Llego con retraso, tampoco creo que esta empresa vaya a liberar al mundo de sus cadenas ni me parece que haya nadie esperando a que lo haga, sin embargo, quisiera dejar aquí cumplida cuenta de la que ha sido la mejor canción de 2012. Por si alguien no se ha enterado.
Si digo Elephants habrá incluso quien llegue a pensar en las víctimas de algún rey paquidermo y campechano. Si digo Blaudzun -el músico, que no el ciclista-, muchos no sabrán directamente de qué hablo. Tampoco lo sabía yo hasta hace un par de años. De hecho, más allá de sonarme el nombre, no conocí su música hasta el año pasado con Heavy flowers.
Blaudzun es el alias de Johannes Sigmond, músico, cantante y compositor holandés baqueteado en bandas antes de lanzar su propio proyecto personal. Una especie de Moltheni neerlandés, uno que va por libre esparciendo objetos de gran belleza, especialmente por su zona de influencia (Holanda, Bélgica, Alemania), aunque con excursiones cada más frecuentes hacia otros finisterres (UK, USA).
Letras elaboradas, preciosistas, minimalistas, esbozando los aspectos chirriantes de la vida. Lirismo folk, pop luminoso, épica indie con evocaciones puntuales a un Costello extinguido o a unos Arcade Fire exultantes. Diría que Heavy flowers, queni siquiera aparece entre los 50 mejores álbumes de 2012 según Rockdelux, es el mejor disco del año pasado, pero podría equivocarme. En buena lógica, aserciones de este tipo hunden a uno nada más abrir la boca. Sin embargo, para no equivocarme, haré otra afirmacion en la misma dirección: Elephants, el segundo de los 12 temas perfectos que conforman Heavy flowers, fue la mejor canción de 2012. Como mínimo, de todo lo que yo oí. Aquí la dejo.
Elephants (Blaudzun, 2012)
She lives in mad houses / In warm museums too. She reads time as are books in / Books are on jesus too. She sings at big time rallies / Smart tunes go lalala... lalala... The key to the city is / In the one she moves... To me, to me.
She lives in shipwreck cars / In her houses too. She talks to elephants / Trying to get them to. Sing a long, sing-a-long my darlin' / The smart kids go lalala... lalala... The secret in her eyes / Ooh when she looks... To me, to me, to me, to me. lalala... lalala... la lalala... lalala... la lalala... lalala... She talks to elephants!
Entre deprimido y cabreado. Así iniciaba, agarrotado en el volante, mis cortas postergadas vacaciones de Pascua. Aterrorizado por su brevedad, en mi miércoles santo, huía a escape a Holanda de una Bélgica que me despedía con lluvia y que no termina de gustarme un carajo.
Por la mañana temprano había ido a por algo de comida a un supermercado de Schaerbeek, uno de los 19 municipios de Bruselas. Allí, entre una tenue resaca y la vibración que producían en los auriculares los riffs de Doctor Explosión, medio narcotizado y casi ausente, absorto en el expositor de la carnicería, retrocedí sin mirar para agarrar mi carrito, cuando una gorda estúpida y miserable me lo arrancó de las manos sin dirigirme mirada ni palabra. Parece que me había equivocado de carrito. Yo seguí a lo mío, escuchando Chupa aquí(2009), en mi nube, más por orgullo que por ensimismamiento, pero no tanto como para no corroborar una vez más la ruindad, la sordidez y la pobreza que se perciben tan a menudo en lo que fue cortijo de Leopoldo II. La muy imbécil debió verme pinta de chorizo. Sin embargo, ahí estaba yo, con mi ética andaluza, porque ni le escupí ni la meé a pesar de su aspecto de escupidera: retaca, regorda y aplastada. Hortera y esmaltada. Y vieja. Aunque, eso sí, todo en su aspecto rezumaba art-nouveau.
En fin, que en cualquier supermercado de por aquí puedes ver la existencia hecha unos zorros tras una estantería. Pasa entre los nacionales, pasa entre los extranjeros y afecta a todas las edades y a todas las estéticas. La gente no se habla, va a lo suyo, no te pide permiso para pasar si le obstruyes el paso. Se sitúa detrás de ti cuando te has parado a controlar la fecha de caducidad de los yogures y se te queda mirando a ver si te mueves de una vez. Pero si no lo haces, compone malas caras, busca la mirada cómplice de otros zombis que ya hacen cola compartiendo en silencio problemática y maldice por que no tengas ojos en la nuca… pero no dice nada, y resopla, y se va cabreando… Necia estirpe.
