El Barça calienta motores. Va a empezar la final de la Champions League. Se la disputa en Wembley al Manchester United. Si el Barça gana, España se convertirá en el país con más copas de Europa (13), por delante de Italia (12). Hasta el mismísimo presidente Zapatero escribe en Marca sobre "El sueño de Wembley".
Comienza el partido. Toda España expectante. Los ojos como platos siguiendo el concierto de Xavi y estremecimientos eléctricos recorriendo la pell de brau cada vez que ese puercoespín conocido como Messi cae al suelo, su territorio natural. Al servicio de la causa culé, una infraestructura impresionante. RTVE hace gala de un escrupuloso despliegue de medios y personas: emocionados locutores e ilustres comentaristas invitados. En el palco de autoridades, el príncipe borbón, haciendo lo más parecido al trabajo que se le conoce, lanza exclamaciones y se levanta de su asiento, flanqueado por un circunspecto Ángel María Villar. Lejos de Londres, en Málaga, su padre, la ministra Chacón y el Jefe del Estado Mayor comentan emocionados el fantástico control de balón de los de Guardiola. En suma, los españoles. Una santabárbara de afecto y emociones que estalla en gritos de alegría cuando, por fin, gana "su equipo".
Empiezan las celebraciones. La euforia se desborda. Banderas catalanas y blaugranas inundándolo todo. Y... ¡oh!, ni una española. Plantado ante la tele, me parece estar viendo a ese hijo con síndrome del emperador que maltrata a su familia, aun cuando esta, precisamente por ello, lo mima y lo colma de regalos en un intento de evitar que la familia salte hecha pedazos por los aires. Y si bien es cierto que detesto los nacionalismos -el que más, por cercano, el español-, también lo es que, aunque de mal grado, los admito. Jamás movería un dedo por combatirlos si los quiere la gente. Sin embargo, hay algo en todo ese júbilo televisado que resulta ruin: la ingratitud, venga de donde venga, es siempre un hecho despreciable.
Cuando llega el momento de recoger la copa, sin saber bien por qué, ya todo me parece deprimente. El brazalete a franjas rojas y amarillas en el brazo de Abidal -un Abidal cuya enfermedad angustió al país entero-. El Guardiola que se pasea con una senyera atada a la copa con gesto carismático y autosuficiente. El Artur Más que responde visca Catalunya cuando le preguntan cómo ha visto el partido. Hasta la bandera de Brasil que rodea el cuello de Alves y la de Canarias que pasea Pedro. Por más que miro y miro, ni una puta bandera española por ninguna parte. Debe de ser una consigna. Ni siquiera Villa, enfundado al día siguiente en la bandera asturiana, o el albaceteño Iniesta portan la más mínima referencia a España, a cuya selección tanto le deben. Y para cuando por fin hay alguien, Zubizarreta, que describe la hazaña del Barça como un triunfo español, su gesto supone ya tan poca cosa en medio de tanta desafección que es como si no se oyera.
Así fue, en suma, cómo el pasado sábado el Barça se coronó Campeón Europeo de la Ingratitud 2010-11, dejándome sin estómago para repetir otra experiencia similar. Al día siguiente, el del paseo triunfal por Barcelona, me largué a Milán a ver el final del Giro y esa sí fue una experiencia saludable. No sólo porque ganase Contador, sino, también, porque los gitanopolitanos milaneses estaban dando una patada en el culo a Berlusconi.
quien ha escrito esto no estubo en wembley, yo estuve en wembley y vi almenos 5 o 6 banderas de españa en la aficion cule.
ResponderEliminarEso es verdad, no estuve en Wembley. Todo lo que vi o no vi se refiere exclusivamente a lo que retransmitió TVE.
ResponderEliminarCuánta razón, yo soy del Barça y jamás he lucido una bandera española (ni ninguna otra). Tendré que hacérmelo mirar.
ResponderEliminarPues no va a ser tanta, porque yo no soy del Barça (ni de ningún otro equipo) y jamás he lucido una bandera española (ni ninguna otra). Tendré que hacer que me lo mires.
ResponderEliminarDesde mi más tierna y lejana infancia fui seguidor del Barça, como catalán nativo; incluso uno de mis parientes llegó a jugar en su equipo. Ya adolescente, comprendí que era "más que un club", siendo un modo de luchar durante la dictadura contra el centralismo franquista. Sin embargo, hoy, en democracia, el utilizar el Barça para promover una opción política, de suyo legítima, es una perversión del deporte -Laporta es el máximo, pero no único culpable de esta prostitución del Barça- que hace que no pueda alegrarme tanto como quisiera de los triunfos de mi equipo.
ResponderEliminarMARTÍN SAGRERA CAPDEVILA
"Daños colaterales del Barça"
20minutos.es 01/06/2011
http://bit.ly/kIk1Su
Hace mucho (me parece) que el fútbol de los equipos perdió la épica deportiva; siendo negocios multinacionales (y para ese negocio multinacional el nacionalismo y cualquier otra cosa es una cuestión de márquetin) es lógico que sean ingratos. Desde luego, de mí no lo ganan, me queda ese triste consuelo.
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