20 noviembre 2012

Blanquísimo y en Botella

Ajena al montón de mentiras, incompetencias y chanchullos, así como a las 4 víctimas mortales que rodean al caso Madrid Arena, en el que el Ayuntamiento que ella dirige -¿dirige?- tiene arte y parte...

Indiferente, al menos en apariencia, a la ola de mutilaciones a que se está viendo sometida la gente a causa de una crisis económica y financiera que la casta privilegiada a la que ella pertenece ha creado, pero no sufre...

Y al margen, por decirlo todo, de los cientos de miles de muertos iraquíes que pesan sobre las espaldas de su esposo, el ínclito y precoz falangista José María Aznar...

La ilustrísima Anita Botella, alcaldesa no electa de Madrid, presume esta semana en la revista Telva de despacho municipal -amplísimo, reluciente y con vistas a la Cibeles-, al tiempo que luce una figura, más retocada que la cara de Mickey Rourke, en donde no hay ni rastro de su celulitis galopante. ¡Y con tres trajes diferentes nada menos!

Otra grande de España.




13 noviembre 2012

Filósofos alemanes y seres afines


"...leer a los filósofos alemanes no sirve de nada. Para hacer que crezcan patatas, hay que meter en la tierra una patata vieja y dejar que se pudra. Porque la muerte de la patata vieja da vida a las nuevas. Lo podrido actúa como abono, así que de una nacen muchas. Es suficiente. No hace falta leer nada."

Habla Folco en La fine é il mio inizio de Tiziano Terzani
(capítulo "Orsigna") 
 

26 octubre 2012

Fukushima se hunde: el futuro del mundo depende del reactor 4


Fukushima es el nombre de un lugar que nadie debería ignorar, aunque, por absurdo que parezca, haya gente interesada en que eso ocurra. Aun así, de uno u otro modo, oculta tras un montón de mentiras concienzudamente tejidas, la central nuclear de Fukushima Daiichi ahí sigue, día tras día, desde el pasado 11 de marzo de 2011, como un monstruo que se come la vida silenciosamente y amenaza con engullirlo todo. Al principio las noticias fluían sin freno, en consonancia con la magnitud de la tragedia, sin embargo, pasados unos meses, acabaron convirtiéndose en notas breves, superficiales y esporádicas en los principales medios de información del planeta. Sólo con motivo del primer aniversario de la catástrofe, volverían a ocupar, convertidas ya en crónicas triviales de tono compungido, las portadas de todos los periódicos. Pero fue, en todo caso, un resplandor que se apagó a los pocos días.

En todo este tiempo -19 meses-, los datos se han ido conociendo, entre cifras que bailan, valoraciones encontradas y rectificaciones, de manera confusa. Desde las dimensiones de la zona de exclusión a los años necesarios para desmantelar la central, pasando por la magnitud de las emisiones radiactivas y la prohibición o no de ingerir ciertos alimentos. Se ha hablado de soluciones como sellar las grietas, extraer las barras de combustible o parar los reactores en frío (cold shutdown), soluciones todas ellas obligadas pero no definitivas. Se ha especulado acerca de la tipología de los contaminantes liberados por tierra, mar y aire y de sus efectos perniciosos sobre los organismos... Un escenario sobrecogedor, silenciado con palabras, manejado por políticos incapaces, periodistas adormecidos y gente interesada del lobby nuclear. En diciembre, el primer ministro japonés, Yoshihiki Noda, aseguraba que se había conseguido la parada en frío de los reactores y, sólo un mes después, el ex-diplomático estadounidense Kevin Maher, con motivo de la publicación de su libro The Japan that can't decide, aseguraba que eso era una ficción.

Sea como fuere, lo sepa o no una población enfrascada en sus cuitas económicas y sumida en la inacción frente a cuestiones esenciales, la tragedia de Fukushima es un agujero, cuya magnitud real sigue sin conocerse, por donde parece escapársenos la vida. De poco vale ya seguir culpando a TEPCO (Tokyo Electric Power Company) o al gobierno nipón. ¿Tendría sentido acusar a Jack el Destripador de excesiva rudeza o al Vaticano de potenciar la superstición? Importa sólo la herencia de las generaciones venideras, abandonadas ya a un futuro prácticamente hipotecado. Si en diciembre, por poner un ejemplo, nos aterrorizaba que las cantidades liberadas sólo de cesio equivalieran a 168 bombas nucleares de Hiroshima, ahora, octubre de 2012, es la supervivencia del planeta entero lo que está en peligro. Y no es una patochada ni una alucinación. A primeros de agosto, en una entrevista que está adquiriendo notoriedad en estos días, Mitsuhei Murata, ex-embajador de Japón en Suiza lo exponía con una rotundidad aplastante [vídeo con subtítulos en inglés].



