16 julio 2011

Sanfermines 2011. Retrato de una casquería


A lo largo de esta última semana, sentado delante de la tele, cien veces me he repetido que es una verdadera insensatez. De poco me ha servido que amigos cercanos me hayan insistido con entusiasmo en la jodida comunión entre lo popular y lo sublime de los Sanfermines. Después de leer Pamplona in July (1923) y Fiesta (1926), entre otros escritos, me siguen importando un carajo las razones que impulsaron a Hemingway a ir a Pamplona cada año por mucho respeto que él pueda merecer. Y tampoco las magníficas fotografías (Guerre à la tristesse, 1955) de la no menos respetable Inge Morath, reportera de Magnum y esposa de Arthur Miller, otro ilustre visitante, me han hecho cambiar el punto de vista. No hay nada que hacer. No soporto la fiesta. No encuentro en ella más que estupidez. Estupidez humana con mayúsculas. La misma estupidez que, por ejemplo, en El Rocío es irracionalidad y aquí es barbarie. Un mundo de tinieblas que, camuflado en atávicos endemismos y tendencias bravas, encontramos en las instantáneas de Julio Ubiña y Ramón Masats.

Sin embargo, lo que hasta aquí parece una sofocante regresión antropológica, se vuelve insulto a la inteligencia cuando la estupidez prospera entre quienes tendrían que erradicarla y, peor aún, se potencia con dinero público. Así, durante más de una semana, los Sanfermines, con el apoyo o la aquiescencia de políticos, intelectuales y artistas, son difundidos con gran despliegue por cualquier medio de comunicación que se precie, prensa seria incluida, al objeto de que se cuelen por nuestros sentidos, en nuestras casas, desde las primeras horas del día, en un intento de hacer que nos sintamos beneficiarios de un gran pastel de adrenalina cuya porción más generosa corresponde a los que corren en Pamplona delante de los toros.

Verdaderos seminarios de casquería intensivos, todos los telediarios arrancan con imágenes de batacazos, aplastamientos, hemorragias y cornadas y con sesudos recuentos de las desgracias más sangrientas del día, repetido todo ello en innumerables ocasiones. Sin embargo, llaman muy especialmente la atención, por encima de cualquier otro artefacto periodístico, las largas retransmisiones matutinas de La 1. Retransmisiones que he seguido, sin perderme una sola, durante 8 tórridos días de 7:15 a 8:30, a fin de penetrar en los secretos de este plato de gusto que, parece, soy incapaz de valorar. Y lo que he encontrado ha sido algo inenarrable: un dislate de zafiedad, de sinrazón, de demencia... Admito que no sé muy bien qué es lo que he visto. Como mínimo, la muestra de periodismo más deleznable que recuerdo.

Creo haber visto "periodistas," ataviados para la ocasión de rojo y blanco, estratégicamente repartidos entre el estudio y la calle -puntos negros, ambulancias, hospitales-, leyendo una y otra vez listados absurdos de heridos históricos, toros asesinos y tragedias terribles, y siempre atentos a las desgracias personales. Muy especialmente a aquellas más cercanas a la lesión crónica o la muerte (¿Cómo quedará el herido de Barakaldo tras su lesión de médula? preguntan cada día al médico sin obtener respuesta). 

También he visto mozos que, periódico en mano, se santiguan y cantan 3 veces a San Fermín porque -dicen- están jugándose la vida. Luego, por las calles, divinos, machos alfa, borrachos, guiris, putos bastardos, auténticos o falsos corredores, a miles, atropellados entre los toros o apilados por las aceras valorando la propia vida en una mierda. En ellos la sinrazón transfigura el lenguaje: un cencerro no es un objeto, un cabestro ya no es un animal. 

Y he visto caídas, pisoteos, enganches, puntazos, varetazos, derrotes... La cornada es la estrella. Al principio, esperando que llegue, todo parece de relleno: una tragedia histórica rescatada de la hemeroteca, un mozo corneado entrevistado en estudio mientras ve las imágenes de su propia cogida, o, más simple, alguien entrevistado en la calle en el lugar donde murió alguien. Luego, llega por fin la sangre: extremidades astilladas, traumatismos faciales, costillas y pómulos aplastados, cráneos arpados, puntadas en espalda y tórax, carnes abiertas, bucos sangrantes... todo ello desglosado en balances provisionales y definitivos, ubicado en los diferentes tramos del recorrido (Telefónica, Estafeta, Mercaderes...) y mostrado hasta la saciedad, a velocidades diferentes, resaltado con un círculo que llaman la lupa.

De pronto, en pleno éxtasis naïf, cuando ya los Sanfermines superan su ecuador, la presentadora lega a la posteridad, elevándola por encima de los miles de idioteces acumulados durante días, una perla definitiva: "El mayor atractivo es seguir a las víctimas y contabilizarlas". Y da en el clavo ciertamente la cretina, porque no hay más que eso. Clichés, boutades, imbéciles, casquería y sangre. ¿Para qué perderse, pues, en medias tintas? Para el año que viene, en lugar de tanta bazofia light, mejor sería -y más barato- programar un ciclo de películas, una por cada mañana, verdaderamente nutritivo. Ahí va mi propuesta. Espero que sepan disfrutarla.


El fotógrafo del pánico (Michael Powell, 1960)
La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974)
Zombi (Dawn of dead) (George A. Romero, 1978)
Posesión infernal (Sam Raimi, 1981)
Henry: retrato de un asesino (John McNaughton, 1986)
Braindead (Peter Jackson, 1992)
Saw (James Wan, 2004)
Encontré al diablo (Kim Ji-woon, 2010)






PS: Y para terminar, los Sanfermines 2011 sintetizados en imágenes. ¡Que lo veamos el año que viene!


2 comentarios:

  1. Si hay una palabra a erradicar de nuestro léxico esa debía ser Tradición. Es la piedra de Rosetta con la que todos pretenden interpretar la barbarie y traducirla como cultura. Si además un intelectual guiri se agarra la cogorza de su vida en una de esas celebraciones y decide inmortalizarla en literatura o cine, apañados vamos.
    A la celebración matinal de la casquería en la televisión pública se unía en la privada la disección a cámara lenta, estilo Estudio Estadio, de las mejores jugadas. Y acto seguido, minutos y minutos -especialmente en los infames telediarios de La Sexta- dedicados al after encierro, es decir a glorificar el macrobotellón de una semana que son los sanfermines (sex & drugs & Paquito el Chocolatero).

    Pero volviendo a TVE lo más llamativo es que, estando las corridas de toros proscritas de su programación, cosa de la que evidentemente no me quejaré, se haga tamaño despliegue para retransmitir los encierros. Tal vez pretendan alimentar en el público la ilusión de que esos toros ante los que la turba corre no son posteriormente torturados y masacrados en la plaza, sino que son los mismos que al día siguiente vuelven a dar cornadas a los borrachos.

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  2. Habrá opiniones y matices, seguro, pero no puedo estar más de acuerdo. Detrás de la palabra tradición se encuentran las mayores ignominias de la historia, camufladas como imperativos sociales o falseadas como información genética. Por tradición los perros se cagan en las aceras, un futbolista gana 25 euros por minuto y a estos payasos se les llama periodistas en lugar de escoria.

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