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13 noviembre 2012

Filósofos alemanes y seres afines


"...leer a los filósofos alemanes no sirve de nada. Para hacer que crezcan patatas, hay que meter en la tierra una patata vieja y dejar que se pudra. Porque la muerte de la patata vieja da vida a las nuevas. Lo podrido actúa como abono, así que de una nacen muchas. Es suficiente. No hace falta leer nada."

Habla Folco en La fine é il mio inizio de Tiziano Terzani
(capítulo "Orsigna") 
 

16 octubre 2012

Italianos: infringir las reglas, ignorar a quien las viola


En la parada del autobús las personas van acumulándose sin estrés aparente. Cuando llega por fin, con un retraso de 35 minutos, mientras todos se precipitan hacia la única puerta de salida para encontrar asiento, los que salen lo hacen, no menos presurosos, por las dos puertas de entrada. Tampoco los encontronazos y embotellamientos dan la impresión de molestar demasiado a nadie. Ni siquiera a aquellos que se muestran respetuosos de las normas. Después de todo, lo realmente humillante es sentirse sometido a la disciplina de las colas. En el supermercado. En el cine. En la panadería... Sólo la astucia y la indiferencia garantizan el éxito: si no eres lo bastante listo, pasarás horas esperando tu turno.

Desde las bocacalles, coches y motos irrumpen amenazantes ante la apática mirada de unos peatones, invisibles y hostigados hasta la náusea, que no se sienten, no obstante, miserables. Tampoco se está tan mal viendo pasar la vida a la altura de un paso de cebra. Y eso si se camina, porque si se conduce, la perspectiva es todavía más alegre y darwiniana. Tras los cristales tintados, el cittadino alfa tratará de imponerse a pusilánimes y normativistas en su mundo feliz. Las aceras, los pasos de peatones y las zonas reservadas son de su uso exclusivo dei gratia (sólo los epsilones dan vueltas y vueltas a la manzana buscando aparcamiento). No existen los carriles. No hay semáforos. No hay límites de velocidad. E importa poco si hay charcos, negros e inmundos, y salpican. Ci proviamo. La vida es un videojuego y las reglas son simples: basta con colarse por cualquier resquicio. El sonido de un claxon significará que no hay que ralentizarse sólo porque aparezca un ceda el paso. Y coglioni que eres un perfecto gilipollas por pararte delante de un stop.

Ostras, champán, coches, putas y cocaína. Vidas de lujo costeadas con dinero público por parte de políticos de toda condición ideológica y posición jerárquica. Empresas modernísimas de telefonía y energías ecológicas personificadas en jóvenes operadores hastiados de la vida que se pasan por el forro las promesas publicitarias y torean en línea al cliente. En la pescadería del supermercado, 36 euros el kilo de pez espada, putrefacto pero de muy buen ver -químicamente maquillado-, aprovechando que la gente no entiende una mierda de pescado. Canciones de San Remo y Chuck Norris pasada la medianoche en el home cinema del vecino. Portazos por el hueco de la escalera. Tacones de aguja por el techo. Golpes y gritos cada vez que hay fútbol.

Cuando cruzas la calle, entre latas, papeles, plásticos, colillas y cacas de perro, con bolsas de basura de diversos colores en la mano, tratas de ignorar las miradas burlonas de un vecindario que lo echa todo en el contenedor más cercano a la puerta de casa y te preguntas por qué los italianos son tan extremadamente individualistas y manifiestan tan poco interés y respeto por los demás y por el bien común. Una falta recalcitrante de compromiso cívico que ellos mismos reconocen, según una encuesta de La Repubblica, como su primer defecto -la indiferencia y el individualismo son el segundo y el tercero, respectivamente-.

El pasado 8 de septiembre, Giovanni Belardelli, en un artículo aparecido sólo en la versión en papel del Corriere della Sera, lanzaba una curiosa reflexión sobre este grave problema de que adolece Italia y que supone, strictu senso, un acto de agresión flagrante del fuerte sobre el débil bendecido no sólo por quien infringe la ley, sino, también, por quien se muestra indiferente hacia su cumplimiento. Lo copio traducido a continuación.