Ya en marzo pasado, Murata había declarado públicamente ante el Budgetary Committee of the House of Councilors que el edificio paralizado que alberga el reactor 4 estaba hundiéndose. Dicho edificio cuenta con una piscina de enfriamiento, situada a 30 metros por encima del suelo y sin protección -el viento se llevó el techo-, con más de 1.500 barras de combustible gastado y una radiación de 37 millones de curios (unas 460 toneladas de combustible nuclear). De continuar progresando el hundimiento (o de registrarse un nuevo seísmo), la estructura podría desplomarse afectando a la piscina común a todos los reactores (seis), de manera que, según Murata, el número total de barras de combustible sería de más de 11.000, lo que supone 134 millones de curios de cesio-137 (85 veces la cantidad liberada en Chernobyl). El resultado es fácil de imaginar: si la piscina se rompe, el combustible, al quedarse en seco, se calentará y explotará, liberando un tsunami de sustancias letales que se extendería por un área muy amplia, lo que podría ocasionar una catástrofe sin precedentes capaz de hacer inhabitable una buena parte del planeta. Hasta el momento, el edificio se ha hundido, desigualmente, más de 80 centímetros.


Semejante panorama, que TEPCO decía tener bajo control en el momento de las declaraciones de Murata y que ahora, 7 meses después, admite plenamente, dista mucho de su solución. Como se ve, la consideración inicial de nivel 7 -el más alto- para Fukushima según la escala INES, que lo convertía en el mayor desastre nuclear tras Chernobyl, empieza a quedarse pequeña, porque, si bien la liberación de material radiactivo al aire fue superior en Chernobyl -hasta el momento-, en lo que respecta al suelo y al mar las cifras resultan aterradoras en el caso japonés.

En un informe difundido en abril pasado elaborado tras una reunión con diplomáticos japoneses para tratar sobre el conflicto de las islas Kuriles, diplomáticos rusos del Ministerio de Asuntos Exteriores mostraban su estupefacción ante el hecho de que sus homólogos nipones les asegurasen que más de 40 millones de habitantes de ciudades del Este, Tokio incluida, podrían tener que ser evacuados al estar en peligro mortal por contaminación radiactiva a raíz de la tragedia de Fukushima Daiichi. De ahí la necesidad de recuperar con urgencia las islas Kuriles. Añadían, además, que China les había ofrecido sus misteriosas ghost cities para albergar a los evacuados. Más claro, imposible.

La proliferación en los 70 de la energía nuclear se había visto frenada con el desastre de Chernobyl (1986), sin embargo, posteriormente, llevadas por el deseo de obtener independencia energética, las naciones se fueron subiendo al carro de las nucleares enarbolando el argumento de que así se contribuía a combatir el calentamiento global, mientras el lobby nuclear se frotaba las manos. Así las cosas, la tragedia de Fukushima se produce cuando, con las energías alternativas al ralentí, se vive un incremento notable de la producción eléctrica de generación nuclear y países como EE.UU., Canadá, Reino Unido, Rusia, Brasil, Irán, China... planean construir nuevos reactores o remozar los viejos. Cabía pensar entonces que, ante tan dantesco escenario, cambiarían las políticas nacionales, tan decisivas para el futuro del planeta, pero, incomprensiblemente, parece que no ha sido así. Esta misma semana se ha sabido que China acaba de levantar su moratoria nuclear y se dispone a construir nuevas centrales. Quién sabe si con la intención de dar uso a sus ghost cities.

En este sentido, la actitud de Estados Unidos, un país bastante afectado por las emisiones radiactivas de Fukushima, es particularmente ruin. A primeros de abril de este año, observadores militares rusos que sobrevolaban la costa oeste detectaron cantidades de radiación sin precedentes. Por las mismas fechas, la Woods Hole Oceanographic Institution confirmaba que una ola de residuos muy radiactivos se movía en la misma dirección -lo que, por otra parte, no era algo nuevo- y diferentes científicos concluían que las algas con partículas radiactivas descubiertas en California tenían la misma procedencia. ¿Por qué entonces EE.UU. ha venido ejerciendo una censura tan férrea ante una catástrofe global que amenaza, como poco, la continuidad del mundo tal como lo conocemos? En la respuesta, probablemente, tendrán algo que ver las 31 centrales nucleares repartidas en su territorio. 31 fukushimas en potencia de las que no conviene que la población tome conciencia.

En fin. El hombre ha creado un monstruo que ahora no puede controlar y ha decidido ocultarlo con mentiras. Si este es nuestro presente, no habrá más opción que la que vaticina Stephen Hawking: o la extinción o la huida al espacio exterior. Sólo queda esperar. De momento, nuestro futuro inmediato depende de lo que pase con ese maldito reactor.

