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Sea como fuere, lo sepa o no una población enfrascada en sus cuitas
económicas y sumida en la inacción frente a cuestiones esenciales, la tragedia
de Fukushima es un agujero, cuya magnitud real sigue sin conocerse, por donde
parece escapársenos la vida. De poco vale ya seguir culpando a TEPCO (Tokyo
Electric Power Company) o al gobierno nipón. ¿Tendría sentido acusar a Jack
el Destripador de excesiva rudeza o al Vaticano de potenciar la superstición? Importa
sólo la herencia de las generaciones venideras, abandonadas ya a un futuro
prácticamente hipotecado. Si en diciembre, por poner un ejemplo, nos
aterrorizaba que las cantidades liberadas sólo de cesio equivalieran a 168 bombas nucleares de
Hiroshima, ahora, octubre de 2012, es la
supervivencia del planeta entero lo que está en peligro. Y no es una patochada
ni una alucinación. A primeros de agosto, en una entrevista que está
adquiriendo notoriedad en estos días, Mitsuhei Murata, ex-embajador de Japón en
Suiza lo exponía con una rotundidad aplastante [vídeo con subtítulos en inglés].
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En un informe difundido en abril pasado elaborado tras una reunión con
diplomáticos japoneses para tratar sobre el conflicto de las islas Kuriles,
diplomáticos rusos del Ministerio de Asuntos Exteriores mostraban su
estupefacción ante el hecho de que sus homólogos nipones les asegurasen que más
de 40 millones de habitantes de ciudades del Este, Tokio incluida, podrían
tener que ser evacuados al estar
en peligro mortal por contaminación radiactiva
a raíz de la tragedia de Fukushima Daiichi. De ahí la necesidad de recuperar con
urgencia las islas Kuriles. Añadían, además, que China les había ofrecido sus
misteriosas ghost cities para albergar a los evacuados. Más
claro, imposible.
La proliferación en los 70 de la energía nuclear se había visto frenada con el desastre de Chernobyl (1986), sin embargo, posteriormente, llevadas por el deseo de obtener independencia energética, las naciones se fueron subiendo al carro de las nucleares enarbolando el argumento de que así se contribuía a combatir el calentamiento global, mientras el lobby nuclear se frotaba las manos. Así las cosas, la tragedia de Fukushima se produce cuando, con las energías alternativas al ralentí, se vive un incremento notable de la producción eléctrica de generación nuclear y países como EE.UU., Canadá, Reino Unido, Rusia, Brasil, Irán, China... planean construir nuevos reactores o remozar los viejos. Cabía pensar entonces que, ante tan dantesco escenario, cambiarían las políticas nacionales, tan decisivas para el futuro del planeta, pero, incomprensiblemente, parece que no ha sido así. Esta misma semana se ha sabido que China acaba de levantar su moratoria nuclear y se dispone a construir nuevas centrales. Quién sabe si con la intención de dar uso a sus ghost cities.
En este sentido, la actitud de Estados Unidos, un país bastante afectado
por las emisiones radiactivas de Fukushima, es particularmente ruin. A primeros
de abril de este año, observadores militares rusos que sobrevolaban la costa
oeste detectaron cantidades de radiación sin precedentes. Por las mismas
fechas, la Woods Hole Oceanographic Institution confirmaba que una ola de
residuos muy radiactivos se movía en la misma dirección -lo que, por otra
parte, no era algo nuevo- y diferentes científicos concluían que las algas con partículas radiactivas descubiertas en California tenían la misma procedencia. ¿Por
qué entonces EE.UU. ha venido ejerciendo una censura tan férrea ante una
catástrofe global que amenaza, como poco, la continuidad del mundo tal como lo conocemos? En la
respuesta, probablemente, tendrán algo que ver las 31 centrales nucleares
repartidas en su territorio. 31 fukushimas en potencia de las que no conviene
que la población tome conciencia.
En fin. El hombre ha creado un monstruo que ahora no puede controlar y ha decidido ocultarlo con mentiras. Si este es nuestro presente, no habrá más opción que la que vaticina Stephen Hawking: o la extinción o la huida al espacio exterior. Sólo queda esperar. De momento, nuestro futuro inmediato depende de lo que pase con ese maldito reactor.
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La central nuclear de Fukushima Daiichi antes del desastre |
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Reactores 4 (izq.) y 3 |
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Reactor 4 |
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