevarán inevitablemente a sobreponerse a la suciedad y la impuntualidad de los medios públicos y a terminar dejando el coche en el garaje. ¡Bendita crisis!, porque la verdad es que se ha incrementado la compra de abonos anuales para el transporte público en un 30%, al tiempo que el consumo de combustible ha caído casi un 20%. Sin embargo, mientras lo fiamos todo a la crisis esperando un milagro, qué remedio, tendremos que volver a cruda la realidad. Este fin de semana no se plantea sino peor que el anterior a tenor de los pronósticos, de modo que lo mejor será que nos quedemos en casa una vez más.
En un día limpio, hace unas semanas desde el Gianicolo, el Trastevere,
detrás Il Vittoriano en Piazza Venezia y, al fondo, los Apeninos centrales.
Bajo el smog, la cosa cambia. Casi no vemos, en el centro, ni el Castel Sant'Angelo ni el santo Vaticano. Y, al fondo, los Apeninos han desaparecido. ¿Milagro?
Viernes 15. Se aconseja no hacer ejercicio al aire libre, pero los romanos no se dan
por enterados. Por la tarde, son cientos los que corren por Villa Doria Pamphilj.
Las terrazas del Castel Sant'Angelo atestadas de turistas ajenos del todo a lo que cae del cielo.
Robos, agresiones, violaciones, violencia neonazi, vandalismo tifoso, conducción
criminal, desprecio por el
bien común, contaminación acústica, desorganización, suciedad... Entre el sinfín de inconveniencias, desgracias, conflictos y
delitos que amenazan la vida de quien vive en la ciudad de Roma, hay algo que, probablemente por su fuerza expansiva y su vigorosa capacidad
de afectación, resulta más inquietante que todo ello: el aire que se respira, un aire que destaca entre los más nocivos de Europa. Sin embargo, cualquiera que conozca el abandono y el caos organizativo que caracterizan a esta ciudad en
todos los órdenes posibles de la existencia, podrá entender fácilmente que el problema de la calidad del aire,
a pesar de su incuestionable trascendencia, no tenga una especial consideración.
El poder invasivo de las nanopartículas
Los datos que suministran, entre otros, el portal Epicentro -del Centro Nazionale di Epidemiologia,
Sorveglianza e Promozione della Salute-, el proyecto europeo Aphekom o el italiano EpiAir no dejan lugar a dudas. Cada año
se atribuyen a los efectos de la contaminación de la ciudad eterna más de mil
muertes seguras por cáncer y patologías agudas y crónicas del aparato
respiratorio y cardiocirculatorio. Pero poco importa. A pesar de todo ello, a pesar de la recurrente presencia del
sintagma polveri sottili en las
portadas de los grandes diarios italianos, las autoridades siguen mirando a cualquier parte menos adonde deben. Y es que por mucho que los organismos competentes estén por ley obligados a
controlar las partículas en suspensión o nanopartículas que envenenan el aire y a adoptar las medidas
pertinentes, esa ley de ámbito europeo (directiva 2008/50/CE) en Italia no es más
que un brindis al sol de consecuencias trágicas. Por lo general, se tiende a ignorar el impacto devastador que tienen sobre el ser humano estas sustancias (PM10, PM2'5, PM1,
PM0'1...), pero son elementos, tan letales como extremadamente sutiles -el número hace referencia
a su diámetro en micromilímetros-, capaces de penetrar en los tejidos, desde la faringe a los alvéolos pulmonares, llegando a alterar las mismas células. Si, por poner un caso, nos centramos exclusivamente en
el PM10, se puede ver cómo la normativa fija un umbral máximo de concentración en aire de 50 µg/m³
diarios que no debe superarse más de 35 días al año, cuando, por desgracia, los datos suministrados por la Agenzia Regionale
per la Protezione Ambientale (ARPA) revelan que en 2009 fueron 67 los días en que
se superó ese límite, 50 en 2010 y más de 63 en 2011.