La central nuclear de Fukushima Daiichi antes del desastre
Reactores 4 (izq.) y 3
Reactor 4


16 octubre 2012

Italianos: infringir las reglas, ignorar a quien las viola


En la parada del autobús las personas van acumulándose sin estrés aparente. Cuando llega por fin, con un retraso de 35 minutos, mientras todos se precipitan hacia la única puerta de salida para encontrar asiento, los que salen lo hacen, no menos presurosos, por las dos puertas de entrada. Tampoco los encontronazos y embotellamientos dan la impresión de molestar demasiado a nadie. Ni siquiera a aquellos que se muestran respetuosos de las normas. Después de todo, lo realmente humillante es sentirse sometido a la disciplina de las colas. En el supermercado. En el cine. En la panadería... Sólo la astucia y la indiferencia garantizan el éxito: si no eres lo bastante listo, pasarás horas esperando tu turno.

Desde las bocacalles, coches y motos irrumpen amenazantes ante la apática mirada de unos peatones, invisibles y hostigados hasta la náusea, que no se sienten, no obstante, miserables. Tampoco se está tan mal viendo pasar la vida a la altura de un paso de cebra. Y eso si se camina, porque si se conduce, la perspectiva es todavía más alegre y darwiniana. Tras los cristales tintados, el cittadino alfa tratará de imponerse a pusilánimes y normativistas en su mundo feliz. Las aceras, los pasos de peatones y las zonas reservadas son de su uso exclusivo dei gratia (sólo los epsilones dan vueltas y vueltas a la manzana buscando aparcamiento). No existen los carriles. No hay semáforos. No hay límites de velocidad. E importa poco si hay charcos, negros e inmundos, y salpican. Ci proviamo. La vida es un videojuego y las reglas son simples: basta con colarse por cualquier resquicio. El sonido de un claxon significará que no hay que ralentizarse sólo porque aparezca un ceda el paso. Y coglioni que eres un perfecto gilipollas por pararte delante de un stop.

Ostras, champán, coches, putas y cocaína. Vidas de lujo costeadas con dinero público por parte de políticos de toda condición ideológica y posición jerárquica. Empresas modernísimas de telefonía y energías ecológicas personificadas en jóvenes operadores hastiados de la vida que se pasan por el forro las promesas publicitarias y torean en línea al cliente. En la pescadería del supermercado, 36 euros el kilo de pez espada, putrefacto pero de muy buen ver -químicamente maquillado-, aprovechando que la gente no entiende una mierda de pescado. Canciones de San Remo y Chuck Norris pasada la medianoche en el home cinema del vecino. Portazos por el hueco de la escalera. Tacones de aguja por el techo. Golpes y gritos cada vez que hay fútbol.

Cuando cruzas la calle, entre latas, papeles, plásticos, colillas y cacas de perro, con bolsas de basura de diversos colores en la mano, tratas de ignorar las miradas burlonas de un vecindario que lo echa todo en el contenedor más cercano a la puerta de casa y te preguntas por qué los italianos son tan extremadamente individualistas y manifiestan tan poco interés y respeto por los demás y por el bien común. Una falta recalcitrante de compromiso cívico que ellos mismos reconocen, según una encuesta de La Repubblica, como su primer defecto -la indiferencia y el individualismo son el segundo y el tercero, respectivamente-.

El pasado 8 de septiembre, Giovanni Belardelli, en un artículo aparecido sólo en la versión en papel del Corriere della Sera, lanzaba una curiosa reflexión sobre este grave problema de que adolece Italia y que supone, strictu senso, un acto de agresión flagrante del fuerte sobre el débil bendecido no sólo por quien infringe la ley, sino, también, por quien se muestra indiferente hacia su cumplimiento. Lo copio traducido a continuación.


Indifferenti verso chi viola le regole 
Giovanni Belardelli
Corriere della Sera, pág. 58 (8/10/2012)


El episodio de los trabajos "inflados" de L'Aquila (Corriere, 6 de septiembre) suscita preguntas esenciales sobre qué es o en qué se está convirtiendo nuestro país. Éstos son los hechos: a raíz de un control de la Guardia di Finanza se ha comprobado que en la capital de los Abruzos algunos propietarios de casas se habrían puesto de acuerdo con una empresa para declarar trabajos no realizados (la reparación completa del techo en lugar de una reforma parcial, la instalación de unos andamios que en realidad no se llevó a cabo, etc.) obteniendo así un mayor reembolso por parte del estado. Lo que diferencia este episodio del "típico" escándalo que sucede a un terremoto es la dimensión de la estafa: de 73 expedientes examinados, más de un tercio contendría datos intencionadamente falsos. Incluso considerándolo una muestra no representativa de toda la reconstrucción de L'Aquila, se trata de un porcentaje muy elevado, lo que lleva a preguntarse si y en qué medida la propensión a no respetar las leyes no forma ya parte de la cultura de un sector considerable del país.