Indifferenti verso chi viola le regole 
Giovanni Belardelli
Corriere della Sera, pág. 58 (8/10/2012)


El episodio de los trabajos "inflados" de L'Aquila (Corriere, 6 de septiembre) suscita preguntas esenciales sobre qué es o en qué se está convirtiendo nuestro país. Éstos son los hechos: a raíz de un control de la Guardia di Finanza se ha comprobado que en la capital de los Abruzos algunos propietarios de casas se habrían puesto de acuerdo con una empresa para declarar trabajos no realizados (la reparación completa del techo en lugar de una reforma parcial, la instalación de unos andamios que en realidad no se llevó a cabo, etc.) obteniendo así un mayor reembolso por parte del estado. Lo que diferencia este episodio del "típico" escándalo que sucede a un terremoto es la dimensión de la estafa: de 73 expedientes examinados, más de un tercio contendría datos intencionadamente falsos. Incluso considerándolo una muestra no representativa de toda la reconstrucción de L'Aquila, se trata de un porcentaje muy elevado, lo que lleva a preguntarse si y en qué medida la propensión a no respetar las leyes no forma ya parte de la cultura de un sector considerable del país.

Hace algunos años un jurista, Sabino Cassese, observó que la distinción entre lícito e ilícito había sido sustituida en Italia "por escalas de deberes más complejas, según las cuales un comportamiento puede ser obligatorio, recomendado, permitido, censurable, prohibido" (Lo Stato introvabile, Donzelli). En definitiva, como si en la cuna del derecho (escrito) hubiera tomado cuerpo una singularísima forma de common law en virtud de la cual muchos pudieran decidir si una cierta norma o ley puede ser tranquilamente ignorada. Además, ¿no hay tal vez una idea así tras extendidísimos comportamientos como la alta evasión fiscal o la falta de respeto a los límites del "ladrillo" que ha provocado la destrucción del paisaje italiano denunciada, hace poco, por Ernesto Galli della Loggia en este periódico?

La estafa aquilana, cuantitativamente limitada (al menos por el momento) en sus dimensiones, nos devuelve así al viejo tema de la escasa cultura cívica de los italianos, sobre la que circulan hace mucho explicaciones que parecen hechas aposta para ahorrarnos la molestia de ajustar cuentas con el problema. Es inútil, por ejemplo, mencionar una vez más el "familismo amoral" utilizado hace sesenta años por Edward Banfield. El estudioso americano hacía referencia a un pequeño y pobrísimo pueblo de Basilicata, por lo que la falta de cultura cívica que definía con dicha expresión era el producto de un retraso ancestral. El "familismo amoral" de hoy es, a lo sumo, producto (uno de los daños colaterales, podríamos decir) del modo en que tuvo lugar, desde los años 60 en adelante, la gran transformación de la sociedad italiana vinculada a la llegada del bienestar: una transformación que sacude estructuras culturales, valores, criterios de comportamiento vinculados al pasado sin lograr en muchos casos sustituirlos de forma eficaz. Italia, se ha dicho mil veces, habría sufrido la falta de una Reforma protestante. Es posible. Pero en los últimos decenios ha sufrido sin duda los efectos de una acelerada secularización que ha contribuido a minar, en sectores importantes de la sociedad, la distinción entre lo que es lícito y lo que no lo es que se basaba en la tradición católica (y es difícil pensar que los cursos regulares que se siguen en las escuelas puedan tener la misma inmediata fuerza impositiva que los Diez Mandamientos). Poco útil es, asimismo, la explicación que, en años recientes, ha asociado nuestro déficit en cultura cívica con Berlusconi como principal responsable. En efecto, no sólo estamos hablando de fenómenos que preceden la aparición en escena del Cavaliere. También hay que decir que, una vez reconocido cómo la cultura profunda del país se caracteriza por una tendencia generalizada a no respetar las leyes o no pagar los impuestos, parece absurdo sostener —como tantas veces en la polémica antiberlusconiana se ha hecho— que quien hubiera votado contra Berlusconi habría salido inmune de todo ello. Como ingeniosamente declaró en cierta ocasión un representante del PD, el honorable Letta, es ridículo afirmar que las personas honestas están en la izquierda, y que en la derecha se encontrarían todos los que "aparcan en doble fila".

