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En qué quedaron, estará preguntándose en su laberinto el pobre beduino, tantos buenos momentos compartidos con amigos. Su esfuerzo por ganárselos. Su afán por agradarles. De qué ha servido su escenografía impresionante de jaimas, espectaculares modelazos, chutes de bótox, lupas macarras y exóticas guardaespaldas armadas hasta los dientes y siempre disponibles por si el calor aprieta o arrecia el frío.
Pobre Gaddafi y pobres también, no obstante, esos amigos que a buen seguro se sentirán decepcionados porque, de alguna manera, el Líder de la Revolución les ha fallado. Colegas que, en pleno trance de asimilar el duro revés, no dejan de preguntarse cómo no supieron ver, aun a pesar de los fantásticos servicios de inteligencia con que cuentan, la clase de persona que tenían por amigo. Y es que lo que aquí se pinta, en su expresión más simple, no es otra cosa que un desconsolador paisaje de amistades rotas del que, por lo trascendente de las personas implicadas, queremos dejar constancia y que conviene no olvidar.
Gaddafi siempre supo mostrarse muy versátil en el modo de relacionarse con su mundo cercano de paisanos beduinos, socialistas sui generis, musulmanes y árabes, haciendo caso omiso de farragosas cuestiones morales, religiosas o ideológicas cuando fue necesario. En él siempre se podía encontrar un apretón de manos, un apoyo, un guiño... de camarada, de socio, de colega, aunque ahora la misma Liga Árabe, cuya presidencia detenta Libia este año, haya decidido impedirle participar en sus reuniones.
Pobre Gaddafi y pobres también, no obstante, esos amigos que a buen seguro se sentirán decepcionados porque, de alguna manera, el Líder de la Revolución les ha fallado. Colegas que, en pleno trance de asimilar el duro revés, no dejan de preguntarse cómo no supieron ver, aun a pesar de los fantásticos servicios de inteligencia con que cuentan, la clase de persona que tenían por amigo. Y es que lo que aquí se pinta, en su expresión más simple, no es otra cosa que un desconsolador paisaje de amistades rotas del que, por lo trascendente de las personas implicadas, queremos dejar constancia y que conviene no olvidar.
Gaddafi siempre supo mostrarse muy versátil en el modo de relacionarse con su mundo cercano de paisanos beduinos, socialistas sui generis, musulmanes y árabes, haciendo caso omiso de farragosas cuestiones morales, religiosas o ideológicas cuando fue necesario. En él siempre se podía encontrar un apretón de manos, un apoyo, un guiño... de camarada, de socio, de colega, aunque ahora la misma Liga Árabe, cuya presidencia detenta Libia este año, haya decidido impedirle participar en sus reuniones.
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Por su carisma como líder y por su talante democrático y abierto, Gaddafi fue igualmente reconocido por sus condescendientes vecinos del norte, que vieron en él un puente con el mundo musulmán y supieron perdonarle sus coqueteos con el terrorismo de estado. Sin embargo, ahora, en estos días de convulsión que azotan al Maghreb, la UE ha decidido, todavía con reticencias, imponer sanciones a Libia y suspender cualquier negociación bilateral, al tiempo que Catherine Ashton pide a los libios contención.
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En España también se supo ver lo bueno de Gaddafi y se le perdonaron sus pequeños deslices y sus tics a la hora de gobernar en su largo mandato de 42 años. A fin de cuentas, la Alianza de Civilizaciones es eso, y nuestros políticos le han obsequiado con su apoyo y reconocimiento, compartiendo con él no pocos momentos agradables. Hoy, sin embargo, el gobierno ha decidido suspender la venta de armas a Libia.
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Parece, pues, increíble que Gaddafi, quien gozara de una nómina tan variada de amigos importantes, se encuentre hoy prácticamente solo frente al mundo rodeado de un ejercito de mercenarios, cuando hasta en América, de norte a sur, fue respetado y celebrado.
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En fin, Gaddafi fue incluso capaz de bajar a las mismísimas puertas del infierno buscando la amistad. Pensemos, por ejemplo, en Yoweri Museveni, dictador ugandés desde 1986, o en Robert Mugabe, presidente de Zimbabwe desde 1987. ¿Y cómo se le paga...? Quédense con la idea: el peor testigo, el que fue tu amigo.
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