Parece que la central nuclear de Fukushima es una bomba de relojería que está muy lejos aún de ser desactivada. La marcha de los acontecimientos es cada vez más preocupante. La situación de los reactores mantiene en ascuas a media humanidad y los organismos y el gobiernos japoneses naufragan con cada nueva contrariedad en la que empieza a parecer una situación jamás vista antes. A las altísimas dosis de radiación emitidas a la atmósfera en los últimos días, se añade ahora el hallazgo de trazas de plutonio en el suelo de Fukushima y la contaminación de las aguas del Pacífico y, por ende, de los seres que las pueblan. Se ha detectado, por ejemplo, yodo 131 en las algas de la costa pacífica de Canadá.
Traducimos por segunda vez las reflexiones de Ernesto Burgio, investigador del ISDE Italia (International Society of Doctors for the Environment), en una entrevista en la que habla de todo ello, dirigiendo la mirada, como experto en daños derivados de la contaminación en seres humanos, a lo que a todos en verdad nos preocupa: los efectos nocivos de la radioactividad en los seres vivos. Su relato resulta siempre inquietante y en muchos momentos sencillamente aterrador, pero conviene mirar de frente a los ojos del monstruo que estamos creando y que, aún ahora, hay quienes se empeñan en seguir alimentando.
Traducimos por segunda vez las reflexiones de Ernesto Burgio, investigador del ISDE Italia (International Society of Doctors for the Environment), en una entrevista en la que habla de todo ello, dirigiendo la mirada, como experto en daños derivados de la contaminación en seres humanos, a lo que a todos en verdad nos preocupa: los efectos nocivos de la radioactividad en los seres vivos. Su relato resulta siempre inquietante y en muchos momentos sencillamente aterrador, pero conviene mirar de frente a los ojos del monstruo que estamos creando y que, aún ahora, hay quienes se empeñan en seguir alimentando.
Fukushima contamina, además del aire, el agua del Pacífico. ¿Eso implica que se contamina también la cadena alimentaria?
El problema al que nos enfrentamos en los últimos tiempos es el siguiente: ¿los modelos que solemos usar para evaluar el daño real sobre las poblaciones directa o indirectamente expuestas a las radiaciones ionizantes siguen siendo válidos, o estamos usando modelos obsoletos que son insuficientes? Este es el punto de partida. Cuando nos enfrentamos a un accidente de grandes dimensiones (y éste ya casi se acerca al de Chernobyl) es necesario abordar el problema en dos direcciones: hay población directamente expuesta y población indirectamente expuesta. Y esta, por ejemplo, puede contaminarse a través de la cadena alimentaria.
Uno de los problemas esenciales que hay que abordar es cuántos radioisótopos como el cesio 137, que permanece mucho tiempo en las cadenas alimentarias, provienen realmente de los reactores que se han visto dañados. Esperemos que no lleguen a la fusión definitiva, porque, de lo contrario, se producirá una liberación masiva de radioisótopos pesados que podrán permanecer en el medio ambiente miles de años, sin embargo, en lo que al cesio y a otros radioisótopos se refiere, el verdadero problema es que afectan al plancton, que acaban en el mar, y está claro que durante años, probablemente decenios, las cadenas de alimentos resultarán contaminadas.
Si pensamos que el plancton está cargado, por ejemplo, de cesio, y que los peces comen plancton, vamos a encontrarnos frente a la llamada biomagnificación, es decir, las sustancias, sean químicas, sean, como en este caso, radiactivas, aparecen en mayor concentración cuanto más grande es el pescado. ¿Y cuál es el problema real? Pues que desde Hiroshima hasta hoy, unos 60 años, incluso los más reputados organismos internacionales para la protección radiológica han seguido evaluando los daños principalmente sobre el viejo modelo de la dosis total de radiación que llega a un individuo, considerando la radiación independientemente de si es una radiación externa, directa, o si es algo que sucede en el interior. ¿Por qué las cadenas de comida son el problema probablemente más subestimado? Porque alguien que ingiere cesio a través de los alimentos lo lleva dentro del cuerpo, lo que es como decir que una aparentemente pequeña fuente radiactiva va dañando desde dentro muchísimas células. Esto es mucho peor, por lo que se refiere a la exposición,que dosis, incluso masivas, de radiación externa de, por ejemplo, rayos gamma o neutrones, porque estos pasan pero no permanecen.
La nube radioactiva ya ha sobrevolado Europa. ¿Pasará igual con el agua? ¿También se contaminarán nuestros mares?
En estos casos siempre es conveniente hablar de modelos. Por ejemplo, hace unos días la Sociedad Francesa de Radioprotección ha mostrado un modelo según el cual la dispersión de yodo 131 ya ha alcanzado con seguridad Europa. Es obvio que en lo que se refiere al mar, los modelos de dispersión son mucho más lentos y la disolución en los océanos debería de alguna manera garantizar una dispersión mucho mayor. Estamos, obviamente, hablando de modelos y es necesario ver -cosa que en la actualidad no se sabe- la cantidad de material radiactivo que se ha liberado, porque la misma Agencia Japonesa de Radioprotección un día habla de mil, otro de un millón, y después lo desmiente y habla de una radiación 100.000 veces superior a lo normal.