Entre las falsas explicaciones de la falta de cultura cívica de la nación, la más inútil, cuando no la más perjudicial, es la propagada por el Movimento 5 Stelle y, en general, por la actual tendencia antipolítica. No es que no estén justificadísimas las críticas a nuestra clase política y a la resistencia que manifiesta ante cualquier mínima reducción de los privilegios de que goza, pero episodios como los de L'Aquila vienen a confirmar que la idea de una sociedad civil sana contrapuesta a un mundo político cada vez más corrompido no se corresponde con la realidad. Contrariamente, semejante idea termina por ocultar en este punto la probable necesidad de un examen de conciencia general, en una nación que durante demasiado tiempo ha permitido que normas y leyes pudieran ser sorteadas o infringidas, a veces con la aprobación, a menudo con la indiferencia de demasiados de nosotros.

 

 

25 marzo 2012

Roma es alegre mientras se asfixia


Il Treno Verde di Legambiente
Como ya dije aquí hace unos días, los pronósticos medioambientales para el pasado viernes 16 de marzo en Roma no anunciaban precisamente un fin de semana ideal. Se recomendaba, sobre todo a enfermos, niños y ancianos, no salir a la calle por la tarde y se conminaba a corredores, ciclistas y demás fauna parqueurbana a no entrenar al aire libre. No lo pensé mucho. A la hora de ángelus, agarré la cámara y salí a pasear, empezando por el parque de Villa Doria Pamphilj, con la intención de hallar pruebas visuales de los venenos que acechaban desde el cielo la ciudad de Benedicto y Alemanno.

No lejos de allí, en pleno centro, concretamente en vía Cavour, se encontraba el Treno Verde, laboratorio móvil sobre raíles encargado de monitorizar la contaminación atmosférica -y acústica- dentro de una campaña emprendida en 8 ciudades de Italia por Legambiente, la más importante organización ecologista del país, y por Ferrovie dello Stato Italiane. Tras 72 horas de recogida de datos (de viernes a domingo), las conclusiones resultaron tan inquietantes como previsibles: 2 de cada 3 días se rebasan en Roma los 50µg/m³, umbral legalmente admisible, de partículas en suspensión. Concretamente, 75µg/m³ el viernes y 78µg/m³ el sábado. También resultaron sorprendentes los datos referidos al benceno, un asunto que se creía en parte superado: el viernes se alcanzaron los 9,6µg/m³, el doble de lo permitido. Y más o menos lo mismo puede decirse del PM2,5. Semejantes conclusiones no venían sino a coincidir con los datos obtenidos por la Agenzia Regionale per la Protezione Ambientale del Lazio (ARPA Lazio) en su estación de corso Francia: ese mismo viernes negro se cumplían 35 días en los que se había superado el límite anual de PM10, cuando solo habían pasado 77 días desde el inicio del año. Según Legambiente, los días en que se superó el umbral "legal" de nanopartículas en 2011 doblaron en número a los del año precedente, una progresión que, parece, se mantendrá este año.
Desde el Gianicolo, la contaminación asusta.
En gran parte ajenos al conflicto o poco interesados en él, los romanos se asfixian, piano piano, mientras las autoridades competentes, a juicio de Legambiente, poco o nada hacen. La política medioambiental es un perfecto descalabro. Todo es desinterés, inmovilismo, infinitas promesas incumplidas. No se abren vías peatonales ni carriles-bici, no hay domingos sin coches, no se amplían las ofertas de car-sharing ni las ZTL y, lo que es peor, tampoco se combate la raíz del problema: el número de coches. 35 millones por 60 millones de italianos. Familias con más coches que miembros.
Previsiones para el viernes 23

En este sentido, no parece que pueda haber otra salida que dinamitar el histórico idilio del italiano con su macchina y potenciar el uso del transporte público si se quieren reducir estos venenos cuyo efecto no sólo malogra mortalmente la salud de las personas, sino, también, la de los edificios de una ciudad que vive de ellos y que hoy no me atrevería a recomendar salvo a áspides como Cospedal o Arenas. El Coliseo, por ejemplo, se desmorona cada día que pasa. No en vano por la Vía dei Fori Imperiali pasan ¡3.400 vehículos cada hora!