Hace algunos años un jurista, Sabino Cassese, observó que la distinción entre lícito e ilícito había sido sustituida en Italia "por escalas de deberes más complejas, según las cuales un comportamiento puede ser obligatorio, recomendado, permitido, censurable, prohibido" (Lo Stato introvabile, Donzelli). En definitiva, como si en la cuna del derecho (escrito) hubiera tomado cuerpo una singularísima forma de common law en virtud de la cual muchos pudieran decidir si una cierta norma o ley puede ser tranquilamente ignorada. Además, ¿no hay tal vez una idea así tras extendidísimos comportamientos como la alta evasión fiscal o la falta de respeto a los límites del "ladrillo" que ha provocado la destrucción del paisaje italiano denunciada, hace poco, por Ernesto Galli della Loggia en este periódico?

La estafa aquilana, cuantitativamente limitada (al menos por el momento) en sus dimensiones, nos devuelve así al viejo tema de la escasa cultura cívica de los italianos, sobre la que circulan hace mucho explicaciones que parecen hechas aposta para ahorrarnos la molestia de ajustar cuentas con el problema. Es inútil, por ejemplo, mencionar una vez más el "familismo amoral" utilizado hace sesenta años por Edward Banfield. El estudioso americano hacía referencia a un pequeño y pobrísimo pueblo de Basilicata, por lo que la falta de cultura cívica que definía con dicha expresión era el producto de un retraso ancestral. El "familismo amoral" de hoy es, a lo sumo, producto (uno de los daños colaterales, podríamos decir) del modo en que tuvo lugar, desde los años 60 en adelante, la gran transformación de la sociedad italiana vinculada a la llegada del bienestar: una transformación que sacude estructuras culturales, valores, criterios de comportamiento vinculados al pasado sin lograr en muchos casos sustituirlos de forma eficaz. Italia, se ha dicho mil veces, habría sufrido la falta de una Reforma protestante. Es posible. Pero en los últimos decenios ha sufrido sin duda los efectos de una acelerada secularización que ha contribuido a minar, en sectores importantes de la sociedad, la distinción entre lo que es lícito y lo que no lo es que se basaba en la tradición católica (y es difícil pensar que los cursos regulares que se siguen en las escuelas puedan tener la misma inmediata fuerza impositiva que los Diez Mandamientos). Poco útil es, asimismo, la explicación que, en años recientes, ha asociado nuestro déficit en cultura cívica con Berlusconi como principal responsable. En efecto, no sólo estamos hablando de fenómenos que preceden la aparición en escena del Cavaliere. También hay que decir que, una vez reconocido cómo la cultura profunda del país se caracteriza por una tendencia generalizada a no respetar las leyes o no pagar los impuestos, parece absurdo sostener —como tantas veces en la polémica antiberlusconiana se ha hecho— que quien hubiera votado contra Berlusconi habría salido inmune de todo ello. Como ingeniosamente declaró en cierta ocasión un representante del PD, el honorable Letta, es ridículo afirmar que las personas honestas están en la izquierda, y que en la derecha se encontrarían todos los que "aparcan en doble fila".

Entre las falsas explicaciones de la falta de cultura cívica de la nación, la más inútil, cuando no la más perjudicial, es la propagada por el Movimento 5 Stelle y, en general, por la actual tendencia antipolítica. No es que no estén justificadísimas las críticas a nuestra clase política y a la resistencia que manifiesta ante cualquier mínima reducción de los privilegios de que goza, pero episodios como los de L'Aquila vienen a confirmar que la idea de una sociedad civil sana contrapuesta a un mundo político cada vez más corrompido no se corresponde con la realidad. Contrariamente, semejante idea termina por ocultar en este punto la probable necesidad de un examen de conciencia general, en una nación que durante demasiado tiempo ha permitido que normas y leyes pudieran ser sorteadas o infringidas, a veces con la aprobación, a menudo con la indiferencia de demasiados de nosotros.

 

 

28 julio 2012

Dos más dos son cinco: el espejismo de internet contra la pobreza y la ignorancia


Diseño de portada ©La Mandra Ediciones
"Pero también resultó claro que un aumento de bienestar tan extraordinario amenazaba con la destrucción –era ya, en sí mismo, la destrucción- de una sociedad jerárquica. En un mundo en que todos trabajaran pocas horas, tuvieran bastante que comer, vivieran en casas cómodas e higiénicas con cuarto de baño, calefacción y refrigeración, y cada cual poseyera un auto o hasta un aeroplano, desaparecería la forma más hiriente y obvia de desigualdad. Si la riqueza llegara a generalizarse, no serviría para distinguir a nadie. Sin duda, era posible imaginarse una sociedad en la que la riqueza, en el sentido de posesiones y lujos personales, fuera equitativamente distribuida al tiempo que el poder siguiera en manos de una minoría, una pequeña casta privilegiada. Pero semejante sociedad, en la práctica, no podría mantenerse estable, porque si todos disfrutasen por igual del lujo y del ocio, la gran masa de los seres humanos, a quienes la pobreza suele imbecilizar, aprendería muchas cosas y empezaría a aprender por sí misma. Y si empezara a reflexionar, se daría cuenta, más pronto o más tarde, de que la minoría privilegiada no tenía derecho alguno a imponerse a los demás y acabaría barriéndola. A la larga, una sociedad jerárquica sólo sería posible sobre la base de la pobreza y en la ignorancia."