Nuestra impresión es que este incidente no acabará aquí. El mayor daño sobre el plancton afecta a esa zona del Pacífico, sí, pero hablar de cadenas alimenticias significa además que, por poner un ejemplo, el atún en lata llega a todo el mundo. Así que, sea como fuere, hay que desear que el daño no sea enorme, pero los riesgos están ahí y es inútil esconderlos. El problema real, del que sabemos poco, es que muchas de estas sustancias radiactivas dejarán marca en las células madre y los gametos. Al marcar los gametos, los daños que veremos a la vuelta de unos años en las poblaciones de adultos en todo el mundo habrá que interpretarlos como algo que aparecerá amplificado en la generación siguiente.
Así que todo sigue estando un poco por evaluar y por ver lo que va pasando, como ha pasado con el accidente de Chernobyl, respecto al cual hemos empezado a detectar millones de personas expuestas, cuando todavía algunos organismos siguen hablando de 1.000 ó 2.000 personas.
Esta segunda parte está conectada con la anterior. Si seguimos argumentado con el viejo modelo, lo importante es la dosis total de radiación recibida. Supuestamente, las personas que, de acuerdo con este modelo, sufrirán el mayor daño serán sólo las expuestas a un cierto nivel, a dosis significativas.
Pero, en su lugar, ¿qué es lo que se está evidenciando? Originalmente hemos estudiado Hiroshima y Nagasaki, y también el fall out, las consecuencias para las poblaciones indirectamente expuestas durante los años de guerra fría, en los que se realizaron, como todos sabemos, muchos experimentos en la atmósfera. Después el accidente de Chernobyl, que ha sido seguramente el más grave. Y ha habido también muchos incidentes menores, tal vez ignorados. Y ahora está esta tragedia en curso. Y nos estamos dando cuenta de que, desgraciadamente, por ejemplo en el caso de Chernobyl, algunos contabilizan pocos casos de personas dañadas de forma dramática, porque sólo contemplan a quienes se han visto directamente expuestas -al propio accidente o, simplemente, porque vivían en Bielorrusia y Ucrania-. Sin embargo, según la comunidad científica, desde hace algunos años es cada vez más claro que las verdaderas víctimas de Chernobyl se cuentan por cientos de miles, porque, más allá del cáncer de tiroides en niños, más allá de la leucemia infantil, hay una marea de patologías tumorales y cardiovasculares que se han documentado también en poblaciones distantes.
Dos estudios muy importantes han aparecido en 2007. En ellos, se ha revisado cuidadosamente lo que ha sucedido en países como Grecia o, incluso, Escocia, adonde la nube llegó aparentemente con pequeñas cantidades de sustancias radiactivas. Sin embargo, al persistir el cesio mucho tiempo, la leucemia infantil se ha incrementado en proporción directa con respecto al cesio depositado, que durante meses y años ha estado en la cadena alimentaria. Hasta hace unos años estos casos no se consideraban imputables directamente a Chernobyl, pero ahora sabemos que sí lo son. Algunos estudiosos, especialmente rusos, han publicado en una importante revista de la Academia de Ciencias de Nueva York una nueva evaluación de daños según la cual la gente afectada llegaría al millón. Algo muy diferente de unos pocos cientos o unos miles.
¿Cuál es el destino de los trabajadores que están tratando de reparar la planta de energía en Fukushima?
Una vez más, según el viejo cálculo, se establece que, si hay una exposición masiva, se puede hablar de gray, grandes cantidades de 2-5 o 3-5 grays, se sufren daños irreversibles de médula, prácticamente su destrucción, y, por supuesto, se puede morir en pocos días o en un mes.
Actualmente tenemos la posibilidad de actuar en gran medida sobre quienes se ven obligados a trabajar en estas condiciones, en el sentido de exponerlos a dosis más bajas. Incluso a aquellas personas en las que ya hay daño medular, porque en pocos días ya muestran efectos de la lesión -por ejemplo, inicio de insuficiencia medular, anemia...-, se les hacen transfusiones o, incluso, transplantes de médula. En cualquier caso, los daños reales en muchas de estas personas, miles o, según algunos, decenas de miles tras Chernobil (...), son daños reversibles o irreversibles de la médula espinal. Pero algunos también muestran daños en el sistema nervioso central, que se manifiestan inicialmente como un estado de coma o convulsiones. Y, además, hay daños celulares muy numerosos. Por ejemplo, las células epiteliales, y, por tanto, la piel y, sobre todo, el sistema gastrointestinal, se pueden ver seriamente dañadas. Estas personas directamente expuestas tendrán problemas que se manifestarán en los próximos meses. Es, en fin, muy difícil de cuantificar, pero supongo que esta vez también habrá muchas víctimas sacrificadas en el accidente.
Texto original: Chernobyl 2 publicado en el el portal Cado in piedi el 28/03/2011
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