En fin, entre unos y otros, la casa por barrer y la gente tan fresca. Probablemente los romanos se contenten pensando que en Milán están peor o que la crisis y el precio sideral del combustible -casi 2€/litro- les llevarán inevitablemente a sobreponerse a la suciedad y la impuntualidad de los medios públicos y a terminar dejando el coche en el garaje. ¡Bendita crisis!, porque la verdad es que se ha incrementado la compra de abonos anuales para el transporte público en un 30%, al tiempo que el consumo de combustible ha caído casi un 20%. Sin embargo, mientras lo fiamos todo a la crisis esperando un milagro, qué remedio, tendremos que volver a cruda la realidad. Este fin de semana no se plantea sino peor que el anterior a tenor de los pronósticos, de modo que lo mejor será que nos quedemos en casa una vez más.

En un día limpio, hace unas semanas desde el Gianicolo, el Trastevere,
detrás Il Vittoriano en Piazza Venezia y, al fondo, los Apeninos centrales.
Bajo el smog, la cosa cambia. Casi no vemos, en el centro, ni el Castel Sant'Angelo 
ni el santo Vaticano. Y, al fondo, los Apeninos han desaparecido. ¿Milagro?
Viernes 15. Se aconseja no hacer ejercicio al aire libre, pero los romanos no se dan
por enterados. Por la tarde, son cientos los que corren por Villa Doria Pamphilj.
Las terrazas del Castel Sant'Angelo atestadas de turistas ajenos del todo a lo que cae del cielo.

13 diciembre 2011

Entre berlusconis: vivir y morir en la Italia de las ciudades


Acelera y se adelanta hasta pisar el asfalto. Se para. Mira a cada lado. Extiende los brazos con las manos abiertas. Los coches pasan por delante en un visto y no visto desde uno y otro lado. Impotente, con la paciencia de Job, aunque con menor fortuna, espera hasta que, al fin, se para uno, y luego otro, y otro más. Dispuestos en fila india, los mira, no obstante, con cautela. Para asegurarse. Baja entonces los brazos y se echa a caminar por el paso de peatones. Tras él, su hijo Alessandro, de siete años, y su mujer. De pronto, como un heraldo del infierno, un Clio negro irrumpe por la izquierda de los tres vehículos parados a gran velocidad y desaparece sin pararse. Alessandro ya no existe. Y él casi tampoco. Pasó en Turín, en pleno centro, hace nueves días.

Hoy aquí, en Roma, yo he tenido más suerte. Caminábamos por un barrio tranquilo y poco transitado de chalets. Cuesta abajo. En la calle estrecha, los coches, pegados contra los muros, ocupaban la acera sin dejar un resquicio y nosotros, yo delante, íbamos inevitablemente por la calzada. Cuando ya acababa la calle, desembocando en otra perpendicular, apareció una moto por la izquierda como una exhalación y en una décima de segundo tuve la muerte de frente a pocos centímetros. Fue solo la habilidad del motorista lo que evitó que él o yo, o ambos, estemos ahora con Alessandro y con los otros cientotreinta que han muerto en idénticas o parecidas circunstancias en Italia en lo que va de año.

Invisibles marcas viales borradas por el tiempo. Semáforos escondidos tras los árboles. Señales garabateadas, convertidas en anuncios o tiradas por los suelos. Aceras, áreas para discapacitados y  pasos de peatones utilizados como aparcamiento por individuos alfa. Ciudades metálicas convertidas por homicidas egocéntricos en selvas opresivas y mortíferas, en las que convendría abolir no ya los pasos de peatones, como sugiere Beppe Grillo, sino, incluso, los semáforos. Tal vez así, acabando con la falsa sensación de seguridad que producen, la gente tome conciencia de la sociedad preapocalíptica en que vive y active su instinto de supervivencia.