Desconozco, en ese sentido, el éxito que pueda estar obteniendo la iniciativa Roma sotto smog que la asociación Codacons puso en marcha en diciembre pasado con el fin de exigir a las autoridades romanas que tomen las medidas necesarias y reclamar una indemnización por los daños causados,
pero lo que sí puedo asegurar es que hoy, 12 de marzo, mientras voy caminando, el aire resulta, en unas zonas más que en otras, absolutamente irrespirable. Un día, paradójicamente, en que la calidad del aire parece ser aceptable según la consideración de la web La Mia Aria. Si es así, ¿qué será de nosotros el próximo viernes, para cuando esa misma página nos recomienda permanecer en casa?
Mientras sigo mi camino, medio asfixiado, por el centro de la ciudad, no puedo dejar de
pensar, una vez más, que los políticos italianos, como tantos otros de otras latitudes,
no sirven absolutamente para nada.
Coche, fábricas, calefacciones: Roma bajo el "smog"
Estamos tomando en préstamo el capital ecológico de las generaciones futurassabiendo perfectamenteque no estamos en condiciones de poder restituirlo.
Informe Brunland ONU, 1987
En estos días, asistimos, entre expectantes y aterrados, a cualquier información sobre la evolución de la central nuclear de Fukushima y sobre los riesgos que puede suponer para la población, no ya japonesa, sino mundial, la liberación de sustancias radioactivas. Muchos conceptos hasta ahora poco asumidos o desconocidos empiezan ya a resultarnos familiares y sentimos un sudor frío cada vez que empezamos a leer un nuevo artículo de prensa. Sin embargo, a pesar de la inconmensurable magnitud de la catástrofe que se vive en Japón -que, de paso, nos refresca ciertos pasajes de la historia reciente y nos dice que el de la energía nuclear no es un asunto que sólo incumba a una nación-, hay quienes no muestran la más mínima intención de dar carpetazo a esta fuente de energía con aspecto de monstruo incontrolable. Fukushima, por otra parte, evidencia una vez más el lastre que supone para el mundo el modelo de político actual, que lejos de mejorarlo, lo está llevando hacia su más absoluta degradación. Así, mientras Sarkozy se limita a decir que cerrará aquellas centrales que no pasen los controles de resistencia -¿resistencia a qué?-, el plutonio hace ya días que ha hecho acto de presencia en esta pesadilla a la que no se le ven visos de acabarse. Y hoy el yodo se ha elevado de forma alarmante en el agua marina.
Algunas consideraciones, aparecidas en el Nouvel Observateur de ayer, de Patrick Gourmelon, director del IRSN (Institut de Radioprotection et de Sûreté Nucléaire), sobre la verdadera naturaleza de los elementos radiactivos que se están liberando a la atmósfera y el mar en estos momentos ponen de manifiesto cómo es ese monstruo, incontrolable e invisible, imperceptible y silencioso, que, precisamente por ello, lo parece menos, aunque esté hipotecando el futuro de las generaciones venideras. El profesor Gourmelon, en el breve artículo que a continuación extractamos y traducimos más o menos libremente, contempla diferentes variables a la hora de valorar el riesgo de exposición (trabajadores de la central, población vecina y población distante) en relacion con los tres elementos principales que se estan liberando en Fukushima: plutonio 239, yodo 131 y cesio 134. Lo vemos.
El plutonio, que ha sido detectado en torno a la central de Fukushima, es un elemento muy pesado, no volátil, que se extiende por los alrededores del lugar en el que se libera, unos pocos kilómetros como máximo. En Chernobil, donde un incendio agravó la situación, el plutonio se extendió muy localmente y sólo los operarios que intentaron controlar la catástrofe se vieron expuestos. De radiación extremadamente tóxica, el plutonio es un emisor alfa. Una simple hoja, o la misma piel, pueden frenar su radiación, por lo que sólo es peligroso si penetra a través de una herida, una quemadura o por inhalación en el organismo. Los trajes del personal técnico evitan la contaminación. El poder radiactivo del plutonio 239, que se reduce a la mitad sólo cada ¡24.000 años!, aumenta el riesgo de padecer cáncer de pulmón o cáncer óseo. Un tratamiento por vía intravenosa a base de DTPA permitirá evitar que el plutonio se fije al hueso.
