En 1983, con motivo de la aparición de La desigualdad humana, polémico ensayo del notario, periodista y escritor Luis Moure Mariño, un tal Mariano Rajoy Brey, diputado de 28 años de Alianza Popular en el Parlamento Gallego, escribía en El Faro de Vigo el artículo "Igualdad humana y modelos de sociedad". Hijo de un estraperlista a quien probablemente consideraba parte de una raza superior, Moure había contribuido activamente al buen nombre del franquismo, un periodo que no dudaba en calificar de época de libertad. Ya en 1938, antes del final de la Guerra Civil, había publicado un Perfil humano de Franco. En su artículo, el joven Rajoy, deudor a lo que parece del legado intelectual de Moure, se mostraba como una suerte de experto genetista y filósofo moral que abogaba por el determinismo biológico impuesto por el código genético para defender la idea de que la desigualdad entre los individuos es un hecho natural. Tal es la idea que vertebra La desigualdad humana, en opinión de Rajoy "uno de los libros más importantes que se han escrito en España en los últimos años".
Un adolescente de talento |
El resto ya lo conocemos. Con ideas de tan profundo calado, con tantísima altura intelectual, es fácil entender que el joven Mariano llegara finalmente a ser presidente de un país. De un país, eso sí, que hace aguas por todas partes. Más que probablemente, pensarán los de su estirpe, por culpa de la herencia recibida. O de ETA. O de Grecia.
Reproducimos a continuación el artículo del sr. Rajoy -hace tiempo accesible en red- sin más intención que contribuir a la difusión de un documento cuyo valor histórico nos parece incuestionable. Lean, lean. Y juzguen ustedes mismos.
Igualdad humana y
modelos de sociedad
Mariano
Rajoy Brey (1983) [pdf]
UNO de
los tópicos más en boga en el momento actual
en que el modelo socialista ha sido votado mayoritariamente en nuestra
patria es el que predica la igualdad humana. En nombre de la igualdad humana se aprueban cualesquiera normas y
sobre las más diversas materias: incompatibilidades, fijación de horarios rígidos, impuestos -cada vez mayores y
más progresivos-, igualdad de retribuciones...
En ellas no se atiende a criterios de eficacia, responsabilidad,
capacidad, conocimientos, méritos, iniciativa o habilidad: sólo importa la
igualdad. La igualdad humana es el salvoconducto que todo lo permite hacer, es
el fin al que se subordinan todos los medios.
Recientemente, Luis Moure Mariño ha
publicado un excelente libro sobre la igualdad humana
que paradógicamente (sic) lleva
por título "La desigualdad humana”. Y tal vez por ser un libro “desigual”
y no sumarse al coro general, no ha tenido en lo que ahora llaman "medios intelectuales” el eco que merece. Creo que estamos ante uno de los libros más importantes
que se han
escrito en España en los últimos años. Constituye una prueba irrefutable de
la falsedad de la afirmación
de que todos los hombres son iguales, de las
doctrinas basadas en la misma y por ende de las normas que son
consecuencia de ellas.
Ya en épocas remotas -existen en este sentido textos
del siglo VI antes de Jesucristo- se afirmaba como verdad indiscutible
que la estirpe determina al hombre, tanto en lo físico como en lo psíquico. Y estos conocimientos
que el hombre tenía intuitivamente
-era un hecho objetivo que los hijos de "buena estirpe” superaban a los demás- han sido confirmados más adelante
por la ciencia: desde que Mendel formulara sus famosas "Leyes"
nadie pone ya en tela de juicio
que el hombre es esencialmente desigual, no sólo desde el momento del
nacimiento sino desde el propio de la fecundación. Cuando en la fecundación se funde el espermatozoide masculino y el
óvulo femenino, cada uno de ellos aporta al huevo fecundado -punto de arranque de un nuevo ser humano- sus
veinticuatro cromosomas que posteriormente, cuando
se producen las biparticiones
celulares, se dividen de forma matemática
de suerte que las células hijas reciben exactamente los mismos cromosomas que
tenía la madre: por cada par de
cromosomas contenido en las células del cuerpo, uno sólo pasará a la célula generatriz, el paterno o el materno, de ahí el mayor o menor parecido del hijo al padre o a la madre. El hombre, después, en cierta manera nace predestinado para lo que habrá de ser. La
desigualdad natural de hombre viene escrita
en el código genético, en donde se halla la raíz de todas las desigualdades humanas: en él se nos han transmitido todas nuestras condiciones, desde las físicas: salud, color de los ojos, pelo,
corpulencia... hasta las llamadas psíquicas, como la inteligencia, predisposición para el arte, el estudio o los negocios. Y buena prueba de esa
desigualdad originaria es que salvo
el supuesto excepcional de los
gemelos univitelinos, nunca ha habido dos personas iguales, ni siquiera
dos seres que tuviesen la misma figura o la
misma voz.
Esta búsqueda de la desigualdad tiene múltiples manifestaciones: en la afirmación de la propia personalidad, en la forma de vestir, en el ansia
de ganar -es ciertamente revelador en este sentido la referencia que hace Moure Mariño al afán del hombre por vencer en una Olimpiada,
por batir marcas, records...- en
la lucha por el poder, en la disputa por la obtención de premios, honores,
condecoraciones, títulos nobiliarios
desprovistos de cualquier
contrapartida económica... Todo ello
constituye demostración matemática
de que el hombre no se conforma con su realidad, de que aspira a más, de que busca
un mayor bienestar y además un mejor bien
ser, de que, en definitiva, lucha por desigualarse.
Por eso,
todos los modelos, desde el comunismo
radical hasta el socialismo atenuado, que predican la igualdad de riquezas -porque como con tanta
razón apunta Moure Mariño, la de
inteligencia, carácter o la física no se pueden "Decretar"- y establecen para ello normas como las más arriba citadas, cuya filosofía última, aunque
se les quiera dar otro revestimiento, es la de la imposición de la igualdad, son radicalmente contrarios a la
esencia misma del hombre, a su ser
peculiar, a su afán de superación y
progreso y por ello, aunque se llamen a sí mismos "modelos
progresistas", constituyen un claro atentado
al progreso, porque contrarían y suprimen el natural
instinto del hombre a desigualarse,
que es el que ha enriquecido al
mundo y elevado el nivel de vida
de los pueblos, que la imposición de
esa igualdad relajaría a cotas mínimas al
privar a los más hábiles, a los más capaces, a los más emprendedores... de esa iniciativa más provechosa para todos que la igualdad en la miseria, que es la única igualdad que hasta la fecha de hoy han
logrado imponer.
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