Si alguien pensó por un momento que Italia iba a ser otra cosa solo por que il cavaliere è andato via, puede ir cambiando de idea. Hay por ahí miles y miles de berlusconis a escape libre y sin encarcelar.

En la jungla de asfalto...
Invisibles e ignorados pasos de peatones
Semáforos mimetizados con el entorno
Novedosas formas de publicidad
Híbridas manifestaciones de arte urbano
Una nueva lógica para el III milenio
Agostini, Rossi, Cadalora, Biaggi, Capirossi, Dovizioso, Simoncelli... y YO
Aceras, áreas para discapacitados, salidas de garaje o la propia calzada... Todo vale
Y lo que no vale, se tira
¿Quieres mi sitio? Pilla mi minusvalía
Sí, quiero aparcar aquí de nuevo. Por eso elijo...
Para Via della Degradazione, siga la flecha

03 junio 2011

Italianos 2011: un enigma de 150 años

Ayer, 2 de junio, Italia celebraba el 65º aniversario de la República y, lo que es más importante, el 150º aniversario de su Unificación. Atraída por el meticuloso plan de festejos organizado para la ocasión, mucha gente se desplazó hasta Roma, blindada por medidas de seguridad extremas, desde todos los rincones del país. Allí se dieron cita representantes de 80 países y más de 40 jefes de estado con el fin de refrendar el papel crucial que ha jugado el Belpaese en la historia de la humanidad. Entre otros, Medvedev, Biden, Karzai, Van Rompuy, Kirchner, Ban Ki-moon, Juan Carlos I y Manolito Chaves. Y, por supuesto, Berlusconi, abucheado por su pueblo en diferentes ocasiones a lo largo de la jornada. El mismo pueblo, precisamente, que, para sorpresa del mundo, le ha hecho primer ministro hasta en tres ocasiones a pesar de su impresentable biografía.

Una Italia compleja la de 2011 que, aun con una economía en caída libre, una mafia en expansión por el norte del país, una corrupción a día de hoy no mensurable, una izquierda indecente y no pocos indignados dispuestos a tomar la calle, puede empezar, no obstante, a mirar de nuevo el futuro con algo de esperanza. Tras el mazazo recibido por Berlusconi en Milán, Trieste, Novara y Nápoles la semana pasada, los próximos días 12 y 13 los italianos se pronunciarán en las urnas sobre un paquete de medidas que incluye el rechazo a las nucleares, la privatización del agua y la ley del legítimo impedimento. Un referéndum trascendental para el devenir de Italia que il Cavaliere ha querido manipular e impedir y que, afortunadamente, va a celebrarse.

Sea como fuere, no resulta nada fácil adivinar qué es lo que puede pasar a partir de ahora en el país del oxímoron, la patria de las síntesis imposibles, según lo describía Francesco Merlo (FAQ Italia, 2009), como no lo es aprehender la naturaleza de los italianos. Sin embargo, parece que hay rasgos configuradores de la italianidad que nunca cambiarán y que podemos aspirar a conocer. Para ello, valdrá la pena acudir al excelente animador Bruno Bozzetto, cuya extensa y recomendable obra se ha dedicado, en buena parte, a poner de manifiesto la idiosincrasia nacional. De sus cortos realizados en flash, rescatamos el conocido y genial Europa & Italia (1999). Sus 6 minutos, a la vez que divierten, ponen sobre la pista, aunque sea parcialmente, de quiénes son los italianos de hoy en día.



04 mayo 2011

Romanos: Mamma Roma e i mammoni


Si romanos son esos desquiciados malcabrones, lanzados a la dolce vita, que, cuando juega La Roma, patean el suelo y gritan, a la hora que sea, sin importarles nada y nadie, enfrente de la tele.

Si romana es esa señora laqueada, pija y con ínfulas, que saca a su cochambroso chucho a pasear y adereza de mierdas y meadas las aceras,
ya de por sí rebosantes de inmundicia por obra y gracia del empeño del ayuntamiento en desviar los presupuestos de limpieza hacia otras latitudes como, por ejemplo, el sur de sus bolsillos.

Si es romano ese hijo de un convento de putas que, después de jugarte la vida hasta lograr que los coches paren para poder cruzar el paso cebra, llega con su moto desde atrás a gran velocidad y acelerando y se lleva a tu novia por delante.