El yodo 131 es extremadamente volátil, por lo que, frente al plutonio, puede alcanzar, en forma de gas o de aerosol, a poblaciones muy alejadas de la central emisora. En pequeñas dosis, apenas cuantificables, ya ha sido detectado incluso en Francia [y en España, Italia, Reino Unido... y hasta en Nueva York]. Su actividad radiactiva de divide por dos cada siete días y a los 2 meses de su emisión ya ha desaparecido. El yodo afecta específicamente a un órgano, el tiroides, y a una población, los niños. La ingesta de yoduro de potasio evitará la fijación del yodo 131 en la glándula tiroidea.
El cesio 134, en forma de aerosol, es igualmente volátil y puede llegar muy lejos. Si el desastre de Fukushima se prolonga [también se ha liberado cesio 137], podrá ser detectado en Francia. En el medio ambiente la actividad de sus radiaciones se reduce a la mitad cada 30 años, mientras que en el organismo esta misma reducción se produce cada 100 días -cosa que no deja de sorprender al profesor Gourmelon en tanto que reflejo de la resistencia del organismo-. El cesio 134 puede provocar leucemia y ciertas clases de cáncer. No existe ningún tratamiento específico, pero si la contaminación es muy alta, se puede suministrar bleu de Prusse (azul de Prusia), que impide su absorción por el intestino, aunque sólo elimine una tercera parte.
En lo que atañe a las poblaciones distantes del lugar de la fuga, sólo el yodo y el cesio, ambos volátiles, pueden inquietar verdaderamente. Por contra, los trabajadores de la central nuclear pueden verse expuestos a todos los elementos de fisión; no solo al plutonio, sino también al estroncio, un elemento muy pesado que queda depositado en zonas adyacentes a la fuga provocando una aumento del riesgo de contaminación que, no obstante, no implica necesariamente una patología derivada de dicha contaminación. Igualmente, aunque los elementos radiactivos liberados disminuyan su actividad con el tiempo, no dejan de ser peligrosos para la salud, pero lo son menos. En una situación de crisis como la actual, el principio de crisis deja de actuar y hay que sustituirlo por el principio de realidad [léase realismo].
No hay más que decir. Si acaso, observar las imágenes.
Parece que la central nuclear de Fukushima es una bomba de relojería que está muy lejos aún de ser desactivada. La marcha de los acontecimientos es cada vez más preocupante. La situación de los reactores mantiene en ascuas a media humanidad y los organismos y el gobiernos japoneses naufragan con cada nueva contrariedad en la que empieza a parecer una situación jamás vista antes. A las altísimas dosis de radiación emitidas a la atmósfera en los últimos días, se añade ahora el hallazgo de trazas de plutonio en el suelo de Fukushima y la contaminación de las aguas del Pacífico y, por ende, de los seres que las pueblan. Se ha detectado, por ejemplo, yodo 131 en las algasde la costa pacífica de Canadá. Traducimos por segunda vez las reflexiones de Ernesto Burgio, investigador del ISDE Italia (International Society of Doctors for the Environment), en una entrevista en la que habla de todo ello, dirigiendo la mirada, como experto en daños derivados de la contaminación en seres humanos, a lo que a todos en verdad nos preocupa: los efectos nocivos de la radioactividad en los seres vivos. Su relato resulta siempre inquietante y en muchos momentos sencillamente aterrador, pero conviene mirar de frente a los ojos del monstruo que estamos creando y que, aún ahora, hay quienes se empeñan en seguir alimentando.
Fukushima contamina, además del aire, el agua del Pacífico. ¿Eso implica que se contamina también la cadena alimentaria?
El problema al que nos enfrentamos en los últimos tiempos es el siguiente: ¿los modelos que solemos usar para evaluar el daño real sobre las poblaciones directa o indirectamente expuestas a las radiaciones ionizantes siguen siendo válidos, o estamos usando modelos obsoletos que son insuficientes? Este es el punto de partida. Cuando nos enfrentamos a un accidente de grandes dimensiones (y éste ya casi se acerca al de Chernobyl) es necesario abordar el problema en dos direcciones: hay población directamente expuesta y población indirectamente expuesta. Y esta, por ejemplo, puede contaminarse a través de la cadena alimentaria.