Ofreciéndome como pasto a los leones en el circo de mis pensamientos, cuestionándome filosóficamente la existencia, así me iba yo conduciendo, camino de Zelanda, por el carril central de la autopista con una idea fija: meterme litros de vino y zamparme kilos de mejillones y anguilas con denominación de origen. Fue en ese momento, al tiempo que empezaban a aparecer rayos de sol, cuando tomé conciencia de la poesía y la voz sobradas de Moltheni, quien en Gli anni del malto (I segreti del corallo, 2008) me recordaba, además de a Pepe Robles, el paso irremediable del tiempo en clave transalpina.
E mi dò come in pasto ai leoni, nell'arena dei miei pensieri. Polvere, come il mio ovomaltina giù negli anni andati. Via così, come spiccioli nelle mie tasche. Guardali temerari come corvi bianchi.
I miei anni luminosi come neon.
Eccolo il tuo corpo universale, panorama tridimensionale Che va giù fino al centro del ciclone, giù negli anni andati. Via così come spiccioli nelle mie tasche Guardali temerari come corvi bianchi
Come neon
Puestas de sol caleidoscópicas pescando en patera en el delta del Guadiana; porros, cruzcampos y caracoles en las tardes primaverales de Sevilla; mariscos y vino gris en cualquier playa del norte de Marruecos; las 3 islas Borromeas en el Lago Maggiore… Todo eso iba yo recordando mientras oía a Umberto Giardini, Moltheni, convertido ya en estrella de nuestro viaje, y me sentí fatal, como estreñido, pensando en qué había hecho yo para estar consumiendo mi existencia (che non tornerà, non ritornerà più, que decía Battiato) entre gente y en tierra tan mezquinas.
También esa misma mañana, antes de emprender viaje, me había pasado a comprar El País y Le Soir a una papelería. Hay que saber que cuando uno entra en un comercio no debe saludar, porque casi seguro que nadie le responde. Basta con esperar, callado, el turno de pagar. Cuando éste llega, el dependiente, que hasta ese momento tampoco ha dicho nada, despliega un impresionante lenguaje formulario de saludos, despedidas y agradecimientos envueltos en un ropaje tonal que ríete tú del chino cantonés. Si se te ocurre rivalizar con él respondiendo a cada una de sus despedidas, puedes irte sentando, porque te darán las tantas. Así que yo entré, no dije nada, agarré mi periódico, llegó mi vez, dije bon jour, pagué, me despedí con un estricto bonne journée, y me marché sin mirar atrás, que no era cosa de convertirme en sal el mismo día en que empezaban mis vacaciones. Mientras, allí quedaba el dependiente: gracias, adiós, señor, buena jornada, salude a la familia de mi parte, gracias, que tenga unas buenas vacaciones… Otro zombi esperaba su turno.
Cuando entramos en Holanda, después de un atasco de cojones a la altura de Amberes, las cosas no parecían muy diferentes. Sin aduana y sin frontera aparente, nadie y nada te avisa -salvo la mediana de la carretera, que es doble y obliga al conductor a ir más despacio- de que has dejado un mundo entero tras de ti. Todo parecía, en suma, un continuum de Flandes oriental, pero no era así. Cuando bajábamos del coche a preguntar dónde estaba la playa, dónde había una gasolinera o a qué hora cerraba el restaurante que más tarde cerraba, la gente se mostraba amable y sonriente, hablaba, te respondía sin esperar recibir nada a cambio. No podíamos creerlo. Nuestra autoestima empezaba a subir por momentos. Los "belgas" parecían disiparse al tiempo que aquéllas empezaban a parecer verdaderas vacaciones. Cuando por fin estábamos entrando en Breskens, nuestro destino, lo más parecido a Isla Calavera que pudimos encontrar en la red, con su puerto pesquero y su lonja de olores penetrantes, sus boquerones, sus anguilas, sus bogavantes y sus mejillones, Cambiano le cose, de Il Nucleo (Io prendo casa sopra un ramo al vento, 2008) iba recordándonos que las cosas pueden cambiar y que otro mundo es posible incluso si este mundo es el casi agotado mar del Norte.
Quante stagioni ancora cambieranno, quante domande ancora torneranno, quanti ricordi ancora ti ricorderanno.
Quante serate ancora passeranno, quanti sistemi per trovare sonno, solo 3 gocce per dormire a fondo, cercando 1000 risposte.
Cambiano le cose tutte intorno a te ogni giorno che c’è, cambiano le stelle cambiano con me ogni notte che c’è, cambierò la pelle ad tutti i miei perchè, ma ti prego adesso resta qui con me.
Quanti rumori dietro le serrande, quanti vicini con le orecchie lunghe,
quante tv che mi addormento sempre.
Quante paure dietro la finestre,
quante occasioni abbiamo dato perse,
crediamo solo verità diverse allonttanadoci piano.