Si quien aparca su coche ocupando la acera o los a menudo invisibles pasos de peatones, obligándote a jugártela de nuevo al tener que salir a la calzada, ese territorio hostil regido por la ley del más chulo, es romano también.

Y si es romano ese descerebrado conductor de autobuses, colocado y tatuado hasta el nardo, que va departiendo con su novia al lado, mientras cruza la ciudad a escape libre, frenando y acelerando bruscamente, sin solución de continuidad, ajeno a los niños y a los ancianos de mierda que van dentro...

Si lo son, entonces debería ser un derecho inalienable portar un lanzallamas para defenderse y usarlo en la caótica ciudad de Nerón y Calígula.

Pero no creo. Habrá, seguro, otros romanos que no sean maleducados, egoístas, guarros, incívicos, prepotentes y homicidas. Estoy segurísimo, vamos, de que los habrá. Como en todas partes. Y muchos.

Sin embargo, yo no los he visto todavía por ningún sitio. Y, a pesar de que he pensado en encomendarme a San Juan Pablo II, no me decido a hacerlo, porque, siendo romano como fue, aunque fuera adoptivo, no me merece mucha confianza.



















P.S. Espero que mi vecino de al lado, el señor de la ferretería, el del quiosco de prensa y uno que iba andando el otro día por el parque muy simpático, si aprenden español y llegan a leer a esto, puedan comprender que todo está escrito en clave literaria y coincide con lo que dicen los romanos de sí mismos y sepan perdonarme.

29 septiembre 2010

Mondo Cesare

Abres los ojos. Y no crees lo que ves. Y te restriegas los párpados hastiados en el alcohol y la vigilia de la noche anterior. Y los cierras de nuevo, para corroborar lo que se da por cierto a horas tan tempranas: estás soñando y no hay de qué preocuparse. Aprietas los ojos para aferrarte a un sueño, un chute de inspiración gratuito en una mañana preñada de sensaciones hiperlíricas sustitutivas.

Cuando los vuelves abrir, sabes que no pasa nada aunque estés en el cruce de Fratelli Bonnet (Raspberry Beret suena en mi cerebro alucinado). Piaggios, hondas, vespas, lambrettas y yamahas escupidas como en Mario Kart se abren paso entre autobuses desquiciados y coches locos que escupen con desprecio sobre pasos cebra absorbidos por el tiempo y la espaguetinidad en un septiembre húmedo y tórrido. Y piensas con sosiego en los seres queridos, porque en la jungla de asfalto romano que te circunda, en tu delirio matutino, nada es real, pero el roce metálico de la muerte está ahí, persiguiéndote, aunque sea mentira.

Frenas como un resorte cuando, al echarte a la derecha para esquivar a un motorino que te adelanta por la izquierda, te encuentras con una reata de motos que te sobrepasa como una exhalación por ese mismo lado hacia el que te apartas y no hay espacio para ti. Vas a morir en tu sueño de mierda y cierras otra vez los ojos y te dejas conducir por un pasillo donde ya empiezas a ver una luz blanca.

Tratas de sobreponerte a no sabes qué y elevas los parpados por un momento: estás parado ante un semáforo en Mondo Cesare. No sabes cuál es tu carril y los coches y las motos se apelotonan hasta no dejar ningún resquicio por el que respirar, pero no te importa, que les den por culo, tú estás viviendo un sueño. Te descubres repitiendo una y otra vez, sin saber por qué, misto restrallo, misto restrallo, misto restrallo. Es absurdo, porque en Isla Calavera, de niños, llamábamos misto restrallo a una china que se tiraba al suelo y soltaba chispas. Pero tú ahí, repitiendo una y otra vez misto restrallo, misto restrallo. Llegas a pensar que estás enloqueciendo, pero tú, a tu bola, pasas, porque cuando despiertes nada de esto estará sucediendo.