[...]

"Durante todo el tiempo de que se tiene noticia, probablemente desde fines del periodo neolítico, ha habido en el mundo tres clases de personas: los Altos, los Medianos y los Bajos. Se han subdividido de muchos modos, han llevado muy diversos nombres y su número relativo, así como la actitud que han guardado unos hacia otros, han variado de época a época, pero la estructura esencial de la sociedad nunca ha cambiado. Incluso después de enormes conmociones y de cambios que parecían irrevocables, la misma estructura ha vuelto a imponerse, igual que un giroscopio vuelve siempre a la posición de equilibrio por mucho que lo empujemos en un sentido o en otro."

George Orwell: 1984 (1949)
[parte II, capítulo 9]


Dos y dos son cinco. Sin una práctica estricta del buensexo y el bienpensar y un control preciso del paracrimen, el doblepensar y la neolengua, cualquiera puede ser acusado de crimental contra el Partido y no tendrá, inevitablemente, escapatoria. Miniver, Minipax, Minimor y Minindancia, los ministerios, controlan la existencia de los individuos y la Policía del Pensamiento, que les sigue el rastro desde su nacimiento a través de sus telepantallas, los vaporizará entre estertores de dolor y no tendrán otro futuro que el de nopersonas, porque la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud y la ignorancia es la fuerza.

Orwell nos pintó en 1984 una sociedad oscura y opresiva cuya visión resulta hoy particularmente angustiosa y sobrecogedora. No hace mucho, Internet irrumpió como un inesperado brote de esperanza para la igualdad, convirtiéndose, al poner al alcance de todos el conocimiento de la historia y de la ciencia, en un ligero contratiempo para el Poder, la casta privilegiada. Sin embargo, no ha hecho falta que pase mucho tiempo. En 2012 los acontecimientos vuelven a mostrar que todo empieza a estar ya otra vez bajo control. La jerarquía luce de nuevo como una pirámide inmarcesible. El Gran Hermano te vigila. El poder es dios.



09 julio 2012

Mondo Cane: un día de perros

A El que apaga la luz, Cecilio (que le salvó
la vida), Dylan (a quien yo se la perdono) 
y Pío IX (al que no tengo el gusto de conocer)


En Mondo Cane, donde rige la ley del hombre blanco, cuando por la mañana te echas a la calle, lo haces ya con la razón incendiada por las conversaciones que has tenido que soportar antes de levantarte de la cama. Mucho antes siquiera de haber llegado a entrever a través de la cortina un destello de luz. Los hechos se encadenan de forma natural: empieza uno en el edificio de enfrente, otro da acuse de recibo desde el jardín de al lado y la pareja del piso de abajo se lanza de inmediato a una inclemente interacción. Un debate frenético, casi diario, que se prolonga a lo largo del día con la inestimable colaboración de ocasionales transeúntes.

Mundo Arcade
Ya en la calle, con el machete entre los dientes y el café atravesado en el estómago luego de dos horas de ladridos, te mueves con dificultad por un firme sembrado de bombas que te impiden elevar la mirada y disfrutar de la herencia artística que legó Roma a la posteridad. Disueltas cuando llueve, petrificadas hoy que arrecia el calor, mierdas y mierdas de todos los colores, tamaños y texturas y gente de mierda con perros de mierda inundan las degradadas aceras de una ciudad convertida en una mierda inmensa y proverbial. A buen seguro, como en tantas otras.

Tierno amigo
Mientras caminas por vía Garibaldi, te acuerdas de aquel niño que en las tardes lluviosas de Isla Calavera se pasaba las horas muertas detenido en la acepción "perro" de la Enciclopedia de Ciencias Naturales de Bruguera y no te reconoces. ¿Qué fue de aquel experto en mastines, alanos, retrievers, bodegueros y podencos? ¿Qué queda de aquella alelada pareja adolescente de enamorados con perrito? Casi seguro, nada. Y ademas, qué te importa. Acabas de pisar una mierda con tus Camper relucientes y no aciertas a hacer otra cosa que caminar en círculos maldiciendo a quienes tuvieron la ocurrencia, hace miles de años, de convertir lobos salvajes en vigilantes y pastores, propiciando la deriva genética de la que surgen las 450 razas modernas de perros, hoy relegadas a la estúpida condición de mascotas.