Uno de los problemas esenciales que hay que abordar es cuántos radioisótopos como el cesio 137, que permanece mucho tiempo en las cadenas alimentarias, provienen realmente de los reactores que se han visto dañados. Esperemos que no lleguen a la fusión definitiva, porque, de lo contrario, se producirá una liberación masiva de radioisótopos pesados que podrán permanecer en el medio ambiente miles de años, sin embargo, en lo que al cesio y a otros radioisótopos se refiere, el verdadero problema es que afectan al plancton, que acaban en el mar, y está claro que durante años, probablemente decenios, las cadenas de alimentos resultarán contaminadas.
¿Qué efectos puede tener sobre la salud comer pescado contaminado por la radiación?
Si pensamos que el plancton está cargado, por ejemplo, de cesio, y que los peces comen plancton, vamos a encontrarnos frente a la llamada biomagnificación, es decir, las sustancias, sean químicas, sean, como en este caso, radiactivas, aparecen en mayor concentración cuanto más grande es el pescado. ¿Y cuál es el problema real? Pues que desde Hiroshima hasta hoy, unos 60 años, incluso los más reputados organismos internacionales para la protección radiológica han seguido evaluando los daños principalmente sobre el viejo modelo de la dosis total de radiación que llega a un individuo, considerando la radiación independientemente de si es una radiación externa, directa, o si es algo que sucede en el interior. ¿Por qué las cadenas de comida son el problema probablemente más subestimado? Porque alguien que ingiere cesio a través de los alimentos lo lleva dentro del cuerpo, lo que es como decir que una aparentemente pequeña fuente radiactiva va dañando desde dentro muchísimas células. Esto es mucho peor, por lo que se refiere a la exposición,que dosis, incluso masivas, de radiación externa de, por ejemplo, rayos gamma o neutrones, porque estos pasan pero no permanecen.
La nube radioactiva ya ha sobrevolado Europa. ¿Pasará igual con el agua? ¿También se contaminarán nuestros mares?
En estos casos siempre es conveniente hablar de modelos. Por ejemplo, hace unos días la Sociedad Francesa de Radioprotección ha mostrado un modelo según el cual la dispersión de yodo 131 ya ha alcanzado con seguridad Europa. Es obvio que en lo que se refiere al mar, los modelos de dispersión son mucho más lentos y la disolución en los océanos debería de alguna manera garantizar una dispersión mucho mayor. Estamos, obviamente, hablando de modelos y es necesario ver -cosa que en la actualidad no se sabe- la cantidad de material radiactivo que se ha liberado, porque la misma Agencia Japonesa de Radioprotección un día habla de mil, otro de un millón, y después lo desmiente y habla de una radiación 100.000 veces superior a lo normal.
Nuestra impresión es que este incidente no acabará aquí. El mayor daño sobre el plancton afecta a esa zona del Pacífico, sí, pero hablar de cadenas alimenticias significa además que, por poner un ejemplo, el atún en lata llega a todo el mundo. Así que, sea como fuere, hay que desear que el daño no sea enorme, pero los riesgos están ahí y es inútil esconderlos. El problema real, del que sabemos poco, es que muchas de estas sustancias radiactivas dejarán marca en las células madre y los gametos. Al marcar los gametos, los daños que veremos a la vuelta de unos años en las poblaciones de adultos en todo el mundo habrá que interpretarlos como algo que aparecerá amplificado en la generación siguiente.
Así que todo sigue estando un poco por evaluar y por ver lo que va pasando, como ha pasado con el accidente de Chernobyl, respecto al cual hemos empezado a detectar millones de personas expuestas, cuando todavía algunos organismos siguen hablando de 1.000 ó 2.000 personas.
¿Cuáles son los daños para las personas expuestas directa o indirectamente?
Esta segunda parte está conectada con la anterior. Si seguimos argumentado con el viejo modelo, lo importante es la dosis total de radiación recibida. Supuestamente, las personas que, de acuerdo con este modelo, sufrirán el mayor daño serán sólo las expuestas a un cierto nivel, a dosis significativas.