Cuando salta el verde, salen los coches y las motos en tropel, todos antes que tú, y tus retrovisores quedan mirando al este y al oeste, pero a ti no te importa. Sigues avanzando entre humos pesados y polveri sottili que no te afectan en tu naturaleza onírica y piensas que estás durmiendo con tu chica al lado y que son sólo cosas de tu alter-ego lo que ves. Si estuvieras despierto tratarías de comprender cómo el ayuntamiento no recoge mil cadáveres diarios de las avenidas, pero no te lo preguntas, es mejor disfrutar tratando de esquivar el autobús 115, que entra por la derecha como un demonio, y, cuando lo consigues, descubres que has llegado a la curva donde murió Cesare.

Imposible saber si el joven Cesare murió de un accidente circulatorio o cerebrovascular, como imposible es saber si fue como motorista o peatón, sin embargo, cuando dejas a tu derecha su foto, ya has llegado por fin al Trastevere, tu nuevo hogar, y tu chica te espera a punto de despertarse. Sería estupendo, tras tanta adrenalina segregada, echar un buen polvo matutino, pero, a estas alturas, ya no sabes si tu chica es una fantasía o si Cesare fue una aplastante realidad.


27 mayo 2009

Berlusconi y la Italia de los corderos


Los jóvenes universitarios italianos, los modernos, se miraban con complicidad, ratificaban su aura de grandeza y mostraban su solidaridad con el pobre euskaldún cada vez que surgía en clase la dicotomía vasco-español. El resto ni se miraba. Se mantenía en silencio a la vez que ponía el bolígrafo en posición de descanso y tomaba aliento antes de que retornase la lección magistral. Todos, eso sí, sonreían hermanados si una secuencia precisa de fonemas inundaba la atmósfera del aula: B-e-r-l-u-s-c-o-n-i. Viéndolos, uno tenía tenía la sensación de que este admirador-ahijado de Andreotti -ahí debió de empezar todo- y hoy el hombre más rico de Italia, tenía los días contados. Parecía que nadie hubiera votado nunca a Berlusconi, pero, sobre todo, que nadie le votaría jamás.

En cualquier urbe de Italia, allá por el 2003, los manifestantes contra la guerra ponían patas arriba, cada día, el centro città. Con sus insufribles cantinelas y sus percusiones se disparaban las ventas de paracetamol y tapones de silicona. Los tranvías se dormían en fila india y el conductor leía el periódico. No había balcón que no tuviera su bandera arcoiris. Alguien debió hacerse muy rico vendiéndolas. Sin embargo, la gravedad de los acontecimientos bien valía la misa. Daba la impresión de que los alternativos podían serlo de veras, de que cualquiera podía serlo. Los modernos que inundaban los parques los días de sol, con su ropa de marca, sus timbales y sus aperos malabares, con sus porros, sus birras y la mugre estudiada de sus zapatillas y sus pañuelos palestinos. Aquellos que me miraban, irónicos, callaotorgando, cuando yo me cagaba en todos los nacionalismos -empezando por el vasco y el español-. Acaso Italia entera. Todo el mundo, liberado de poses y de miedos, parecía haber sufrido una feliz transformación. Parecía, en fin, que, si de todos ellos hubiera dependido, Berlusconi habría sido en aquel momento, como su paisano Rascayú, un cadáver nada más.

De hecho, entre suspiros de alivio, Berlusconi dejó la presidencia en 2006. Se desdibujaba así la imagen persistente de una Italia deficiente mental y sensorial y se sembraba olvido en un erial de podredumbre, al tiempo que se inyectaba vitaminas y cemento en una izquierda raquítica y multifragmentada. Pero sólo fue un espejismo. Algo menos de dos años después, un pueblo entero, o más de medio, se dejó engañar de nuevo por la cara visible de la mafia. Chistes y chascarrillos, amenazas, promesas y regalos, populismo, paternalismo, prepotencia... El pueblo italiano -aunque aún haya hoy quien pronostique sacudidas sociales de peso-, devenido ante el mundo un ejercito de idiotas masoquista, baqueteado cien mil veces en el arte de la broma pesada, había vuelto a caer en las garras del monstruo más espeluznante nacido de sus propias entrañas desde Mussolini. "¿Hasta cuándo, Berlusconi, abusarás de nuestra paciencia? se pregunta hoy un desesperado Saramago.