Un recuerdo indeleble de tu mejor amigo
Eficaces en el combate contra la soledad y la depresión, hábiles en la detección de múltiples sustancias y capaces de identificar más de 150 palabras, de encararse al mismísimo Bin Laden o de ganar un oscarde los perros se ha dicho que son un espejo en el que mirarse: listos, valientes, generosos y nobles. Y no son pocos los que los sitúan a la altura del hombre en la cadena evolutiva o incluso, como Pérez Reverte, por encima. Sin embargo, vistas las cifras de abandono y maltrato, no parecen minoría quienes detestan a estos polifacéticos cuadrúpedos que infectan de excrementos nuestras ciudades, degradándolas hasta lo inadmisible, y nos transforman con sus ladridos en virtuales asesinos sin salir de casa. Por si esto fuera poco, los perros son portadores de parásitos y enfermedades y no están exentos de un psicología compleja: son celosos, pesimistas, envidiosos y, lo que es peor, potencialmente agresivos. Los datos son tozudos al respecto: en Estados Unidos, por ejemplo, donde nacen 2.000 perros cada hora, 4,7 millones de personas son anualmente víctimas de sus mordiscos. De ellos, la mayoría son niños, y de estos, la mitad son mordidos en la cara. Concretamente, entre 1979 y 1996 se produjeron 183 ataques mortales. De manera que no parece que el perro sea precisamente el mejor amigo del hombre en Mondo Cane.

En fin, te limpias las botas como puedes y enfilas hacia al parque de Villa Pamphilj a tratar de aplacar tu deseo de venganza, pero no haces sino empeorar las cosas: encontrar en la yerba un espacio para extender la toalla libre de los innumerables zurullos escondidos es un ejercicio enervante. Y cuando finalmente te tumbas, muerto de asco, el horizonte es desolador: decenas de chuchos sueltos babeando, meando y cagando por todas partes, mientras sus propietarios departen relajados echando un cigarrito, y tú tratando de controlar el deseo de degollar a un cocker de mierda empeñado en mearte la mochila. Las multas, los cursillos, las bolsitas de plástico, las escasas y vomitivas zonas para perros, la creación de un banco de ADN canino... no son más que memeces, fuegos artificiales que no se toman en serio ni las autoridades. De hecho, hasta los 54.000 perros raptados en Italia y vendidos en el norte de Europa cada año te resultan claramente insuficientes.

Campo o barranco
Sabiduría china
Echado en la toalla, boca arriba, bajo el sol devastador de junio, proyectas desde la rabia un mundo en guerra sin otro fin que la total aniquilación de Mondo Cane. Mientras miras al cielo, las imágenes se suceden en tu cráneo recalentado llevadas por la necesidad de encontrar esperanza por alguna parte. Eficientes policías apaleando a ciudadanos por negarse a recoger las cacas de sus alimañas aduciendo que "solo había(n) orinado". Probos ministerios de Sanidad, sordos a las absurdas alegaciones de los amos, repartiendo salchichón envenenado por calles y patios vecinales. Gobiernos que defienden el exterminio masivo de perros callejeros como parte esencial de su programa de limpieza urbana. Héroes anónimos que siembran de cebos con raticida parques y viviendas con jardín en Roma o Zaragoza.

Cuestión de igualdad
Cuando, al caer la tarde, vuelves a  casa, no menos furioso que cuando te fuiste, los perros de la vecina te reciben como te despidieron: ladrando desde el balcón como posesos -especialmente el beagle, al que con gusto asfixiarías con tus propias manos-. En tu desesperación, ya no sabes si rociarles ácido sulfúrico o ponerte a llorar, y te preguntas, rendido a la propia impotencia, si no habrá forma legal de proceder a la ablación de las cuerdas vocales de esos hijos de puta o de encarcelar a la maldita foca de la dueña, habida cuenta de que hay precedentes. Mejor aún: ¿por qué no comérnoslos como en China, Filipinas, Suiza o Alemania? Pregunten en Corea del Sur: un plato exquisito. 

Pese a todo, por inesperado que pudiera parecer -a ti el primero-, horas después, cuando ya todos duermen, te sientas frente al ordenador con un cerveza fría en la mano y empiezas poco a poco a asustarte de tus propios pensamientos. Ahora, en el silencio de la noche, las cosas te parecen más sencillas y te dices que no, que no, que tú no eres capaz de torturar a un perro hasta la muerte o de enterrarlo vivo sólo por estar estresado. Convencido de ello, respiras entonces aliviado y, camino de la cama, crees haber encontrado una solución al problema en clave salomónica: mientras esperas la llegada del glorioso día en que los perros son desterrados de las ciudades, te conformarás con comprarte tapones de silicona y zapatos de suela lisa y, eso sí, con poder mear y cagar y escupir libremente por las calles tú también... Aunque... ¡Joder, mierda, otra vez! ¡Me cago en San Roque! ¡No va a haber más remedio que cortarles el cuello a esos putos cabrones!


