Igual que en Alhaurín el Grande vemos descerebrados de fiesta donde sólo hay hijos de la gran puta cometiendo atrocidades que lo parecen menos por tradicionales, o igual que montamos el mundo en torno a la existencia de dios sin que nadie lo haya visto jamás, aceptamos como hecho natural que, pongamos por caso, un mecánico, a cambio de vivir con las manos sucias en un bucle existencial que sólo se rompe los fines de semana, emplee una buena parte de su sueldo en consumir música, mientras los músicos, especialmente los cantantes, aparecen en nuestra categorización del mundo, y así ha de ser, como figuras especiales que se recortan sobre un fondo de dinero, sexo, drogas, coches y mansiones. Para más inri, el mecánico pagará, probablemente, por ir al Rock in Rio o por el último disco de Bunbury, Shakira, Miley Cirus o Alejandro Sanz en la creencia de que se trata de música y no de la bazofia que realmente es. La culpa de todo ello la tienen las tradiciones, o más exactamente, su mansa aceptación desde la cuna.
Ayer, sin embargo, nos levantamos con una buena noticia: los desarrapados sociales con "inquietudes culturales" se han podido ahorrar ¡5.121 millones de euros! en el consumo de música, cine, videojuegos y libros, sólo en el último semestre, gracias al efecto benefactor que tienen las descargas de internet. Nuestros insignes políticos, siempre atentos a la dignificación de los ciudadanos de más bajo perfil de la aldea neoliberal, debieron de sentirse por ello muy contentos. Sin embargo, otros, como Antonio Guisasola, no se alegraron tanto. Ajeno a la inversión que hace la gente en banda ancha, ordenadores, consolas, televisores LED, ipods, ipads, discos duros, cedés y un millón de cosas más, el presidente de Promusicae acusa al gobierno de blando y lamenta que entre los cantantes que más venden –no habla de los que mejor lo hacen- no haya este año ningún artista nacional y que el año pasado sólo estuviera Pitingo -¡mejor para la inteligencia y el flamenco, sr. mío!-. Tampoco Aldo Olcese, presidente de la Coalición de Creadores e Industrias de Contenidos, parece feliz con que la descarga de libros digitales, hasta ahora casi inexistente, amenace con dispararse.
¡Incomprensible! En un momento en el que algunas redes P2P y webs de descarga individuales, en lugar de ser perseguidas, deberían ser premiadas por el Ministerio de Cultura por su papel divulgador, no se puede entender tanto cinismo ni tanto interés en seguir desplumando a la gente en beneficio de unos pocos. Parece que los viejos árboles de la tradición no dejan ver a algunos que el bosque es nuevo y que ya no volverán los viejos bosques. De momento, no obstante, el pirata de la espesura continua reinando en Sherwood.
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