Señalado por su relación con la mafia hace ya muchos lustros, Don Silvio siempre destacó por sus selectas amistades. En 1994, acomete su asalto al poder apoyado en su vasto imperio empresarial y en la Lega Nord, integrada por ultraderechistas, ultranacionalistas y antieuropeístas con quienes convivirá hasta hoy en una ósmosis no exenta de altibajos. La Lega, fundada por Umberto Bossi, quien en algún momento de su tormentosa relación califica a Berlusconi de mafioso incontestable, inicia su andadura con una fuerte aversión hacia los inmigrantes suritalianos de la Padania, para, más tarde, extender su homofobia a los inmigrantes en general, con una especial predilección por musulmanes, rumanos, albaneses y chinos. Y tampoco ha hecho ascos a integrar en su reciente Popolo della Libertà (continuación de Forza Italia) a los fascistas de Alleanza Nazionale, cuya cara más amable es la de Gianfranco Fini, su líder desde hace 15 años. Curiosamente, Alianza Nacional vio en 2003 cómo Alessandra Mussolini abandonaba la organización porque el blando de Fini en un viaje a Israel como vicepresidente del Consejo de Ministros se había atrevido a condenar las leyes racistas promulgadas durante el gobierno fascista de su abuelo.

Dueño de la casi totalidad de los medios audiovisuales del país, Berlusconi controla la prensa escrita haciendo uso de la intimidación y la censura de forma habitual -el filme Shooting Berlusconi, sistemáticamente ignorado, es sólo una muestra reciente- y carga contra periodistas, humoristas, jueces o políticos, cualquiera que se le oponga, porque, dice, lo machacan a diario. Y ÉL, tal es su sentido del deber, lo soporta con férrea resignación, aunque a ÉL lo que le gustaría es irse a casa a ejercer de abuelo.

Impulsor de una reforma de la ley de seguridad que hiela la sangre en las venas, Berlusconi obtiene el año pasado la aprobación de una ley que limita las escuchas telefónicas a los delitos más graves -mafia y terrorismo-, lo que conlleva que las escuchas anteriores a la entrada en vigor de la ley no sean tenidas en cuenta, algo que le beneficia claramente por lo que respecta al llamado caso Saccà, fundamentado en unas grabaciones que le muestran presionando a un director de la RAI, Agostino Saccà, con la intención de que contrate a mujeres de su predilección.

Siempre en busca de inmunidad para quedar impune, primero en 2004 con el lodo Schifani y luego en 2008 con el lodo Alfano, manipula las leyes, contra todo y contra todos, en su beneficio. Lo pone de manifiesto el caso Mills, que vuelve a la palestra informativa por enésima vez. Mills, abogado inglés, curiosamente marido de una ministra de cultura del gobierno Blair, recibió unos 400.000 euros para que, allá por 1997, no revelara, en su condición de testigo, datos acerca de algunas empresas afines a Mediaset que servían para blanquear dinero. La esposa de Mills tuvo que dimitir en Inglaterra; Berlusconi y Mills, en Italia, fueron feliz e irregularmente absueltos.

Así las cosas, que su mujer pretenda apretarle las tuercas por ser un mentiroso machista que ha convertido el país en un peligroso reality en caída libre, que la presidenta del tribunal de Milán, Nicoletta Gandus, reabra con bríos renovados el caso Mills, que Antonio di Pietro ayer mismo haya presentado una moción de censura en el parlamento contra el escudo de defensa que es para Berlusconi el lodo Alfano o que toda la prensa mundial se muestre expectante y atónita ante la deriva de Italia un día sí y el otro también, todo ello, pienso, pone un poco de esperanza en el pertinaz caminar de los italianos hacia el abismo, aunque sea ésta la esperanza del que ya la ha perdido tantas veces que no cree que las cosas puedan cambiar sino a peor. De momento, nuestro hombre está viendo en este preciso instante la final Barça-Manchester con Zapatero a su derecha y el rey de España a su izquierda, sonrientes todos ellos. Así está el panorama. Y no hay otro. Nosotros, sin embargo, por si acaso... incrociamo le dita.