Pero, en su lugar, ¿qué es lo que se está evidenciando? Originalmente hemos estudiado Hiroshima y Nagasaki, y también el fall out, las consecuencias para las poblaciones indirectamente expuestas durante los años de guerra fría, en los que se realizaron, como todos sabemos, muchos experimentos en la atmósfera. Después el accidente de Chernobyl, que ha sido seguramente el más grave. Y ha habido también muchos incidentes menores, tal vez ignorados. Y ahora está esta tragedia en curso. Y nos estamos dando cuenta de que, desgraciadamente, por ejemplo en el caso de Chernobyl, algunos contabilizan pocos casos de personas dañadas de forma dramática, porque sólo contemplan a quienes se han visto directamente expuestas -al propio accidente o, simplemente, porque vivían en Bielorrusia y Ucrania-. Sin embargo, según la comunidad científica, desde hace algunos años es cada vez más claro que las verdaderas víctimas de Chernobyl se cuentan por cientos de miles, porque, más allá del cáncer de tiroides en niños, más allá de la leucemia infantil, hay una marea de patologías tumorales y cardiovasculares que se han documentado también en poblaciones distantes.
Dos estudios muy importantes han aparecido en 2007. En ellos, se ha revisado cuidadosamente lo que ha sucedido en países como Grecia o, incluso, Escocia, adonde la nube llegó aparentemente con pequeñas cantidades de sustancias radiactivas. Sin embargo, al persistir el cesio mucho tiempo, la leucemia infantil se ha incrementado en proporción directa con respecto al cesio depositado, que durante meses y años ha estado en la cadena alimentaria. Hasta hace unos años estos casos no se consideraban imputables directamente a Chernobyl, pero ahora sabemos que sí lo son. Algunos estudiosos, especialmente rusos, han publicado en una importante revista de la Academia de Ciencias de Nueva York una nueva evaluación de daños según la cual la gente afectada llegaría al millón. Algo muy diferente de unos pocos cientos o unos miles.
¿Cuál es el destino de los trabajadores que están tratando de reparar la planta de energía en Fukushima?
Una vez más, según el viejo cálculo, se establece que, si hay una exposición masiva, se puede hablar de gray, grandes cantidades de 2-5 o 3-5 grays, se sufren daños irreversibles de médula, prácticamente su destrucción, y, por supuesto, se puede morir en pocos días o en un mes.
Actualmente tenemos la posibilidad de actuar en gran medida sobre quienes se ven obligados a trabajar en estas condiciones, en el sentido de exponerlos a dosis más bajas. Incluso a aquellas personas en las que ya hay daño medular, porque en pocos días ya muestran efectos de la lesión -por ejemplo, inicio de insuficiencia medular, anemia...-, se les hacen transfusiones o, incluso, transplantes de médula. En cualquier caso, los daños reales en muchas de estas personas, miles o, según algunos, decenas de miles tras Chernobil (...), son daños reversibles o irreversibles de la médula espinal. Pero algunos también muestran daños en el sistema nervioso central, que se manifiestan inicialmente como un estado de coma o convulsiones. Y, además, hay daños celulares muy numerosos. Por ejemplo, las células epiteliales, y, por tanto, la piel y, sobre todo, el sistema gastrointestinal, se pueden ver seriamente dañadas. Estas personas directamente expuestas tendrán problemas que se manifestarán en los próximos meses. Es, en fin, muy difícil de cuantificar, pero supongo que esta vez también habrá muchas víctimas sacrificadas en el accidente.
El siguiente texto, originalmente en italiano, ha sido extraído de una entrevista a Ernesto Burgio, coordinador del Comité Científico Isde-Italia (International Society of Doctors for the Environment) especializado en daños a la salud humana asociados con diferentes clases de contaminación. La entrevista puede oírse en el vídeo colocado al final del texto. Mientras oímos a Burgio argumentar sobre la posibilidad de que hoy mismo, 24 de marzo, pueda llegar o no a Europa, a Italia, una nube radioactiva proviniente de la central nuclear de Fukushima, se hace evidente que quien hoy apoya la energía nuclear no puede ser otra cosa que un interesado, un inconsciente o un ignorante. Da pavor pararse a pensar lo que aquí se dice. Lo que dice un experto.