N. B.  Dylan es el único perro del mundo al que estoy dispuesto a aguantar.

 

25 junio 2012

La bella Valenciano y el feo de Ribéry


Sábado, 23 de junio. España se juega entrar en las semifinales contra Francia y los españoles, sometidos a la presión de un futuro negrísimo, tratan de ahogar sus penas lanzados a una orgía de patriotismo, fútbol y cerveza. De pronto, a poco del final, Elena Valenciano, vicesecretaria general del Partido Socialista, transmite vía Twitter una profunda reflexión:

En pocos minutos, la red social del pajarito empieza a echar humo por todas partes. Su comentario, deplorable desde cualquier punto de vista, resulta especialmente repugnante si tenemos en cuenta que, como apuntan de inmediato los tuiteros a la rubia senadora, Franck Ribéry sufrió, con solo dos añitos, un brutal accidente de circulación que le dejó como secuela visibles cicatrices en el rostro que él se niega a operar y que son la materia en la que se inspira la bella Valenciano.

Al principio, ella misma le quita hierro a su comentario:


Sin embargo, dados la magnitud y el tono airado de la respuesta de la gente, la insigne socialista acaba por disculparse, aunque no sin reticencias:


A partir de ahí, cada vez más acojonada por el cariz peliagudo que irá tomando la polémica, continuará pidiendo disculpas en diferentes ocasiones echando mano de burdas justificaciones y chorradas y hasta de su blog, en donde, no viéndole final a la tormenta, decide confesarle al mundo que lo que hizo estuvo mal y que se había comportado como una hooligan.
Sin embargo, de nada le han servido sus esfuerzos a la hermosa, aunque cada vez más fondona Valenciano. Todavía hoy, lunes, los medios españoles y franceses han seguido haciéndose eco de un asunto que empieza ya a tomar tintes de estado, por lo que la políglota número dos del socialismo hispano se ha sentido en la obligación de publicar un tuit en francés, presumiblemente con el feo de Ribery como destinatario último. No sea que alguien piense que al PSOE no le gustan los votantes feos.


En fin. Que se deje de anglicismos la señora senadora, porque ha quedado clarísimo que, más que hooligan, es una perfecta hija de puta. Y más falsa que Judas. Después de todo, su comentario sobre Ribery no hace sino retratar, sin ambages, al político al uso de nuestros tiempos: bajuno, ignorante, advenedizo, despreciable, mentiroso y cabrón. Se lo he dicho a ella personalmente, pero no me ha respondido.

28 mayo 2012

Apariciones marianas (I): Rajoy contra la igualdad social


En 1983, con motivo de la aparición de La desigualdad humana, polémico ensayo del notario, periodista y escritor Luis Moure Mariño, un tal Mariano Rajoy Brey, diputado de 28 años de Alianza Popular en el Parlamento Gallego, escribía en El Faro de Vigo el artículo "Igualdad humana y modelos de sociedad". Hijo de un estraperlista a quien probablemente consideraba parte de una raza superior, Moure había contribuido activamente al buen nombre del franquismo, un periodo que no dudaba en calificar de época de libertad. Ya en 1938, antes del final de la Guerra Civil, había publicado un Perfil humano de Franco. En su artículo, el joven Rajoy, deudor a lo que parece del legado intelectual de Moure, se mostraba como una suerte de experto genetista y filósofo moral que abogaba por el determinismo biológico impuesto por el código genético para defender la idea de que la desigualdad entre los individuos es un hecho natural. Tal es la idea que vertebra La desigualdad humana, en opinión de Rajoy "uno de los libros más importantes que se han escrito en España en los últimos años".

Un adolescente de talento
Existe, en suma, un instinto, una tendencia natural a ser diferente, nos dice Rajoy, que constituye la base del progreso. La desigualdad entre los individuos es un hecho y la superioridad de unos sobre otros es cosa probada por la ciencia. La "buena estirpe" -la suya, entendemos- es hábil y capaz, emprendedora y competitiva, inteligente y posee tal afán de superación que hay que considerarla la verdadera fuerza de dicho progreso. Seguro de su interpretación del mundo, don Mariano va dejando pistas sobre su ideario político -o el de su estirpe-: desde que el "huevo fecundado" es el punto de arranque de un nuevo ser humano, hasta que el deseo de igualdad es culpable de subir impuestos e igualar retribuciones. En este sentido, el socialismo y el comunismo, en tanto que modelos políticos que aspiran a la igualdad social, sólo podrían lograr, por decreto, la igualdad de la riqueza, pero jamás podrían "decretar" la igualdad de la inteligencia o el carácter. El marxismo no es, pues, sino un atentado contra el progreso, y los hechos lo demuestran: lo único que ha conseguido es igualar la miseria.

El resto ya lo conocemos. Con ideas de tan profundo calado, con tantísima altura intelectual, es fácil entender que el joven Mariano llegara finalmente a ser presidente de un país. De un país, eso sí, que hace aguas por todas partes. Más que probablemente, pensarán los de su estirpe, por culpa de la herencia recibida. O de ETA. O de Grecia.

Reproducimos a continuación el artículo del sr. Rajoy -hace tiempo accesible en red- sin más intención que contribuir a la difusión de un documento cuyo valor histórico nos parece incuestionable. Lean, lean. Y juzguen ustedes mismos.


