le ruego me perdone la osadía de dirigirme a S.M. sin pasar por el Jefe de la Casa Real, pero entiendo que es lo más conveniente, dada la naturaleza del asunto que me trae y que de inmediato paso a comentarle.
Siendo tantísimos
los casos conocidos en la historia reciente de tercos delincuentes que se pasean impunes por ahí con los bolsillos llenos, y que, aun así, no
son sino unas pocas gotas en la mar oceana, no se atisban en el horizonte señales de que la Justicia de este país vaya a empezar a funcionar con eficacia a corto plazo. Y eso es hasta tal punto cierto, que el proceso que parece conducir inequívocamente a que S.A. el Duque de Palma se siente en el banquillo, bien podría quedar en nada, como es mi deseo, poniéndose así fin a la aflicción que a S.M. enoja y acongoja en estos días. Sin embargo, son tales la enjundia de las tropelías que ha perpetrado el Sr. Urdangarín y la evidencia que hay de ellas, que podría ocurrir que acabaran pasándole factura no ya a él, sino a toda la Casa Real. Imagino es Usted consciente de ello. Un delito de tal envergadura
no sólo da alas a quienes siempre han querido erradicar la
monarquía de la faz de la Tierra, sino que comprometería muy seriamente a S.M., habida cuenta de que sus haberes y movimientos son, cuando menos, tan oscuros como los de su yerno favorito, pero muchísimo más injustificables, si cabe.
En ese sentido, estimo legítimo y muy acertado que requiriera su presencia en la Zarzuela al objeto de reprenderlo y obligarle a exculpar a su hija, S.A. la Princesa Cristina, de suerte que la culpa recaiga sobre él. Sabido que, salvo S.M., cualquiera puede ser juzgado, no es un dato trivial que ella, en tanto que vocal en la junta directiva del Instituto Nóos y secretaria del consejo de administración de Aizoon, tendría bastantes papeletas para verse imputada y acabar en la cárcel. Además, el espectacular patrimonio acumulado en poco tiempo lo es tanto de ella como de su marido. ¡Qué harían entonces los pobres nietos de S.M. con los padres en el trullo, dado que, a pesar de aparecer ya algunos de ellos como accionistas de la sociedad Namaste 97, no están en edad ni de vivir entre rejas ni de administrar cuentas corrientes!
En ese sentido, estimo legítimo y muy acertado que requiriera su presencia en la Zarzuela al objeto de reprenderlo y obligarle a exculpar a su hija, S.A. la Princesa Cristina, de suerte que la culpa recaiga sobre él. Sabido que, salvo S.M., cualquiera puede ser juzgado, no es un dato trivial que ella, en tanto que vocal en la junta directiva del Instituto Nóos y secretaria del consejo de administración de Aizoon, tendría bastantes papeletas para verse imputada y acabar en la cárcel. Además, el espectacular patrimonio acumulado en poco tiempo lo es tanto de ella como de su marido. ¡Qué harían entonces los pobres nietos de S.M. con los padres en el trullo, dado que, a pesar de aparecer ya algunos de ellos como accionistas de la sociedad Namaste 97, no están en edad ni de vivir entre rejas ni de administrar cuentas corrientes!
En fin, de sobras sé que no hay necesidad de imaginar escenarios tan lúgubres. Con una corrupción tan bien sedimentada como la nuestra, probablemente todo quedará en nada y podrá S.M. volver a su regia hoja de ruta. Ojalá. Ahí están Mario Conde, Francisco Camps, Alfredo Sáenz y tantos otros. Sin embargo, Dios no lo quiera, si el Sr. Urdangarín acabara en la cárcel y S.M. decidiera degradarlo de familia real a familia del rey y forzarle el divorcio, permítame el atrevimiento de recomendarle como sustituto, y es este el verdadero leitmotiv de mi escrito, a quien en 1992 solicitara la mano de su hija, sabiendo retirarse decorosamente tras admitir su derrota frente a las habilidades de S.A. el Duque de Palma. No sé si se acuerda de AlbertPla, un ser excepcional cuya firme candidatura quiero aquí defender. La carta que a S.M. dirigió entonces el sr. Pla es hoy cima de la literatura epistolar e hito de la cultura hispánica, pero, sobre todo, muestra viva de acatamiento a la Corona, como puede ver y oír a continuación.
Mi Majestad,
espero no ofenderlo ni irritarlo, Majestad,
pero mi deseo es casarme con su hijita, Majestad.
Quizás sea una osadía pedir la mano de su hija
y no me creáis oportunista ni un playboy, mi Majestad.
No pretendo enriquecerme ni quiero palacios
ni pajes ni yates
ni quiero ser duque o tener chambelanes,
no deseo aprovecharme ni robarle nada,
es cuestión de amor.
Que estoy loco de amor por la princesa, Majestad,
entiéndalo, Rey mío, por favor, compréndalo.
Aunque sea soberano, supongo que será humano,
como el resto de sus siervos también tendrá sentimientos.
Yo sé que vos realmente también os cagáis
y folláis y sudáis como yo, esto es real,
así que présteme un poquito de atención,
le hablaré francamente frente a frente, Majestad.
Quizá yo no sea el yerno que soñó, mi Majestad,
nunca tuve dinero ni soy conde o caballero,
no llego ni a hidalgo, ciudadano raso,
mi estirpe no es noble pero mi nobleza
me obliga a decirle la verdad.
Sería mentirle si digo que tengo respeto por la monarquía,
siempre me he cagao en las dinastías
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y en las patrias putas, las banderas sucias,
los reinos de mierda y en la sangre azul.
Mi Majestad,
ahora es el real decreto del corazón, mi Majestad,
que me arrastre y que reniegue por amor, mi Majestad,
pues si la fe mueve montañas, el amor remueve el alma,
y hasta el ser más consecuente ante el amor pierde su honor.
Yo por amor soy capaz de mandar a la mierda
mis firmes principios de republicano,
cambio de camisa y rindo pleitesía a la monarquía,
¡que viva el amor!
que me convirtió en su esbirro, Majestad.
Solo pensar que quisierais ser mi suegro, Majestad,
yo ya le adoro, ya le adulo y hasta le beso en el culo,
le prometo ser bueno, un digno yerno, Majestad.
Si me caso, me transformo como en ese cuento
aquel sapo que por un beso se convirtió en príncipe encantado,
y así por un beso de su princesita
también yo me vuelvo en to lo que usted quiera.
Seré su súbdito amado, su sumiso esclavo,
su obediente criado, su subordinado y devoto lacayo.
Le juro ante dios y ante el cielo y la Biblia
¡que viva el Rey!
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Savia nueva para la monarquía |
Le ruego, en suma, Majestad, contemple la posibilidad de acoger a Albert entre los suyos, porque un grandísimo esfuerzo no merece sino equivalente recompensa. Y digo más: siendo su deseo de entroncar con los Borbones tan hondo y
sincero, y tan grande, al mismo tiempo, la necesidad de la monarquía de nuevos súbditos, bien podría igualmente casarlo con S.A. la Princesa Elena, si, finalmente, su hija pequeña termina, perdone la expresión, pudriéndose en la cárcel. A fin de cuentas, visto lo visto, sea sustituyendo a Urdangarín
o a Marichalar, no puede S.M. sino salir ganando. Vea, si lo tiene a bien, el
vídeo que le adjunto a continuación y dígame si no estoy en lo cierto.
En fin, no le canso más, Majestad. Sin otro particular, y en el deseo de
poder ver cumplidas mis expectativas, quedo a su entera disposición.
Su humilde súbdito.
Su humilde súbdito.
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