En estos días recibimos, lógicamente, muchas preguntas respecto al problema de la radiación en Japón y a la posibilidad de que se extienda al resto del planeta. Una cuestión muy delicada y compleja, aparte de difícil de manejar, porque las cifras oficiales, las oficiosas y las que tratamos de recabar son, de alguna manera, contradictorias entre sí. Y es que está claro que, cuando hay un incidente de esta naturaleza, las autoridades suministran una información que no se puede decir que sea la más veraz, sobre todo porque está enfocada a otro tipo de problemas, esencialmente no alarmar y no provocar, por ejemplo, daños económicos...
Así, lo que de verdad ha sucedido en Japón no lo podemos saber oficialmente, lo podemos intuir. Muy probablemente, los daños de las centrales nucleares han sido significativos. Y probable es también que no se haya producido una fusión completa de los reactores, aunque no es menos cierto que se ha producido una notable dispersión de radiación ionizante por varias razones. En primer lugar, porque las explosiones, seguramente ligadas a un aumento de la presión y a la dispersión de algunos gases, como el hidrógeno, han determinado de por sí la dispersión de las radiaciones ionizantes. Pero también porque, en la fase sucesiva, que es la de intentar enfriar los sistemas lanzando toneladas de agua de mar, lo que también daña las instalaciones, se crea una nube de isótopos y otros elementos radiactivos que se extiende no sólo al área adyacente a la central, provocando, como sabemos, la evacuación de 200 a 250.000 habitantes, sino también a otros lugares en función del régimen de vientos.
Los datos que se han filtrado son, pues, por el momento, fragmentarios e inciertos. Lo que es seguro, porque es oficial, es que se han liberado algunos radioisótopos, los más ligeros, como yodo 131 y cesio 137. Y sobre ello hay que reflexionar, porque esto ha ocurrido con toda seguridad. Que también se hayan dispersado radioisótopos más pesados y, en cierto modo, más peligrosos, como el circonio y el plutonio, no podemos asegurarlo. Esperemos que no sea así. Se verá en los próximos días o meses, o cuando haya un final, pues todavía continúa la incertidumbre en torno a Chernobyl a pesar de los 25 años transcurridos.
Cuando el yodo radiactivo y el cesio 137 se liberan, la principal consideración que hay que hacerse es la siguiente: el yodo tiene como principal característica una vida media corta, pero qué significa esto exactamente. Significa que permanece en el aire, el agua, en la cadena alimentaria unos 10 días, lo que implica graves lesiones en el tiroides. De hecho, a partir de Chernobyl se constata un muy significativo aumento de los tumores de tiroides, especialmente en los niños -el carcinoma tiroideo-, y no sólo en Ucrania o Bielorrusia, sino también en áreas más distantes de la central nuclear, ya que el tiroides capta el yodo 131, cuya radioactividad determina su patología.
Sin embargo, como se ha dicho, son, relativamente, efectos a corto plazo. Por el contrario, lo que pasa con otros elementos radiactivos, en particular el cesio 137, es que los isótopos perduran décadas, con una vida media de 30-40 años, en la cadena alimentaria. Ello comporta un riesgo enorme. Ni siquiera en relación a Chernobyl, la mayor parte de los datos epidemiológicos de estos años está exenta de una evaluación poco seria acerca de las consecuencias reales. Es probable que los isótopos que se han mantenido mucho tiempo en la cadena alimentaria hayan causado más daño del oficialmente considerado. Por ejemplo, un aumento de la leucemia, especialmente la infantil, se está monitorizando tras Chernobyl en los últimos años. Y probablemente eso no se circunscriba sólo a las áreas cercanas a la central, sino a toda Europa; por ejemplo a Grecia e incluso, recientemente, a Escocia. Se trata de entender, por tanto, lo que significa que una nube radiactiva pueda extenderse miles de kilómetros.
Y es lo que está sucediendo en Japón: el cesio 137 se ha liberado, sin duda, en cantidades suficientemente significativas como para afectar en los últimos días, por ejemplo, a las verduras de hoja ancha. Son datos oficiales. En los mercados de Japón, pues, debe haber una contaminación mayor que la que alguna gente quiere creer.
