Estamos tomando en préstamo el capital ecológico
de las generaciones futuras sabiendo perfectamenteque no estamos en condiciones de poder restituirlo.
de las generaciones futuras sabiendo perfectamenteque no estamos en condiciones de poder restituirlo.
Informe Brunland
ONU, 1987
ONU, 1987
En estos días, asistimos, entre expectantes y aterrados, a cualquier información sobre la evolución de la central nuclear de Fukushima y sobre los riesgos que puede suponer para la población, no ya japonesa, sino mundial, la liberación de sustancias radioactivas. Muchos conceptos hasta ahora poco asumidos o desconocidos empiezan ya a resultarnos familiares y sentimos un sudor frío cada vez que empezamos a leer un nuevo artículo de prensa. Sin embargo, a pesar de la inconmensurable magnitud de la catástrofe que se vive en Japón -que, de paso, nos refresca ciertos pasajes de la historia reciente y nos dice que el de la energía nuclear no es un asunto que sólo incumba a una nación-, hay quienes no muestran la más mínima intención de dar carpetazo a esta fuente de energía con aspecto de monstruo incontrolable. Fukushima, por otra parte, evidencia una vez más el lastre que supone para el mundo el modelo de político actual, que lejos de mejorarlo, lo está llevando hacia su más absoluta degradación. Así, mientras Sarkozy se limita a decir que cerrará aquellas centrales que no pasen los controles de resistencia -¿resistencia a qué?-, el plutonio hace ya días que ha hecho acto de presencia en esta pesadilla a la que no se le ven visos de acabarse. Y hoy el yodo se ha elevado de forma alarmante en el agua marina.
Algunas consideraciones, aparecidas en el Nouvel Observateur de ayer, de Patrick Gourmelon, director del IRSN (Institut de Radioprotection et de Sûreté Nucléaire), sobre la verdadera naturaleza de los elementos radiactivos que se están liberando a la atmósfera y el mar en estos momentos ponen de manifiesto cómo es ese monstruo, incontrolable e invisible, imperceptible y silencioso, que, precisamente por ello, lo parece menos, aunque esté hipotecando el futuro de las generaciones venideras. El profesor Gourmelon, en el breve artículo que a continuación extractamos y traducimos más o menos libremente, contempla diferentes variables a la hora de valorar el riesgo de exposición (trabajadores de la central, población vecina y población distante) en relacion con los tres elementos principales que se estan liberando en Fukushima: plutonio 239, yodo 131 y cesio 134. Lo vemos.
El plutonio, que ha sido detectado en torno a la central de Fukushima, es un elemento muy pesado, no volátil, que se extiende por los alrededores del lugar en el que se libera, unos pocos kilómetros como máximo. En Chernobil, donde un incendio agravó la situación, el plutonio se extendió muy localmente y sólo los operarios que intentaron controlar la catástrofe se vieron expuestos. De radiación extremadamente tóxica, el plutonio es un emisor alfa. Una simple hoja, o la misma piel, pueden frenar su radiación, por lo que sólo es peligroso si penetra a través de una herida, una quemadura o por inhalación en el organismo. Los trajes del personal técnico evitan la contaminación. El poder radiactivo del plutonio 239, que se reduce a la mitad sólo cada ¡24.000 años!, aumenta el riesgo de padecer cáncer de pulmón o cáncer óseo. Un tratamiento por vía intravenosa a base de DTPA permitirá evitar que el plutonio se fije al hueso.
El yodo 131 es extremadamente volátil, por lo que, frente al plutonio, puede alcanzar, en forma de gas o de aerosol, a poblaciones muy alejadas de la central emisora. En pequeñas dosis, apenas cuantificables, ya ha sido detectado incluso en Francia [y en España, Italia, Reino Unido... y hasta en Nueva York]. Su actividad radiactiva de divide por dos cada siete días y a los 2 meses de su emisión ya ha desaparecido. El yodo afecta específicamente a un órgano, el tiroides, y a una población, los niños. La ingesta de yoduro de potasio evitará la fijación del yodo 131 en la glándula tiroidea.
El cesio 134, en forma de aerosol, es igualmente volátil y puede llegar muy lejos. Si el desastre de Fukushima se prolonga [también se ha liberado cesio 137], podrá ser detectado en Francia. En el medio ambiente la actividad de sus radiaciones se reduce a la mitad cada 30 años, mientras que en el organismo esta misma reducción se produce cada 100 días -cosa que no deja de sorprender al profesor Gourmelon en tanto que reflejo de la resistencia del organismo-. El cesio 134 puede provocar leucemia y ciertas clases de cáncer. No existe ningún tratamiento específico, pero si la contaminación es muy alta, se puede suministrar bleu de Prusse (azul de Prusia), que impide su absorción por el intestino, aunque sólo elimine una tercera parte.
En lo que atañe a las poblaciones distantes del lugar de la fuga, sólo el yodo y el cesio, ambos volátiles, pueden inquietar verdaderamente. Por contra, los trabajadores de la central nuclear pueden verse expuestos a todos los elementos de fisión; no solo al plutonio, sino también al estroncio, un elemento muy pesado que queda depositado en zonas adyacentes a la fuga provocando una aumento del riesgo de contaminación que, no obstante, no implica necesariamente una patología derivada de dicha contaminación. Igualmente, aunque los elementos radiactivos liberados disminuyan su actividad con el tiempo, no dejan de ser peligrosos para la salud, pero lo son menos. En una situación de crisis como la actual, el principio de crisis deja de actuar y hay que sustituirlo por el principio de realidad [léase realismo].
No hay más que decir. Si acaso, observar las imágenes.
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