Igualdad humana y modelos de sociedad
Mariano Rajoy Brey (1983) [pdf]

UNO de los tópicos más en boga en el momento actual en que el modelo socialista ha sido votado mayoritariamente en nuestra patria es el que predica la igualdad humana. En nombre de la igualdad humana se aprueban cualesquiera normas y sobre las más diversas materias: incompatibilidades, fijación de horarios rígidos, impuestos -cada vez mayores y más progresivos-, igualdad de retribucio­nes... En ellas no se atiende a criterios de eficacia, responsabilidad, capacidad, conocimientos, méritos, iniciativa o habilidad: sólo importa la igualdad. La igualdad humana es el salvoconducto que todo lo per­mite hacer, es el fin al que se subordinan todos los medios.

Recientemente, Luis Moure Ma­riño ha publicado un excelente libro sobre la igualdad humana que paradógicamente (sic) lleva por título "La desigualdad humana”. Y tal vez por ser un libro “desigual” y no sumarse al coro general, no ha tenido en lo que ahora llaman "medios intelectuales” el eco que merece. Creo que estamos ante uno de los libros más importantes que se han escrito en España en los últimos años. Constituye una prueba irrefutable de la falsedad de la afirmación de que todos los hombres son iguales, de las doctrinas basadas en la misma y por end­e de las normas que son consecuencia de ellas.

Ya en épocas remotas -existen en este sentido textos del siglo VI antes de Jesucristo- se afirmaba como verdad indiscutible que la estirpe determina al hombre, tanto en lo físico como en lo psíquico. Y estos conocimientos que el hombre tenía intuitivamente -era un hecho objetivo que los hijos de "buena estirpe” superaban a los demás- han sido confirmados más adelante por la ciencia: desde que Mendel formulara sus famosas "Leyes" nadie pone ya en tela de juicio que el hombre es esencialmente desigual, no sólo desde el momento del nacimiento sino des­de el propio de la fecundación. Cuando en la fecundación se funde el espermatozoide masculino y el óvulo femenino, cada uno de ellos aporta al huevo fecundado -punto de arranque de un nuevo ser huma­no- sus veinticuatro cromosomas que posteriormente, cuando se producen las biparticiones celulares, se dividen de forma matemática de suerte que las células hijas reciben exactamente los mismos cromosomas que tenía la madre: por cada par de cromosomas con­tenido en las células del cuerpo, uno sólo pasará a la célula genera­triz, el paterno o el materno, de ahí el mayor o menor parecido del hijo al padre o a la madre. El hombre, después, en cierta manera nace predestinado para lo que habrá de ser. La desigualdad natural de hombre viene escrita en el código genético, en donde se halla la raíz de todas las desigualdades huma­nas: en él se nos han transmitido todas nuestras condiciones, desde las físicas: salud, color de los ojos, pelo, corpulencia... hasta las lla­madas psíquicas, como la inteli­gencia, predisposición para el arte, el estudio o los negocios. Y buena prueba de esa desigualdad origina­ria es que salvo el supuesto excepcional de los gemelos univitelinos, nunca ha habido dos personas iguales, ni siquiera dos seres que tuviesen la misma figura o la mis­ma voz.

Esta búsqueda de la desigualdad tiene múltiples manifestaciones: en la afirmación de la propia personalidad, en la forma de vestir, en el ansia de ganar -es ciertamente revelador en este sentido la referencia que hace Moure Mariño al afán del hombre por vencer en una Olimpiada, por batir marcas, records...- en la lucha por el poder, en la disputa por la obtención de premios, honores, condecoracio­nes, títulos nobiliarios desprovis­tos de cualquier contrapartida eco­nómica... Todo ello constituye de­mostración matemática de que el hombre no se conforma con su rea­lidad, de que aspira a más, de que busca un mayor bienestar y ade­más un mejor bien ser, de que, en definitiva, lucha por desigualarse.

Por eso, todos los modelos, des­de el comunismo radical hasta el socialismo atenuado, que predi­can la igualdad de riquezas -porque como con tanta razón apunta Moure Mariño, la de inteligencia, carácter o la física no se pueden "Decretar"- y establecen para ello normas como las más arriba citadas, cuya filosofía última, aun­que se les quiera dar otro revestimiento, es la de la imposición de la igualdad, son radicalmente contra­rios a la esencia misma del hombre, a su ser peculiar, a su afán de superación y progreso y por ello, aunque se llamen a sí mismos "mo­delos progresistas", constituyen un claro atentado al progreso, por­que contrarían y suprimen el natu­ral instinto del hombre a desigua­larse, que es el que ha enriquecido al mundo y elevado el nivel de vida de los pueblos, que la imposición de esa igualdad relajaría a cotas mínimas al privar a los más hábi­les, a los más capaces, a los más emprendedores... de esa iniciativa más provechosa para todos que la igualdad en la miseria, que es la única igualdad que hasta la fecha de hoy han logrado imponer.