Seguramente es un dato esperanzador que el viento haya soplado en estos días desde tierra hasta el mar, porque eran vientos siberianos que venían de NO hacia el SE que se habrán llevado una buena parte de estos contaminantes radiactivos hacia el mar. Y no es que sea una buena noticia, porque probablemente el plancton y la cadena alimentaria marina han sido contaminados, pero hubiera sido peor que el viento se hubiera dirigido a Tokio, donde viven 35 millones de personas. Son estos los datos sobre los que tenemos que reflexionar.
En lo que respecta a los efectos sobre la salud, quienes se han visto directamente expuestos a dosis masivas de radiación, como los operadores que han tenido que intervenir de urgencia en la central, sin duda habrán sufrido daños biológicos definitivos que se manifestarán en los próximos días o semanas en la médula y en otros órganos y tejidos que directamente afectados por la radiación.
En cuanto a la población en general, las consideraciones son muy variables, porque, en lo que atañe al yodo 131, los efectos se verán en los próximos meses o años. Sin embargo, si hablamos, contrariamente, de radioisótopos como el cesio 137 o de otros como el plutonio, habrá que esperar años. Y eso siempre que el incidente de Japón se mantenga en las dimensiones de gravedad actuales (...) y no empeore, es decir, que no haya fusión definitiva del núcleo, lo que supondría emisiones mucho más elevadas de sustancias radiactivas (parece que en una de las secciones de la planta había escoria, material radiactivo aún más peligroso). En fin, este es aproximadamente el retrato que se puede hacer a partir de los datos oficiales y oficiosos.
Hay proyecciones absolutamente divergentes. Actualmente existen previsiones de algunos sitios franceses que muestran cómo la nube radiactiva ya habría alcanzado sobradamente América del Norte y que estaría incluso propagándose. La cuestión estaría en ver en qué medida, porque también es posible que algunas sustancias radiactivas, radioisótopos, se hayan distribuido ya en una parte sustancial de la atmósfera. Pero es extremadamente difícil obtener datos fiables sobre cuánto realmente se está extendiendo.
De acuerdo con la proyección de un ente reputado como Meteo France, a partir de mañana podría llegar a Europa, al menos en parte, el yodo 131, que, a nuestro entender, se propaga de inmediato. Por esta razón, en los Estados Unidos y también en Europa se está un tanto a la caza de yoduro de potasio, que es, en la práctica, yodo que se puede tomar por vía oral y que satura los receptores del tiroides impidiendo los daños que ocasiona el yodo 131. En fin, podríamos aconsejar comprar yoduro de potasio, antes de que desapareciera del mercado, y esperar a los próximos días para ver si es necesario tomar un poco por cautela, pero por ahora no parece necesario.
En estos momentos, la población mundial es tres veces superior a la que había cuando yo empecé a trabajar. Y esa gente quiere un trabajo, una casa, comida, tiene unas necesidades que cubrir. Dentro de diez años, la situación será todavía peor. Hay que hacer algo ya. Nuestros nietos nos lo agradecerán. En mi opinión, el crecimiento descontrolado de la población es uno de los principales problemas que sufre el planeta. El exceso de población pone en riesgo la diversidad.
Lo dice en Público el naturalista David Attenborough -un tipo que me cae especialmente bien desde que vi su magnífico Trials of life (1990)- y es lo que yo siempre he pensado. Sólo que no creo que la superpoblación sea uno de los principales problemas que sufre el planeta, sino el principal y origen de casi todos ellos. Convendría que tuvieran más en cuenta este simplista planteamiento nuestros nefastos políticos, que o no lo afrontan como debieran o sencillamente lo ignoran, haciendo que la tarea de concienciación de Attenborough y de tantos otros resulte baldía. El asunto, aunque extensamente estudiado, no parece entrar en agendas en las que la población aparece conformada no por seres humanos, sino por consumidores, auténtico motor de un mundo capitalista siempre en camino de una degradación cada vez más asfixiante.
En fin, Sir David está hoy en Santiago de Compostela para recibir el premio Fonseca 2010 de divulgación científica. ¡Que lo disfrute! Se lo merece.