Días y días. Semanas que hacen meses. Eternamente. Bajo una lluvia ya como de la familia y alguna que otra nevada de por medio. Así andamos. Siempre orbitando en los cero grados y azotados por un viento persistente, un viento polar que barre tejados e ilusiones y dibuja de polders un horizonte de paraguas rotos. Necrosis en la polla será mi diagnóstico, lo sé, así que a tomar por culo todos mis desvelos ociosos por hallar la ubicación del punto G mientras siga viviendo entre flamencos y valones.
En el trabajo, los jefes son tan tan majaderos, tan inútiles, tan imbéciles que sólo pensar en describirlos me aviva, literalmente, la gastritis. En la cara de los colegas ves a diario el valor de nuestros políticos: la inutilidad manda y comanda en un día de Reyes permanente: se recogen paquetes, se devuelven favores, se invierte a plazo variable, se hace un hueco al tonto de la familia de la persona importante. ¡Y Zapateros, berlusconis y sarkocíes por horizonte para poner fin a tanto desafuero, tantas irregularidades e injusticias! ¡Menudo panorama!
En casa, la cosa no es mejor. Los del tercero, apenas intercambias una sonrisa y unas palabras en dariya, tomando el capullo por escroto, hacen de la puerta de tu garaje aparcamiento. La del segundo izquierda, una sucia zorra ex-italiana, hace dualidad de la existencia, la suya y la mía: la semana que la atleta tarada de su hija única deja de correr sobre mis sesos rotos desde las siete de la mañana y se va a la casa de su padre divorciado, su amante de turno hace acuse de presencia con quejidos, crujidos y jadeos. Desde que murió Fassbinder, estos grasientos y repulsivos sementales andan vagando, sin trabajo, por el mundo y pueden aparecer para amargarte a cualquier hora en cualquier sitio. Y de la pareja del segundo derecha, la chica, una francesa con muy mala hostia, toca el piano y, últimamente, una caja de ritmos. ¿Nadie le ha dicho a esa desquiciada gabacha que es una desgracia para la música?
Y si vas por la calle, ni siquiera es posible, como habrá intuido el lector inteligente, decir belgas de mierda para desahogarte. A la tan cacareada desavenencia entre flamencos y valones de reglamento, hay que añadir masas ingentes de magrebíes, turcos, armenios, polacos, italianos y españoles de tercera generación, portugacas, sudaqueses… hordas confundidas haciendo bandera de sus santos cojones en el corazón de una Europa que parece haberse olvidado del sudor y la sangre que costó la Revolución Francesa.
Pero hay más. Baste por el momento sólo una nota. A esa caterva de políticos nacionales, ignominiosos e ignorantes, que denuncia con valentía El que apaga la luz, hay que añadir a nuestros internacionales, la Roja de la política, un sociolecto que habla pijenés y luce un escapulario que lo acredita como miembro de las instituciones europeas. Grises políticos que han bajado a segunda o simples luminarias provincianas jugando a los barquitos y haciendo que se dispare el precio de los restaurantes y los alquileres entre las coordenadas del sueldazo que tengo y el fin de semana que me marcho a España a tirarme a mi gorda. No obstante, situemos las cosas en su sitio, que me enciendo y no es plan. Tampoco son éstos pijos tan peligrosos como otros pijos de antes, como aquel joven pijo, Jose María del Nido, hijo entonces del delegado de Fuerza Nueva en Sevilla y presidente hoy de uno de los dos equipos de fútbol de la ciudad del Betis, que, aficionado a dar cadenazos a quien se le ponía, convirtió en un despojo en 1978 la vida de Jesús Damas, joven miembro del PTE. [Gracias, Joselito, por pasarme la prueba documental]
Y no hablo de los amos del mundo, que infectan la ciudad embutidos en sus uniformes planchados, porque me estoy extendiendo demasiado. Así que volvamos a lo nuestro, terminemos: Bruselas, en un sesgado análisis sociológico, es un lugar que no merece la pena ser vivido.
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